miércoles, 26 de febrero de 2014

El de la gorra roja... (meu amor é mais jovem que eu)


Recuerdo que, cuando era un niño, para una navidad; para ser mas exacto, la semana previa al 31 de diciembre, llegaron a nuestra casa mi abuela y unos primos, yo tenia recién cumplidos 13 años. Esa noche, nos pusimos nuestros estrenos; estrenos que con mucho esfuerzo nuestros pobres padres, nos compraron para no desentonar ante tan distinguida visita. 

Esa noche, mis primos me invitaron a dar una vuelta por las cuadras aledañas a mi casa, para ver a unas nenas; sí, esa fue la expresión, cosa que a mi corta edad, me entusiasmo, pero a la ves, no dejó de atemorizarme un poco. 

Al salir a nuestro recorrido tal cual, unos grandes gigolós y su asistente aprendiz, pasamos antes a una de las tantas tiendas de barrio, adornadas con pino y en los equipos de sonido a todo volumen, sonaban las cumbias alusivas a las fechas de fin de año.

_Buenas. Me da cuatro cigarrillos y una cajita con fósforos. 
_Con gusto; ¿algo más? Son 12 centavos. 

Uno de mis primos pagó y nos dio a cada uno un cigarrillo, menos mal que eran mentolados, los encendimos y yo, casi me ahogo al dar el primer jalón de humo.

_¿Qué, nunca habías fumado? 

Preguntó uno de ellos, con cara de; ¿y este qué onda?... Yo para no quedar entre dicho, respondí con toda seguridad y un poco de tos.

_¡Claro, por supuesto que si! 
_Bueno, vámonos y veámos qué encontramos.
_¡Si!  Asintieron todos y yo no fui la excepción. 

Caminábamos por los callejones de mi querida colonia y de todas las casa se escuchaba la música del momento, en algunas se escuchaban carcajadas y sonido de botellas. 

De pronto, una niña, como de mi edad, paso toda emperifollada a la par de nosotros y uno de mis primos  se le colocó enfrente y con toda seguridad le pregunto su nombre, yo me aposte por el lado contrario; en mi  estómago no habían mariposas volando en ese instante, sino unos zopilotes pues, hasta me dolió de puro nervio, solo de imaginar el problemón que eso nos iba a causar cuando la hermosa niña, empezara a gritar de miedo. Pero no, cuando volví en mí, la niña le daba su nombre a mi primo y hasta lo había invitado a una fiesta en casa de unos amigos para después de las 12. 

Luego se acercó a cada uno de nosotros y besó nuestra mejía, diciendo un suave y emocionado adiós. 

_¿Qué paso?, me perdí de todo..., ¡rayos!, ¿cómo le hizo? ¡Soy un mula! Esos fueron mis pensamientos. 

Aquella noche, fue una gran escuela para mí, mis primos si estaban bien entrenados y tenían experiencia en esto de conquistar chicas. 
Mis primos tenían edades que oscilaban entre los 13 y 15, pero parecían de 20, cuando de conectar al sexo opuesto se trataba. 

Esa noche, fumando ya nuestro, no sé ya ni cuantos cigarrillos llevábamos, se dieron cuenta de mi ignorancia en esos menesteres y me dieron una cátedra, yo, en medio no le atinaba a quien oír. 

_Y, ¿cómo hago para tomar nota?, ¡caracoles! seguramente algo se me va a olvidar. 

Bueno, llego enero, del nuevo año y a los pocos días, mi abuelita con mis primos tomaron el bus y se marcharon, quedándome con aquella valiosa experiencia que pronto pondría en practica.

Esa misma tarde, todos nos reunimos en el campo, para aprovechar los últimos días de vacaciones, recuerdo que éramos como treinta, entre varones y hembras, y las edades de todos oscilaban entre los diez y los dieciséis años. Yo, le pedí a Freddy que me acompañara, y así lo hizo, nos apartamos y nos sentamos en unas gradas, para luego contarle todo lo ocurrido con mis primos. Freddy me veía con la boca abierta, no salía de su asombro. Entonces le sugerí si salíamos por la noche a dar vueltas por ahí, a lo que Freddy me dice.

_Pero hoy es nuestro juego más importante de tiro el bote.
_Lo sé, pero también podríamos conocer a alguna chica; que no sea ninguna de las de aquí. 

Pues a las niñas de nuestro barrio, por muy lindas que eran las veíamos horribles, como hermanas.

_Esta bien, nos vemos a las 7.
_¡Oki doki!.

Llegó la hora y salimos bien abrigados, pues todavía hacia frió, al fondo en el campo se escuchaban los gritos de la pandilla.

_¡Tiro el bote por mi!

Nosotros, tomamos camino y nos introducimos por las cuadras aledañas sin salirnos del perímetro permitido por nuestros padres, pero las calles estaban tan silenciosas que solo faltaba que pasara una bola de estambre gigantesca, movida por el viento. Freddy decía.

_¡Nos perdimos el mejor de los juegos! 
_¡Si, lo sé!
_¡Todo por tu culpa!
_¡Sí lo sé! 
_¡Maldición que mala suerte! Me repetía yo, en mi interior. 

Cuando de entre una verja se escucharon unas risas, yo le tome del brazo a Freddy y le pedí que se callara; se trataba de dos lindas chicas como de 14 o 15 años, una de ellas tenia un par de guantes de boxeo; me acerqué a la baranda y vi que Freddy se tomaba del estómago, seguramente adentro de él había una batalla de zanates, mientras que en el mío, estaban las adoradas mariposas.

_Te reto a que boxees conmigo. Le dije a la que tenía los guantes.
_Seguramente te dejaría con los ojos morados. Me respondió y rompieron en risa. 
_Me llamo Sergio. 

Les dije y estiré mi mano para estrecharla, sin embargo, ellas me jalaron y besaron mi mejía. 

_Él es Freddy. ¿Freddy?, ¿Freddy? en dónde estas?
_¡Aquí! 

Se escucho por detrás de un ciprés, salió de allí y lo saludaron igual que a mí. Nos sentaron en medio de las dos y platicamos hasta tarde, no se de qué, por un par de horas. Una de ellas, de nombre Ondina, antes de despedirnos me dijo.

_Tenemos otras amigas. ¿No les gustaría conocerlas?
_¡Si! Respondió agitado y emocionado Freddy.
_Nosotros tenemos unos amigos también. Dijo Freddy.
_Bueno, entonces es una cita. Mañana nos juntamos; en aquella esquina. Dijo señalándola.
_Ahí estaremos con nuestras amigas y ustedes traen a sus amigos.
_¡Hasta mañana! 

Nos despedimos con un beso en la mejía y nos enfilamos para el campo, Freddy brincaba al rededor mío todo emocionado de camino al campo, yo me sentía todo un gigoló en ese instante. 

Cuando llegamos al campo ya no había nadie, nos entró un miedo que nos dolió el estómago y salimos corriendo para nuestras casas.

_¡Adiós! Gritamos y nos entramos. Esa noche no dormimos. 

A la mañana siguiente, una prima que vivía con nosotros, me había dejado un obsequio antes de irse al colegio y fue mi madre que me lo dio; era una gorra color rojo, de esas tan comunes hoy en día, me la probé y me quedó cabal, el color era mero gay, pero me valió, y ya no me la quité. 

Después de desayunar, salí a la calle y me dirigí al campo, cuando llegué, había una bola de chavos; eso parecía un accidente rodeado de curiosos, conforme me acerqué, era Freddy, y en medio de todos, él contando la hazaña de la noche anterior, yo escuchaba que algunos se preguntaban.

_Y ese Sergio, ¿quien putas es?
_¡Es él!, gritó Freddy y otros de mis amigos, mas allegados.
_¿Quién? Dijo Héctor, el líder en el campo.
_Éste, ¿el de la gorra roja como de gay?
_¡Si!
_¿Vos sos el qué nos presentará a esas chavas? 

Yo me intimidé, pues nunca los chavos de mayor edad se habían dirigido a mí, ya que en ese momento la atención era yo.

_¡Si! Respondí tímidamente, pero con gallardía. Luego de eso, me dijeron.
_A las 7 pasamos por vos.
_Esta bien, los espero.

Así qué, la ansiada noche llegó. Pero, antes de que llegaran los demás, apareció Fernando, hermano de Héctor, eramos de la misma edad. Y platicamos solo  tonterías, nada que ver con lo que pasaría a las 7 de la noche. Fue entonces, que después de que Fernando se fuera, pedí permiso para salir, pero mi madre me negó el permiso, aduciendo a mi llegada tarde de la noche anterior. En esas estaba, pidiéndole a mi madre que me corriera el castigo para el otro día, pues esa noche era importante que yo saliera. Cuando se escucharon los chiflidos y el sonar del timbre.

_¡Mamá!
_¡Ya dije que no!
_Bueno, les digo y me entro. Salí y les conté que no tenia permiso para salir, que tendrían que ir con Freddy.
_A ese gay tampoco lo dejaron salir. 

Decían todos, y al darme cuenta; todos estaban bañados y bien cambiados, y si no iba yo, se perdía la oportunidad de todos aquellos, como 15 chavos en brama. 

_Éste, de la gorra roja, nos dio casaca y esas chavas no existen.
_Sí, hay que darle una vergueada por marica y mentiroso.
_¡No! es en serio, no les mentí.
_¡Esta bien, cálmense! voy a hablar con doña Blanqui, para pedirle permiso. 

Dijo Héctor y se dirigió a hablar con mi mamá; logrando el permiso ansiado, no sin antes hacerme poner un suéter y amenazarme con que, si regresaba muy noche ya no saldría durante un mes. Lo mismo hicimos con Freddy, pero el papá de Freddy no se dejó convencer.

_No importa, el que interesa es éste, el de la gorrita roja, ¡vámonos! 

Ordenó el alfa y así fue, nos dirigimos a nuestra cita; la manada era como de 15 patojos de mi edad y otros mayores. 

Al  fin, llegamos y si, ahí estaba el grupo de amazonas de todos colores, tamaños, edades y sabores; estaban ubicadas por todos lados; parecían una banda de apaches del viejo oeste, viéndonos  y contemplándonos. Escuché que Ondina le dijo a la líder de ellas, una chava ya grandecita, pelirroja y pecosa, que a mí no me gusto para nada.

_Es ése, ¡el de la gorrita roja! 

Ondina me llamó, y luego de saludarme, me hizo presentarlos, mi grupo estaba tan juntito, unidos hombro con hombro, que parecían cinco en lugar de 15.

_Bueno..., ellos son mis amigos y ellas, son las amigas de Ondina. 

Eso recuerdo que dije y ellas se desabarrancaron de los lugares en donde estaban. 

Los lideres se acoplaron y en menos de un abrir y cerrar de ojos, las parejas estaban hechas, claro, ellas tomaron de la mano a cada quien que les había gustado, supongo. 

Para mala suerte mía y de Fernando; ellas, solo eran 13 y ya todas habían elegido su pareja.

_No te preocupes Fer, vamos a dar una vuelta, seguro encontraremos a algunas chavas por ahí, yo las conecto y luego te presento. 

Y así, pasaron las horas; cuando recordé la amenaza que pendía sobre mi cabeza, el de la gorrita roja. Entonces, salí corriendo para mi casa....


Tomado del libro: "Historias de un Adolescente Tímido" por SergioRaga.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario