martes, 13 de mayo de 2014

EL TEJANO

Apareció de la nada, en medio del camino, los árboles lo enmarcaban; al fondo, el cielo se veía despejado, era una noche estrellada que de repente comenzó a oscurecerse, hasta colocarse sobre el pequeño pueblo un manto del color mas negro posible, para ese instante solo la silueta se lograba percibir del individuo. Viéndole desde su espalda, siempre enmarcado por los arboles, se lograba divisar un camino angosto que moriría en el pequeño pueblo. Pueblo que estaba por vivir una de sus peores paginas en el libro de su corta y miserable historia. De la mano del misterioso hombre, se extendía de entre sus manos un artefacto con filo en su dos caras. Éste, vestía una indumentaria fuera de lo común; unos jeans completamente desteñidos, rasgados en algunos puntos, unos tenis de color rojo, altos, desgarrados y sin cintas en sus agujetas; una playera de color negro y tonos azules, quizá por lo vieja, su cabellera despolvoreada por los costados y brillante en la cúspide de su ovalada cabeza; sus orejas, demasiado pequeñas para el tamaño de su rostro, una nariz achatada, la cara grasienta y agrietada, quizá por una adolescencia con excesivo acné, sus ojos castaños y alargados, eran protegidos por unos lentes de hombre rana, con una mirada penetrante que podría haber abierto un agujero hacia donde la dirigiera. Quizá, por ello usaba esa careta acuática, ni idea de lo que por su mente pasaba en esos instantes, pero de sus labios se dejo asomar una sonrisa, dejando al descubierto una dentadura maltratada de donde sobresalía un esplendor con hedor nauseabundo, de un diente dorado de 20 quilates, en su cintura un cincho incoloro de cuero, con una hebilla que anunciaba al mas bravo de los estados de norte américa, por su historia de épocas donde la ley fue el revolver, Texas. Si, eso decía la opaca y rasguñada hebilla, que evitaba se le cayeran sus desalineados pantalones marca lee, u otra, pues ya solo tenia el pedazo de cuero. Luego de estar inmóvil, solo dejando salir de su miserable existencia, resoplos inmundos llenos de bacterias, ese fétido olor que te dejan las caries de años, por ratos serio y otros riendo, pero eso si, la imagen puesta en un solo punto, el pequeño pueblo, que esa noche lo conocería para nunca olvidarlo. Al fondo, la imagen de un pueblo inocente, lleno de pobreza, con sus techos de cartón, otros de zinc, y humeantes chimeneas a punto de sucumbir, pues los pequeños hálitos de humo blanco que se dejaban ver a la distancia, el silencio que envolvía al pequeño pueblo, era irrumpido de forma insolente por aullidos y ladridos en cadena de los huesudos perros en los patios. También la silenciosa y única cantina a orillas del pueblo, era el  inmueble que en esa hora manifestaba tener vida pues, el resto estaba sucumbido en el letargo de una noche llena de cansancio, por la larga jornada de trabajo del día anterior. Luego de esta visión; el tejano -así le llamare por su hebilla- comenzó su inevitable e imparable caminar hacia el pequeño pueblo. Era tan fuerte el hedor que de su boca salia, que pareciera que las plantas silvestres se marchitaban a su paso, iba con paso firme, sin soltar su arma de doble filo, cada que se acercaba mas al pueblo, lo empuñaba con mas fuerza. Por fin, se detuvo frente a una de las ventanas enmarañadas con telas de araña para ver en su interior. Dentro del miserable inmueble; tres personas hacian de la velada algo fuera de lo cotidiano; un borracho, el propietario, quien estaba postrado sobre el mostrador y una vieja prostituta que hacia la delicia del lugar, a la par del borracho un perro enrollado, soñaba con un filete de carne, pues de sus fauces goteaba saliva, dejando en el piso de barro una pequeña posa, sobre ella, unas moscas bebían los sueños del perro. El viejo y dueño del bar, también se encontraba rendido, su cabeza descansaba sobre su mano y la sucia manta con la que le daba mantenimiento a la apolillada madera, sobre unos cajones tapizados de cartón. Una rata enorme se dejo ver corriendo por el exhibidor de botellas, todas adulteradas con un poco del mismo licor y agua, aunque sus etiquetas dijeran que eran diferentes, todas contenían el mismo liquido, para el paladar del borracho no habia diferencia, pues éste, solo deseaba embriagarse, la dama colocaba su pierna sobre la silla que acompañaba la meza en donde su cliente etílico la observaba como si se tratara de una vedette de can can del mismo París, pero no era necesario observarla detenidamente para darse cuenta que de sus gordas piernas se movían por la brisa que entraba de afuera hacia adentro, unos cuantos pelos que se dejaban llevar en un movimiento sensual, parecía que fueran ellos los únicos con vida dentro de aquel lugar, claro junto a la rata, que en este momento pasaba a la par del tejano, quien no se inmuto cuando ésta le roso unos de sus tenis rojos
El tejano, succiono sus mocos y sonrió nuevamente; entrando por la puerta principal del local. Un rechinido, llamo la atencion de la prostituta, quien de inmediato se acomodo para atenderle. Él borracho desde la meza alzo su copa y le invitó a pasar adelante al forastero recien llegado. Su punzante arma la llevaba bien empuñada en su espalda. La mujer, se abalanzo sobre sus pectorales, haciendo una mueca de desagrado al sentir el hedor que al resoplar salia del tejano, éste la tomo del brazo y dándole un giro, de esos que se ven en concursos de baile, dejándole las nalgas topadas a su ingle sin vida, ésta con una enorme sonrisa en su rostro, la cual cambio por un gesto de dolor, mudo, solo bajo su mirada hacia sus protuberantes pechos, por en medio de ellos una punzante cosa metálica apareció pintada de rojo, ensuciando el vestido ya enmugrecido, pero esta vez de sangre, de su propia sangre. Luego de retorcerle el artefacto mortal, la abalanzo contra la pared de madera, quedando trabado su cachete en uno de los oxidados clavos que salían de la madera, al ir resbalando por su peso, iban dejando una estela de sangre y piel como decoración, cuando la prostituta yacía ya en el piso, el tejano se encontraba bebiéndose el licor de la que fuera ya su siguiente victima, éste estaba desparramado sobre la pequeña meza con el arma clavada en su espalda. Su rostro, dejaba ver una enorme sonrisa, el embriagante licor corría por las comisuras de su boca, las que fueron limpiadas por su ensangrentada mano, mientras intentaba sacar de la espalda del borracho su utensilio de maldad y muerte, pues tambien habia herido a la mesa, introduciéndose como media pulgada en ella. El viejo y propietario de la cantina despertó, preguntándole al visitante forastero y emisario de la muerte si deseaba tomar algo, el tejano estaba dándole la espalda, finalmente extrayendo el arma asesina del cuerpo ya sin vida del asiduo cliente de la cantina, El bar-tender le dio la espalda, para extraer de su estantería la enorme colección de licores, para que su cliente eligiera cual deseaba beber. Al darse la vuelta, quedaron sus ojos pegados a sus lentes acuáticos, sus pupilas se dilataron en señal de que la hora final le estaba llegando, mientras que el tejano le agarraba con una mano del cuello y con la otra le empujaba el artefacto puntiagudo, hasta ver como de su espalda salir el pico ensangrentado de su extraña arma. Salio el tejano del bar y se dirigió rumbo al otro lado del pueblo, tras él se apresuraba el huesudo perro del borracho. El tejano, con caminar pausado e intimidante, como diciéndole al pueblo que dormía, que deseaba saliera alguien a su encuentro.
Salio del pueblo, subió la corta colina, quedando enmarcado nuevamente por los arboles, se detuvo y junto a él el perro, inmóvil volteo para asegurarse que no habia ningún parroquiano por ahí trasnochando. Luego, siguió su camino, descendiendo por el otro lado de la pequeña colina, cuando su cabeza desapareció del horizonte y solo se veía el manto oscuro de la noche, se escucho un corto aullido, luego voló por entre la colina y los arboles el cuerpo sin vida del huesudo perro, al somatar su  pulguiento cuerpo sobre el barro del camino, nuevamente el silencio del pueblo fue violado por una cadena de aullidos y ladridos de los perros que sintieron el hedor del tejano y la estela mortal que a su paso dejo en aquel pequeño pueblo perdido. En el paraje de un oscuro y tupido bosque; en algún; lugar de cualquier parte.






 

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