jueves, 17 de julio de 2014

El árbol de Don Mario

En esa época de tu vida; esa que realiza cambios sustanciales en tu cuerpo y mente; esa en la cual piensas de que todo el mundo esta en contra tuyo; esa en la que no pasa un minuto para que estés frente al espejo; esa en la que nada ni nadie te mueve del sillón de la sala; esa en la que te crees que la vida es para siempre; esa en la que te sientes el rey de todo el mundo. Si, hablo de la adolescencia.
Esa etapa en la vida de todo ser humano en la que lo único que puede hacerte reaccionar y moverte a grandes velocidades y ye hace, hacer estupideces, volverte el mas desgraciado o el mas osado. 
Si, el sexo. ¡Si!. Tu vida gira alrededor del sexo. 
En esa etapa me encontraba y el único lugar en donde estaba a gusto, era precisamente sobre el árbol de Don Mario. Si, tal cual una iguana, asoleándose, tragando humo y seguramente improperios de los respetables vecinos. En ese árbol, lugar en donde nos reuníamos el resto de la tribu de extraños individuos, con la misma cantidad de hormonas, haciendo de nosotros lo que se les antojara. Ese árbol, el cual tenia una rama privilegiada y por la cual nos disputábamos, habia quienes madrugaban solo para apoderarse de ella. Tienes la imagen ya, o te describo un poco mas. ¿La tienes? Pues, si, imagínate a un afortunado árbol que creyó; seria portador de innumerables nidos, sombra para algún parroquiano, dormitorio de bellas aves. Pero no, era lugar de reunión, de una partida de zánganos imberbes, llenos de granos y hediondos de su sobaco. Eso era, el árbol de Don Mario. Piensa y crea una imagen de ti, llegando a ese lugar y el pobre árbol, con unas pocas hojas, pues nada podría sobrevivir mas en él y encaramados sobre él una cantidad de jóvenes desarrapados, descansando sobre sus fuertes ramas, como condominio de vagos y, entre ellos tu servidor.
Un día, me acerque a Don Mario; él, muy emocionado sembraba a un hermoso y con apenas dos hojas, un árbol, con la ilusión de llegar a ser el centro de atencion en un futuro cercano y ahí, me encontraba yo, con al menos siete vivarachos años, preguntándole a mi vecino, algo que era tan evidente.
-¿Qué esta haciendo Don Mario? Él con la amabilidad que le caracterizaba y sin dejar de hacer su trabajo me respondió.
-¡siembro un árbol, amiguito! Siguió sin detenerse. Mientras que yo casi que me metía entre el pequeño arbolito y la cabeza de Don Mario. Don Mario espero pacientemente a que me quitara la curiosidad y con una tierna sonrisa en sus labios luego de retirarme siguió con su invaluable labor.
Luego paso el tiempo y tanto el árbol como yo, crecimos, creo que ambos eramos adolescentes (no habia pensado en eso).
Desde las ramas de aquel árbol veíamos desfilar a las señoritas con su uniforme de colegialas, cuando se dirigían al centro educativo, que quedaba de paso por ahí. Ellas, pasaban contoneándose y haciéndose bromas entre ellas y disimulando no ver a los pajarracos que sobre el árbol descansábamos, no faltaba algún lagarto, que se dejaba caer del árbol, como si fuera fruta madura, para inspirarse con algún piropo, luego de expresar el arte que traía guardado, todos nos burlábamos del desafortunado poeta, las chicas se tapaban su boca en signo de burla, pero seguramente a más de alguna le llegaba el mensaje, hasta el centro de su corazoncito. Mientras, todos en coro gritábamos.
-¡Mula! 
Vaya, que tiempos esos; pura vida, sin preocupaciones de ninguna índole, solo de estar allí sobre la mejor de las ramas de nuestro árbol.
Pero, como toda época en nuestra vida tiene una tiempo, la adolescencia paso y vino la siguiente.
Con la seriedad y madurez que ésta viene; claro para algunos, porque otros aún hoy día, siguen siendo unos zánganos, sin beneficio ni provecho. 
Don Mario, murió de viejo, y siempre que nos reunimos agradecemos a este señor por habernos dado un lugar sano, en donde pasar esa etapa de nuestras vidas.
Un día, volví con mi hijo varón, quien me pedía que lo llevara a conocer al viejo árbol y cuando tuve un tiempo lo lleve; pero al llegar a la esquina en donde crecí, justo a la par de la que fue la casa de Don Mario; lugar que ahora lo ocupa una cantina. Mi sorpresa fue mayúscula, pues creí encontrar a nuestro árbol hermoso y frondoso, lleno de nidos y aves multicolores o aunque sea zanates, pero lo que habia en su lugar era: concreto gris, con consignas de mareros. Mi muchacho al igual que yo, nos sentimos desilusionados. Él, por no poder haber conocido al árbol y yo por darme cuenta de que algún enfermo e idiota lo habia cortado. Sin bajarnos del auto seguimos nuestro camino de vuelta a casa. Ese retorno, fue un silencio total, creo que mi hijo entendió que habían matado algo bueno de mi vida. 
Mientras conducía, vinieron a mi mente: Un niño de siete años con la curiosidad encima y un joven acostado en la mejor de las ramas de nuestro hermoso, bello y amigable árbol.

A la memoria de Don Mario y nuestro pequeño árbol.   









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