jueves, 3 de julio de 2014

LA CONFESIÓN

Aunque no quería ir a visitar a un viejo amigo de la familia, me vi obligado a hacerlo. Llegamos a casa de Justiniano, luego de un viaje de media hora, la esposa de nuestro amigo se sintió feliz y consolada al vernos llegar; de inmediato nos llevo al cuarto del enfermo. Justiniano, un hombre de 58 años de edad, al que yo recordaba como un hombre fuerte, alto, de manos grandes y de ojos tristes. Ahora, estaba postrado sobre su cama, confinado a vivir el resto de lo que la vida le diera, hecho un vegetal del cuello hacia abajo. 
Me conmociono verlo en esa situación tan penosa, luego que mi madre lo saludara, el giro su cabeza hacia mi y guiñándome el ojo, me sonrió; yo con mucho afecto y pena le salude, con un dolor que no pude disimular, pues éste, salio desde el centro de mi corazón, a pesar de que nuestras edades eran bien abismales, pero por la cercanía con mi familia, muchas veces tuve la oportunidad de compartir con él y su familia en mas de alguna de las cenas que él daba en su mansión, de una zona residencial muy importante de mi ciudad. 
La esposa de Justiniano le pidió a mi madre, que le acompañara y quede solo con Justiniano.
-Me da mucho gusto verte, pequeño amigo. Me dijo, con su vos ronca, pero con una resignada sonrisa entre sus labios.
-A mi tambien. Le dije tímidamente. Él, que era un hombre muy inteligente, luego se dio cuenta de mi pena hacia él.
-Por favor, no sientas eso... ¡Te lo suplico!... Ésto, ¡lo tengo mas que merecido!. 
Me dijo. Yo, sin entender nada, le dije.
-No te entiendo. Luego de esas palabras, me quede sin saber que hacer.
-Por favor, cierra la puerta y ponle pasador. Me pidió muy seriamente. Yo, me dirigí a la puerta e hice lo que el me pidió, sin entender el porque de todo ésto.
-Sabes, necesito confesarme con alguien, pues mi consciencia no me deja en paz.
-Te preguntarás, ¿porqué no lo hago con un sacerdote?. Prosiguió. 
-Es que... ¡A ésos no les confiaría nada! ¡Imagínate los desmadres que han echo como para que yo les confíe mis secretos!... Así que escúchame por favor... Siempre pensé que eras un joven muy formal y serio para tu edad 
-Pero...
-¡Por favor! Me interrumpió. Y, no tuve otra, mas que aceptar a escuchar lo que tanto le agobiaba
-Esta bien Justiniano cuéntame tu historia. Le dije, resignado y, jale la silla para acercarme mas a él.
-Bueno, para empezar no sientas lastima por mi, pues todo lo que me ha pasado... ¡La muerte de mi hijo! y ésto, como secuela no es nada de justicia para lo que yo hice en mi vida.
Trague saliva, pues me estaba asustando lo que me acababa de confesar y al pensar lo que vendría; era muy joven, para cargar con tanta responsabilidad. Pero, continúe escuchándole.
-Hace casi treinta o mas años, trabaje para una agencia del estado. 
-¡Ultra secreta! Que ahora ya no existe y fue ahí, donde me hice de mucho dinero. 
-Dinero, que me dio muchos lujos y estatus, pero lo que ahí hacíamos era algo espantoso. Se quedo en silencio por unos segundos, tratando de pasar por su garganta ese trago tan agrio; luego, prosiguió.
-A nosotros nos llevaban personas, que el gobierno pensaba que estaban metidos en algo que perjudicaría a sus políticas de gobierno y nuestro trabajo era hacerlos confesar y sacarles informacion de otros posibles candidatos, a la tortura que ellos estaban a punto de vivir.
-Por supuesto, que se negaban a las acusaciones que les imputábamos, pero lo que hacíamos con ellos era tan terrible, que al no soportar mas, respondían positivamente a lo que nosotros le poníamos en sus bocas y luego, nos daban otros nombres. Se cayo nuevamente y vi que de sus ojos una lagrima rodó por su mejía. Se la quise limpiar, pero él me dijo que no y continúo con su horrible relato.
-Luego de quedar casi medio muertos y decirnos lo que nosotros deseábamos escuchar. Los matábamos, por traidores a la patria. Por la noche, sacábamos los cadáveres, para deshacernos de ellos. Lagos, ríos, fosa comunes; ésos, eran algunos de sus destinos. Nos convertimos en unos monstruos, asesinando gente, algunos seguramente si eran culpables, pero tambien estoy seguro que otros no, quiza la mayoría fueron inocentes. Pero, a nosotros nos valía madre. 
-Estábamos ansiosos de practicar con sus cuerpos y mentes, lo que se nos ocurriera en ese instante. A veces, hacíamos apuestas, para ver a quien se le ocurría la manera mas original y monstruosa de hacerlos hablar. Otra pausa, en ella me puse de pie, pues empece a sentir nauseas y odio por aquella persona, que tal ves alguna vez admire y que hace unos pocos minutos, le habia sentido mucha lastima. Pero que en ese lapso, en el que él casi se ahogaba en sollozos de arrepentimiento yo le veía con un odio y deseándole lo peor, aun a pesar de como estaba en esos momentos.
-Gracias por escucharme... Pues, ésto no lo sabe nadie, ni siquiera mi esposa.. ¡nadie! 
-Pues, la mayoría de mis compañeros ya murieron, no sé si soy el ultimo sobreviviente y necesitaba decírselo a alguien. Yo pensé en ese instante.
-Pero, ¿Porqué a mi... porqué yo?... ¡Dios mio! ¿Porqué yo?...
-¿Quieres escuchar algunas de las técnicas que usábamos?.
-¡NOO!!! 
-¡Por favor no!... Ya es suficiente, ¡no mas!. Le imploré, pero a él no le importó y lo que a continuación me contó, es tan terrible, tan horrible, que no puedo ni escribirlo (para compartirlo con ustedes), quisiera no haber escuchado nada de lo que esa tarde Justiniano me confió; en verdad, que lo que le habia pasado en las postrimerías de su vida, era un regalo de la providencia. Él, debió de haber sufrido mucho, mucho mas.
Luego de varias horas de visita, de regreso a casa con mi madre, ella me comentaba, el sufrimiento de la esposa de Justiniano y de la miserable vida del mismo.
-¡Pobrecito! Justiniano, tan buena persona que es y mira pues hijo, lo injusta que es la vida; como lo tiene postrado como vegetal sobre su cama y la manera tan inhumana en que murió su pobre hijo; la verdad no entiendo a la vida...
Mi madre, seguía hablando sin saber y yo hacia como si la escuchaba, pero en realidad iba tratando de asimilar el secreto que Justiniano me habia confiado. De lo injusta de la vida, al darme esta experiencia tan desagradable. 
Hasta la fecha tengo pesadillas, cuando eventualmente recuerdo a alguna de sus horribles apuestas, para hacer cantar a mas de un pobre inocente. 











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