martes, 28 de octubre de 2014

BAILE SOCIAL

 En el salón, el cual estaba llenísimo, en él no cabía una alma más, todos bailando un hermoso bolero, entonado por una conocidísima orquesta; las parejas, pegaditas, una contra el cuerpo del otro, a veces casi inmóviles, hablándose al oído, seguramente algunos cantándole la melodía a su pareja, mientras que otros, declarándole su amor a su pareja, motivados por el romanticismo que envolvían ese lugar. Por otro lado, parejas diciéndose adiós por alguna desavenencia incorregible o, por algo imperdonable que aun sabiendo que le amas, tu orgullo es mucho mayor para poderle perdonar ese posible engaño. 
Era un ambiente increíble y las notas musicales se difuminaban hasta los jardines, extensión del mismo salón, lugar a donde las parejas acudían a tomar un poco de aire fresco y a beber una bebida fría, enfriadas por grandes témpanos de hielo, pues aún no se inventaban los aparatos para este efecto. 
En el firmamento, como escondiéndose, no por timidez, sino por recato y para no hacer un mal tercio; ella, la luna llena, muy condescendiente con aquellas parejas, se veía entre las montañas escabulléndose entre nubarrones claros, pues, no había nada de contaminación, pues aun se utilizaban los carruajes jalados por corceles hermosos, de pura sangre, bien cuidados por los conductores.
En las manos de las señoritas, finamente envueltas en guantes de telares finos, manos encerradas en la mas fina de las sedas; en una sostenían una copa con un elixir traído de Europa, vinos y champanes de los mas finos, para esa ocasión, en su otra mano sostienen con gran recelo, junto a su abanico y sin la mas mínima idea de devolverlo; un pañuelo, que su acompañante, el caballero, le había dispuesto para secar su delicioso sudor, el cual inundaba como un perfume de gardenias el salón. Mientras que, ese pequeño y cuadrado trozo de tela importada, emborrachado previamente a la fiesta, con la mejor de las colonias; tambien importadas del viejo continente, que con un breve y gentil toque sobre la piel de la dama, ella percibía y grababa en su mente ese aroma, un perfume del amor. 
Ellas, con sus frondosas cabelleras adornadas con pequeñas diademas de diamantes y colgantes en sus pequeñas orejas y otras mucho mas grandes, adornando a sus aprisionados y voluptuosos senos; aunque éstos fueran pequeños, de cualquier manera los hacían verse colosales, robando a cada que se pudiera una mirada codiciosa del caballero que las acompañaba, quien, tambien lucía un traje fino, telas de la vieja Inglaterra, de colores oscuro, sobre su solapa una flor nacía, queriendo explotar en colores y de su pequeño bolsillo en su traje,  asomaba tímidamente un pañuelo, quien solo era ornamental, para darle ese toque de alto alcurnia a la personalidad del caballero. En su rostro, sus labios eran delineados por un bigote coqueto a la Pedro Infante. Y, no olvidemos la manera de expresarse, tanto su expresión corporal, como su elocuente y singular manera de hablar; tal cual, un orador subido en uno de los mas importantes escenarios mundiales, recitando los mas ilustres y famosos poemas. 
Ellas, agitando rítmicamente sus abanicos artificiales y tambien, los propios y naturales, que le daban a esos ojos, una mirada coqueta, mirada invitadora a inspirar el próximo piropo; los cuales venían e iban por todo el lugar, pues, material inspiratorio había por doquier. 
Las damas, con sus vestidos largos, especialmente comprados e importados, para esa noche; pedidos con mucha antelación y con el mayor de los cuidados para no encontrar entre aquella multitud una copia exacta de su original y exclusivo diseño. 
Frente a la enorme orquesta, el director y propietario de la misma, haciendo alarde de elegantes movimientos frente a sus empleados, todos elegantemente vestidos y extrayendo a sus instrumentos lamentos angelicales en cada acorde musical, sin necesidad de ser amplificados por aparatos que en el futuro ensordecerían al mas sano, creando nuevas especialidades medicas para una generacion de jóvenes sordos.
Los meseros, quienes se podían disimular entre los invitados a esa fiesta, con galantería y movimientos acrobáticos, sin desperdiciar una sola gota de aquellas deliciosas bebidas y siempre con una fresca sonrisa, en sus rostros, disfrutando de su importante trabajo. Y, como no, pues se estaban codeando con personalidades de la alta sociedad de esa vieja y perdida ciudad. 
En lugares muy bien escogidos, como fieles trincheras a la espera del enemigo, muy bien acomodadas en el enorme salón y en ellas las mesas muy bien ornamentadas, los mas preciados y exigentes tesoros de la familia, los padres y abuelos de toda esa juventud que se encontraban en el salón disfrutando de una noche como pocas, perdidas en el tiempo. Ellos, los poderosos, que un día estuvieron en el centro de aquel salón, que hoy día ya no existen ni sus escombros.  
A ellos, a quienes deberías de pedir permiso con toda la educación jamas aprendida en escuela rural, mas bien, en los hogares, esas clases de etiqueta que con el pasar del tiempo fueron obsoletas, al grado de desaparecer, quedando nada mas que en la memoria de nuestros abuelos, ¡esos seres tan educados como ya no hay!
La noche avanzaba y a las afueras de ese precioso y colonial salón, en el centro de esa ciudad perdida en el tiempo, completamente iluminada con los enjambres de telarañas, en los cielos del edificio, con miles de velas aromáticas, tambien traídas del extranjero; y es que, en esos dorados tiempos, el dinero abundaba y todo era comprado en el extranjero y por ello, las riquezas estaban a la mano de los allí presentes esa noche. 
Entre los invitados:  Presidentes, embajadores, gobernadores, alcaldes, comerciantes, hacendados. La miel y nata de la sociedad. En los jardines de aquel majestuoso lugar, les decía, caminaban las parejas tomadas del brazo. Ellas, con su mano descansando en el brazos del joven caballero, quien se extasiaba con ese breve toque entre ellos; solo con mirarse, era suficiente. Siempre guardando su castidad, para el privilegiado caballero que la desposara, en otras palabras, las señoritas atesoraban su virginal pureza, para entregárselo a quien su corazón eligiera y para ese día, otra inolvidable fiesta, otro evento social. Nada parecido a éstos tiempos, ni copiados son el peor papel pasante, a la sociedad de hoy, al ritmo vivido por nuestra juventud de hoy día. 
A la par de las parejas o un poco mas atrás, las nanas de las señoritas, vigilantes; tal cual el mejor de los guardaespaldas, dispuestas a dar la vida para proteger la castidad de su amada niña a las cuales amaban como tal y muchas veces, tan entregadas a ellas que sacrificaban su derecho a ser madres y cuidar a sus propios hijos, por ellas, las señoritas de la casa. Mujeres fieles hasta la muerte, pues habían llegado a servir a esas casas desde niñas y de ahí el amor para con sus patrones. 

Yo, fiel testigo de esas invaluables noches, de bailes sociales, deseando crecer pronto para ser un actor más en escena y no un simple espectador. A mis cortos diez años, mis ojos sin sueño, atentos a fotografiar y guardar esas imágenes en mi pequeña cabecita y, si lograba tener la suerte de observar a una intrépida pareja, besándose clandestinamente, no sin antes haber sobornado sentimentalmente a la nana; a mi, se me hacia agua la boca y de inmediato cerraba mis ojos y poseía con mis labios a mi mano, propinándole un beso apasionado, ensalivando mi pequeña mano, a la que luego limpiaba con mi pantalón; practicando para estar listo cuando ese momento me llegue. 
Las velas en sus candeleros y en los postes con farolitos, hacían su mayor esfuerzo por opacar la luz de aquella luna llena, que ya entrada la noche, se negaba a abandonar el lugar, con las primeras auras de la madrugada, iluminaba increíblemente todo aquel moderno pueblo. Mientras que algunos de los invitados, ya cansados, se dirigían a sus carruajes; se veían al pie de los espectaculares y lujosos carruajes a los caballeros, como besaban la mano de su amada y de las posibles suegras, deseándoles, la mejor de las noches; aunque, era evidente que el día estaba próximo a nacer nuevamente, como lo hacía cada 24 horas.

Perdido en mis adentros me encontraba recreando mi mente, extrayendo del baúl de mis recuerdos éstas invaluables joyas del recuerdo bien guardadas en mi mente, las veía con tal nitidez como si el tiempo se hubiera detenido en una eterna noche, esa noche a mis cortos diez años. Cuando fuí interrumpido por una vos tan dulce como el mismo pensamiento.

_¡Abuelito! ¿qué haces, que no me prestas atención? Me distrajo de mis recuerdos, uno de mis pequeños nietecitos, que hacia un buen rato, le habia encomendado una tarea un poco dificil de llevar a cabo en corto tiempo; para que me permitiera remembrar esos días en mi vida, que jamas volverán. Pues, los tiempos modernos han acabado, han asesinado esa virginal pureza y ese místico candor de aquellos viejos tiempos que ahora se niegan a morir dentro de mi. Y, que ahora todos se ríen, se burlan de esos momentos, a los que cada minuto yo atesoro, como pepitas de oro, algo que ahora ya no se ve. 
Ya no respetan los tiempos del ritmo de la vida, todo es tan rápido, que cuando sentimos estamos viejos y otros muertos en vida en plena juventud, sometidos a las drogas, a las adicciones y a las pandillas. Por ello, doy gracias a Dios por haberme permitido vivir en esa tan recordada y añorada época. Lo siento por mis hijos y mis nietos, que están viviendo en tiempos de decadencia social. En tiempos postreros, a la vuelta del final apocalíptico.
_¡Abuelito! ¿qué cosas dices? ¡no las entiendo, mejor juguemos! 
_¡Juguemos mi amor! 



  

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