miércoles, 26 de noviembre de 2014

La almohada rosada con lunares fluorescentes, de By

En el cuarto, se sentía el olor de la soledad. Una ventana sin abrir, con cortinas desteñidas por el olvido; un escritorio, lugar de las tareas infantiles; la alfombra de círculos de colores al pie de la cama; la cama, que un día pareció ser inmensa, tan grande, al igual que el pequeño lugar en donde yacía olvidada durante varios años. Sobre ella, una sabana adornada con  cuadros de colores; sobre esa sábana, unos almohadones suaves, que guardaban con mucho recelo la forma circular de una pequeña cabeza, y más allá, refundida entre todos esos almohadones y muñecos de trapo, una pequeña almohada de color rosado desteñido, con lunares blanco-plateado; parecía que se llevaba el mismo tiempo de estar en esa habitación vacía, escondida entre las almohadas y muñecos de tela, éstos parecían protegerla, aun a costa de sus propias vidas, si es que ellos la tuvieran, parecía que sí...

El perro, comenzó a ladrar al escuchar como se abría la puerta principal de la vieja casa. Al ver quien llegaba con sus viejos amos, se hizo hacia atrás, gruñendo a la desconocida, los viejos le llamaron la atención, pero la joven les llamó a la calma y colocándose en cuclillas, con mucho amor le habló a un perro blanco con manchas de color café, al llamarlo por su nombre, éste dejo de gruñir y su cola empezó a batir, se acerco tímidamente hasta donde la joven desconocida a quien su vista quería reconocerla; pero, no era posible, sin embargo, su oído la había querido recordar y al estar cerca de ella y llegar a su fría nariz la cual se movía rítmicamente, un olor agradable para él, por un rato vaciló, pero en su mente perruna de inmediato se dibujaron los juegos entre un cachorro y una niña, de pelos largos y cara pecosa; entonces ambos se fundieron en un cálido abrazo. Ella lo alzó y contra su pecho lo apretó, él, cómodamente se acomodo sobre el pecho de la joven, pero muy agitado y sentía que su corazón lo abandonaría y su cola se abatía, tal cual ventilador en pleno verano. Luego de varios minutos acomodados todos en la vieja sala, ella se levantó y corrió por las escaleras, como lo solía hacer cuando vivía ahí; hasta llegar y detenerse frente a una de las puertas, a la par de ella, el perro de color blanco y café. Cunado la señorita toco el picaporte para abrir la puerta del cuarto, el tiempo quiso darle la bienvenida y en su mente un torrente de recuerdos volvieron de golpe.  Por el lado de adentro del cuarto, no entró la joven señorita, sino, una niña, de pelos largos y desgreñados, de color rubio y de cara blanca y pecosa, de piernas flacas, como el resto de su cuerpo, el perro se adelantó y de un brinco sobre la cama se echó; él, seguía moviendo a su cola y su corazón no dejaba de latir, como hacía tanto no lo hacía. 
Ella, aun como una niña, recorría toda la habitación. Acarició a las viejas y amarillentas cortinas dañadas por el sol de las mañanas; luego con un poco de esfuerzo, logro abrir la ventana, pues siempre le gusto ver el mundo desde ahí, abrió las puertas de par en par y aspiro todo el aire que le fue posible, luego se volteó y vio junto con un suspiro a su escritorio hecho de palo blanco, sencillo, pero lleno de bellos recuerdos, al pie de las patas de la mesa, un polvo, que no era otra cosa, que los residuos de una madera apolillada, se abalanzó sobre él, extrajo la pequeña silla de entre la mesa y se acomodo en ella, tomando el cuidado de no desbaratarla, acaricio a la tabla de la vieja mesa y su garganta se le ennudó. Entonces, con esa molestia en su garganta, se volteo y vio al pie de la cama a esa alfombra de círculos de colores, esa alfombra que siempre acarició sus pies desnudos todas las mañanas de su infancia, se quitó de sus pies, sus tacones altos y finos, para no causarle daño a la vieja alfombra, la misma que muchas veces la hizo volar a través de la ventana y la llevó por lugares mágicos con sus pies descalzos. Entonces, una vez parada sobre su alfombra mágica, se tumbo sobre la que un día fué una cama tan inmensa, como el mismo mar, como el mismo desierto, como el miso cielo estrellado, al caer sobre ella, boca arriba, de una fue lengüeteada por el perro con mucho amor, ella lo hizo a un lado con mucho cariño, pues todavía en el techo la esperaban: una estrella y la luna sonriente, esos y muchos otros, que le guardaban el sueño cada noche, la garganta le apretó mucho mas fuerte, que no pudo evitar que de ella saliera un leve grito, acompañado de muchas lagrimas que brotaban de sus ojos verdes, de inmediato cogió a un almohadon para silenciar a su llanto; entonces descubrió a sus compañeros de aventuras, sus muñecos de trapo: un gato con botas y una gatita pies ligeros. Los acarició e hizo que ambos se besaran, ellos, sintieron volver a la vida, pues llevaban años sin poder entregarse su amor de gatos, uno al otro. Imitó la vos de ambos y así pudieron hablarse y decirse lo mucho que se amaban, cosa que no se decían desde hace muchos años. 
Ésto, hizo que quedara a la vista, una almohada rosada, desteñida, con lunares blancos-plateados, al verla dejo de lado a sus muñecos de trapo, dándose de besos apasionados y con mucho cuidado, extrajo de la protección del resto de almohadones a la tímida y pequeña almohadita, rosada, la llevo hasta su rostro y la besó, como quien besa al ser amado, que vuelve del campo de batalla después de años de batalla; ella, aspiró de la almohadita un olor particular, ese que la almohadita guardaba celosamente, olores de sudor, provocados por un mal sueño combinados con leche de biberón, ambas, fueron felices de volver a encontrarse y con seguridad, que a partir de ese día, no se volverían a separarse; jamás... ¡Nunca jamás!...   

No hay comentarios.:

Publicar un comentario