miércoles, 11 de febrero de 2015

A, lo Romeo y Julieta


El sol se retiraba resignado como cada día hacia las montañas a morir y en el bosque alguien se impacientaba porque pronto luego de mucho tiempo llegaría de nuevo y podría contemplarla, admirar su belleza y entregarle todo su amor. Por fin el sol murió y el manto negro se apoderó del inmenso cielo; su color era el indicado, en respeto a la muerte del que por horas reinó en lo más alto. Mientras se velaba al sol, fue apareciendo muy tímidamente, pero bien arreglada pues, hoy era la gran noche una por la que había esperado tanto y que por respeto al astro rey, no salió de inmediato o a lo mejor, se tardo en salir mientras se ponía más bella que nunca. 
Fué entonces, que en el firmamento acompañada de sus chaperonas, por ser aún una doncella, apareció, impresionante; había valido la pena tanta espera, pues, cuando se colocó en su lugar para ser presenciada y admirada, sus chaperonas, las estrellas, se sintieron opacadas y se escondieron, no muy lejos pues, ellas deberán guardar su honra. 
Y... Brilló; la luz plateada baño con su luz el firmamento, rescatando a todo ser vivo de la plena oscuridad en que estaban sumidos, debido a la muerte del sol. Cuando ella, la Luna llena se apodero de su trono en lo alto, su hogar de cada noche, pero esta vez era especial pues, ahora estaba en plenilunio; desde que ahí llegó abrió sus enormes ojos, de donde salieron un par de rayos esplendorosos, en ellos se veía la desesperación por encontrar a alguien, ese alguien especial, ese que se busca entre la multitud y que cuando es encontrado, toda la multitud que lo cubría desaparece pues nadie más es importante para ella, más que el ser amado. De ésto se trataba el desespero y no podía disimularlo, lo buscaba ahora con ansiedad; un poco más tarde que de costumbre, sobre el peñasco más alto que pudo hallar, lugar en donde solo había logrado sobrevivir un pequeño pero muy frondoso árbol enano; era de corto tamaño, porque en el lugar no pudo crecer más, por la escases de nutrientes y de tierra fértil, entre otras cosas necesarias para que un árbol llegue a completar su estatura normal, pero ésto, no le importaba pues, de cierta manera el enano árbol era el más alto del bosque y cuando era observado por sus hermanos, todos lo veían; viendo hacia el cielo y eso lo enorgullecía. 
Junto a él, aún escondido y escaneado por rayos plateados que venían de los ojazos de la luna, se encontraba un agotado, enamorado y tímido joven, quien se preparaba para verse bello ante su amada; cuando el enano le indicó que se veía muy bien, fue apareciendo en escena, con paso lento y cabizbajo, no por ser demasiado tímido sino, para ver bien por donde caminaba aunque la iluminación era inmejorable. 
Al fin, llegó al borde de tan enorme peñasco, se sentó, elevó su cara, meneo muy lentamente a su larga y frondosa cola y, se dió la magia. Los enamorados por fin se vieron directo a los ojos y por un buen rato se vieron con ojos de gran amor, sin emitir un solo sonido se amaron en total silencio. Nada podría sustraerlos de su inmóvil situación, una de embelesamiento, ese embelesamiento que solo puede ser causado por dos corazones completamente enamorados. En el firmamento, las estrellas a una distancia prudente, observaban a los enamorados sin decir nada, solamente se tapaban a sus labios pues, en ellas, una leve y maliciosa sonrisa se esbozaba, causada por el hecho de ver a los enamorados. En el fondo del acantilado y más allá en el bosque, tambien escondidos tenían a sus observadores escondidos, quienes contemplaban a la hermosa imagen, del par de enamorados. Todo se veía en negro, solo ella, La Luna, brillaba con un esplendor especial, ese que solo da el amor, y es, como debe de ser, la dama es la que debe siempre sobre salir por su belleza, lo demás carece de importancia. Esa estampa quedó grabada en las retinas de todos los que eran testigos del momento tan romántico. 
Con seguridad, en algunas otras partes del planeta, parejas de enamorados contemplaban a la Luna en su plenilunio, en lo alto del firmamento, el que aun a pesar de todo seguía en duelo, pero éstos otros enamorados, se decían _ ¡Mira que luna tan hermosa nos ilumina esta noche en que mi amor te vengo a entregar! Yo, les digo: ¡¡Falsos, mentirosos!! Pero les entiendo, ellos ignoraban lo que en realidad sucedía en esa noche de Plenilunio.
Por fin, luego de observarse y enamorarse más uno del otro; el lobo levantó su pata, como perro pidiéndole a su amo que le comparta un trozo de pan, dándole un golpecito en su pierna. Cuando ésto pasó, sus garras brillaron dejando escapar de ellas, luces plateadas que brillaban e iluminaban a todo el lugar; era el toque del amor, la plateada luz haciendo contacto con su amado, quien no dejaba de observarla y de amarla.
Así, se amaron por toda la noche. Se los digo yo, que fuí fiel testigo esa noche desde mi tienda de acampar pues, mientras mi hijo que me acompañaba, dormía plácidamente, pues no temía a la oscuridad porque en el bosque no la había, esa noche yo tomaba café, sentado sobre la raíz de un enorme y bello árbol y veía como la enorme Luna llena se acercaba cada vez más hacía el peñasco, donde se encontraba tan intrépido enamorado casi a punto de caer al vacío; pero el amor los protegía y la luna jamás lo habría permitido, se veían tan cerca uno del otro. Por un momento recordé la escena de Romeo y Julieta frente al balcón, diciéndose palabras de amor uno al otro, en completa rima. Realmente fué hermoso, que ahí me quede observándolos. 
Les confieso que los envidie pues, jamás vi tanto amor en dos personajes tan diferentes, luego pensé, _Para el amor, no hay fronteras, ni clases sociales, mucho menos razas y colores; ese es el verdadero y real amor. 
El inquieto animal, uno salvaje, se veía tan tierno y la Luna, nunca antes vi una tan enorme, tan redonda, tan perfecta, tan iluminada, ahora los veía casi pegados uno al otro, como si ella hubiera perdido la compostura y sus chaperonas se hicieron del ojo chico, pues, podría jurar que ella llegó hasta él y lo beso. 
El tiempo para el amor es corto, demasiado corto diría yo y para ellos no había excepción. Por el horizonte, se vieron llegar los primeros colores de la madrugada, sí, los rayos de sol, quien regresaba a reclamar su lugar. Las estrellas se hicieron junto a la hermosa Luna, una muy enamorada, que se negaba a retirarse pues, en su corazón, ambos conocían su destino y que deberían de esperar otros 30 días más para volver a amarse. Las estrellas pudieron convencerla y poco a poco se la llevaron, de sus enormes ojos, lagrimas plateadas se hicieron presentes, por el dolor de su separación forzada y tambien por tener la plena conciencia de su desgracia, esa de no poder estar nunca, nunca jamás juntos; ese maleficio, que alguna vieja bruja en el tiempo, les heredó, dejándoles sin la oportunidad de verse y amarse más que a la distancia y una vez por mes; seguramente para hacerles más dolorosa su agonía de verse y no tenerse. _¿Acaso hay mayor castigo para dos seres que se aman tanto que éste? Yo, esa noche pensé, en la soledad que me encontraba, en las entrañas del bosque; y dije, a sabiendas de que mi esposa en la ciudad estaba contemplando a tan hermosa Luna. Entonces, quede absorto como el Lobo por un breve instante y repetí. _ ¡Luna, tu que la vez, dile que la recuerdo y que le mando un beso! Agregué,   _ ¡Dile, que ella es a quien amo y a quien más quiero! 
Mi esposa, en la distancia sonrió y musitó.   _ ¡Yo, tambien te amo, vuelvan pronto!
En ese preciso instante, escuché algo desgarrador, que hizo llorar a mi romántico corazón. 
Ese grito desgarrador me hizo ver al despeñadero, allá en lo alto y no pude evitar dejar caer una lagrima al ver al bravío Lobo, ponerse de pie y emitir desde el centro de su corazón, la desalentadora pena, cuando la Luna ya se desfiguraba por la fuerza de la luz solar.
En lugar del tradicional aullido de Lobo, alcance a descifrar, lo que quizá el enamorado y enorme Lobo le gritó a su enamorada que se había marchado ya.
_ ¡¡Te amooooooooooooooooo!!!






    

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