miércoles, 25 de marzo de 2015

El cachorro y la perrera municipal


Un par de cachorros corrían por la calle, sin cordel ni ficha que los identificara, eran macho y 
hembra, de colores blanco y café, uno de ellos, seguramente la hembra, tenía los colores más vividos.
Sus lenguas casi rosaban el pavimento por la transpiración pues, hacia un tiempo que se habían escapado de algún lugar y sentían por primera vez la libertad de correr por las calles de una pequeña ciudad, a orillas de la gran ciudad.  Ellos, quienes ignoraban del peligro al que se aventuraban, seguían simplemente sus instintos de cachorros y éstos simplemente eran, correr, halarse de la cola, morderse las patas traseras, olerse el trasero, lamerse los hocicos, revolcarse en alguna verja del vecindario. Los vecinos disfrutaban de ver al par de cachorros jugueteando; para los humanos, pero entre ellos, amándose como el más grande amor de adolescentes. 
Pero, como el amor correspondido provoca envidias en algunas malas personas, sin darse cuenta y embelesados de amor llegaron a dar a una casa, en la cual, con sus juegos y arrumacos destrozaron a varios rosales de dicha casa, los dueños del lugar llamaron de una a la perrera municipal, quienes se hicieron presentes con correas, palos periscópicos, y redes, como si los animalitos fueran un par de maleantes, fueron atrapados y confinados a un encierro sin futuro, ambos, uno en cada celda a la par, seguían ladrándose y lamiéndose, sin presentir que su futuro no era del todo prometedor, pero para ellos la vida seguía siendo igual pues, se encontraban el uno con el otro. Sin siquiera tomarse la molestia de ver quien había abierto la puerta del pasillo, ellos seguían con sus caricias amorosas, mientras el carcelero enseñaba a una niña los animales que serían sacrificados sino encontraban pronto un hogar que los adoptara, cuando la niña vió los colores llamativos de la perrita, corrió hacía la jaula que la guardaba y gritó a su madre.
- ¡Ésta quiero madre, mira que hermosa! La niña acarició a la perrita, quien dejó de juguetear con su amigo de aventuras, mientras la niña la sacaba de la jaula y ella le lamía toda su carita.
- ¿Seguro que es ella la que quieres? Preguntó la madre a la niña, quien ya no soltó a la perrita, mientras que en la jaula de la par el perrito de color blanco y manchas cafés, pero de menor intensidad movía su cola y jadeaba con su lengua rosada, como diciendo: _ ¡Venimos en combo! _Llevennos a los dos! ¡Ella y yo nos amamos! 
Pero el perrito fué ignorado y luego de que la perrita salió del largo pasillo, el perrito quedó solo y empezó a gemir de miedo, un miedo no por quedar solo en el frió lugar, sino por el echo de no tener a su amada a su lado para simplemente olerla. 
El celador entró con palo en mano y le somató la jaula y luego le grito: _ ¡Te callas, perro del demonio! y el cachorrito enmudeció; se enrolló y luego empezó a tiritar y ahí quedó abandonado a su suerte, la cual ya conocemos, "si no lo adoptaban sería sacrificado".
El tiempo pasó y la perrita de colores brillantes tambien creció junto a la niña, quien la amaba tanto, dormía con ella en su cuarto, la bañaba, la perfumaba, la peinaba, pero sin que la ahora adolescente se percatará, la perrita por las noches veía a la luna, quien entraba por la ventana del cuarto de la señorita en el segundo piso de la casa, de la pequeña ciudad, lugar en donde un día corrieron libres los cachorritos, amándose como adolescentes. 
En esa noche mientras la jovencita dormía plácidamente la perrita suspiraba pensando y recordando a su amado, ella pensaba, _ ¿sería adoptado? ¿qué será de él, me recordará? 
Y, de sus hermosos ojos, lagrimas corrían por sus lagrimales, mojando su pelaje del hocico. En esta condición pasaba parte de las noches la perrita recordando a su amor de cachorros, al que nunca más volvió a ver y mucho menos, aunque se esmeraba por olfatear los aires que de algún lugar llegaban a su hogar, trataba de encontrarse con el olor del cachorro y cuando salían a sus caminatas con la adolescente, olía todo lo que le era posible, con la esperanza de encontrase con el olor del recuerdo, con el olor del amor. 
El tiempo continuó y la perrita creció y entró en celo la chica tambien maduró y se volvió una jovencita muy hermosa, muchos vecinos quisieron que sus perros se amaran con la hermosa perra, pero ella fue fiel a sus recuerdos y no aceptó nunca a otro perro, por muy bello y fino que éstos fueran.
- ¡Lo siento, pero no son compatibles, quiza para la próxima brama!
- ¿Si verdad nena? ¡ojalá pues, serían hermosos los perritos de su perrita y el mío! 
La chica simplemente sonreía, pero respetaba la decisión de su perrita a quien consentía mucho.
Una de tantas noches, la ahora jovencita despertó de una pesadilla y recordó con ella cuando conoció a su perrita, la vió viendo a la luna, se acercó a ella y la tomó entre sus brazos y esa madrugada observó el dolor de su perrita pues, le vió como corrían por los surcos que el tiempo y las largas noches habían hecho en el hocico de ella y sus lagrimales; la chica la abrazó y llorando le dijo, a su querida amiga, la perrita.
- ¡Ahora recuerdo que en la jaula de al lado había un perrito igualito a tí! ¡por él es que lloras! ¿verdad?
- ¡Yo era una niña y no pude ver que él era el amor de tu vida! ¡pues, si eso fuera hoy los habría adoptado a los dos! 
La perrita quien entendió y vió la sinceridad en las lagrimas de su amiga, le lamió el rostro salado y abrazadas durmieron esa madrugada, sufriendo por lo que fué la suerte del cachorro.
Al mes de aquel descubrimiento y de ahora ser más amigas que nunca, ambas regresaban en su cucarachita color morado de un viaje a la finca de los abuelos y cuando llegaron a casa y bajaron del auto, vieron que la cuadra estaba estrenando de hace días vecinos nuevos, la chica observó que en la casa de enfrente, un chico de su edad, buen mozo, la observaba y en un momento de astucia la saludo; ella, no supo que hacer por unos momentos más luego, respondió al saludo, él se acercó a la chica para presentarse y luego de él estar junto a ella, la perrita no paraba de oler los tenis y el pantalón del chico y su cola se abanicaba como queriendo despegar del suelo y volar por los aires.
- ¡Veo que le has caído muy bien a mi princesa! Ese era el nombre de la perrita. El chico le sonrió y le dijo.
- ¡Seguramente no es por mi! ¡ya verás! El chico se llevó los dedos a los labios y de ahí salió un silbido muy fuerte; luego gritó.
_ ¡¡Rocky!! ¡ven! De la casa del chico salió a la orden de él y su silbido, un perro hermoso de colores idénticos al de Princesa; Rocky, corrió y atravesó la calle y sin importarle su amo, él se dirigió de una hacia donde se encontraba la Princesa, revolcándose sobre la grama, gimiendo de felicidad; el Rocky le mordisqueó sus patas traseras, luego le halo sus enormes orejas y entonces ella rendida sobre la grama y él sobre ella, se lamieron sus hocicos, como alguna vez lo hicieron. El chico le dijo a ella.
- ¡Lo encontré en la perrera municipal, justo cuando iba a ser sacrificado!  Y, ¡ese día lo adopté! 
- ¿En serió?... ¿será entonces?... Ella, lloró solo de imaginarlo.
- ¿Será qué? dijo el chico, tomándola de la barbilla, mientras que los perros no dejaban de amarse.
Ella le contó la historia y las noches de insomnio de la Princesa, a lo que él dijo: _ ¡El Rocky tambien llora por las noches, viendo a la luna! Entonces, dijeron al mismo tiempo los jóvenes 
_¡¡Son ellos!! Y, los perros ladraron, corroborando lo recien descubierto por los jóvenes.
Meses después, nacieron de la Princesa y del Rocky, una camada de cuatro perros idénticos a ellos, dos hembras con colores brillantes y dos machitos muy inquietos.

Demás, estaría contar que los chicos se enamoraron y ahora piensan en casarse y que nunca regalaron ni vendieron a sus cachorros, por más que los vecinos les ofrecieron buena lana por ellos. 
Ellos, los jóvenes y futuros esposos, no quieren separarlos nunca más. 
           
                                  FIN




No hay comentarios.:

Publicar un comentario