martes, 24 de marzo de 2015

Las Cartas están Echadas!!


- ¿Debe de ser aquí? Dijo el tipo con papel en mano, según él en silencio, pero las ratas del basurero lo escucharon y corrieron asustadas por el callejón húmedo; en los charcos, alumbraba la luna al tétrico escenario. Él, las vió huir lanzando sus chillidos y continuó viendo los números del lugar.
- ¡Sí!, ¿acá debe de ser? ¡6-66! Toco a la puerta.
- ¡Toc, toc! Al buen rato, se abrió una puertecita incrustada en la puerta grande ésta, se corrió y del lugar salió una nube de humo gris, y se alcanzó a ver un par de ojos, enormes con las venas reventadas, en ellos.
Antes de que el hombre dijera nada pues, la tos no se lo permitió se cerró la puertecita y se escuchó como los pasadores de la puerta grande se deslizaban permitiendo abrir la enorme puerta. 
Se escuchó un rechinido que erizó al gato negro que dormía sobre la cornisa y de ahí huyó, buscando un mejor lugar para pernoctar la fría noche. Cuando la puerta se abrió, de ella salió más del humo gris y el olor a azufre se mezcló con su loción, Hugo Boss, haciendo una combinación asquerosa.
- ¡Hueles rico! Dijo el portero, con un acento de ultratumba. _ ¡Pasa te esperan! 
El tipo lo vió y se extrañó con lo que le dijo el enorme portero, sí ni él sabía que llegaría, pues, aún tenía dudas de lo que hacía.
Entró al lugar y lo único que pudo ver, fué una mesa redonda al centro de la muy oscura sala, en el lugar tres bultos, los cuales ni se movieron, simplemente siguieron sacando humo de sus alargados cigarros o porros, de los cuales ni la ceniza se movía. 
El grandote lo invitó continuar hasta la mesa y éste con muchas dudas, caminó sin poder ver absolutamente nada a su alrededor, siguió hasta que llegó justo a la par de la mesa, en la cual solo había una silla vacía, los tres lo vieron y luego vieron la silla vacía, el hombre entendió la invitación y se sentó; ya acomodado en el lugar seguía únicamente la mesa y sobre ella una vieja bombilla la cual, por ratos se balanceaba como péndulo, y por otros instantes quedaba quieta, como si alguien la detuviera de su movimiento.
El tipo vió el rostro de los tres personajes sentados y solo vió de sus rostros lo que la bruma le permitió, en uno de ellos; unos ojos rojos como sangre, de otro un vacío profundo, y del tercero unos ojos azules con pepitas negras, muy negras. Los tres echaban humo, mucho humo. Uno de los tres dijo.
- ¿Traes tu ficha? sino, ¡vete! El hombre, con un temblor en sus manos extrajo de su gabardina una ficha de color blanco. Los seis ojos quedaron con un asombro que no pudieron evitar; el grandote, desde el fondo no pudo tambien evitar que se le escapara un gemido de asombro y de inmediato tapó con sus sucias manos a su enorme boca y vió hacia el cielo como si se pudiera ver algo.
- ¡Bien! Dijo alguien. ¡Empecemos el juego! Y se asomaron unas manos, que tomaron el mazo de naipes. El chico de la ficha blanca, dijo tímidamente.
- ¡Quiero otro mazo!, ¡uno nuevo, por favor! Entonces el tipo de los ojos, sin ojos saco su mano nuevamente, una huesuda con una uña larga y blanca con orilla amarillenta y la puso sobre el mazo negado y luego de darle un sutil golpe con esa uña larga que se extendía de una mano huesuda,  el mazo de naipes se incendió hasta que simplemente se convirtió en una pequeña nube de humo, el cual ascendió hasta el foco; de inmediato, otro mazo  fué colocado sobre la mesa. El de ojos rojos muy rojos, quiso tomar el mazo con su pezuña, pero el chico dijo _ ¡No! ¡Él! señaló al de los ojos azules con pepitas negras. Éste tomo el mazo y lo barajó como todo un profesional que era, hizo una serie de suertes con el naipe y la baraja le obedecía quedando el chico recien llegado, maravillado de lo que sus ojos veían. Por fin, el huesudo dijo_ ¡Ya basta! ¡Juguemos! Mientras que el de ojos rojos exhaló un gruñido como apoyando al otro. 
El de los ojos azules y pepitas negras, lanzo las cartas, estás iban cayendo con gracia y se colocaban de manera armoniosa frente a cada quien. Al terminar cada quien tomó sus naipes y el muchacho dijo, con la voz entre cortada. 
- ¡Las cartas están echadas! Como queriendo decir, no hay marcha atrás. Cada cual las tomó y vió lo que la suerte les había deparado, de la frente del joven corrían gotas de sudor mientras el resto solo movían sus ojos sin expresión alguna.
- ¡Apostemos! Dijo el de los ojos rojos, muy rojos. Y, cada uno lanzó su ficha, el huesudo de ojos sin ojos, lanzó la de él, una negra toda demacrada, mientras que el colorado, de ojos muy rojos lanzó la de él, una roja que hizo que en el lugar donde cayó saliera humo, luego lanzó la de él; el de los ojos azules con pepitas negras, otra ficha blanca como la del hombre nervioso, solo que a ésta se le veía que había sido rehusada mucho, por muchos juegos. 
Por último, el muchacho lanzó la que le pertenecía y mientras esta volaba haciendo cabriolas por el aire, los tres tahúres la seguían con sus ojos, sin poder evitar la lujuria y deseo por esa ficha. Por fin, se hizo con el resto.
Todo quedo en silencio, mientras veían sus cartas, todos tenían un juego inmejorable, legal o ilegal, honesto o con trampas, quien podría decirlo. 
El muchacho vió la suerte que las cartas le deparaban y repitió, pensando que nadie lo escucharía.
- ¡Bueno, la suerte esta echada, que sea lo que sea! El resto, menos el de los ojos azules con pepitas negras, sonrieron, se escuchó un tronido de huesos y tambien somatar sobre el piso una cola bifurcada con mucha fuerza. El muchacho y el de los ojos azules con pepitas negras, se vieron fijamente entre sí, los otros dos no se percataron pues la emoción les invadía.
Cada uno de ellos pidió una carta, menos el chico, quien se repetía:  _ ¡La suerte ya esta echada! Ésto los emocionó más y se escuchó nuevamente los huesos y la cola. Mientras que la ficha del chico simplemente brilló en medio del resto de ellas.
- ¡Bueno! Dijo el huesudo, poniendo sus cartas sobre la mesa, nadie podrá ganarme esta vez y dirigió sus brazos huesudos hacia la fichas para tomarlas, como virtual ganador. Pero en ese instante dijo el de los ojos rojos, muy rojos _ ¡No! ¡yo gané! y colocó los naipes sobre la mesa y efectivamente su juego era mejor, el chico simplemente tragó saliva. Pero cuando el de los ojos rojos, muy rojos, quiso tomar las fichas con sus pesuñas, El chico dijo:  _ ¡Un momento! ¿Creo que ésto le gana a ambos?
Y colocó sus naipes sobre la mesa y sí, su juego era mucho mejor, el huesudo rió dejando escuchar a sus huesos vibrar, mientras que el de los ojos rojos, muy rojos ya enojado dijo: _¡Has hecho trampa! ¡Yo he ganado y tu ficha me pertenece! Se levantaron de golpe el huesudo y el colorado, tomando de un brazo cada quien al chico. Éste muy asustado repetía _ ¡He ganado honestamente!
A lo que entonces el de los ojos azules, muy azules y de pepitas negras muy negras se puso de pié y cuando lo hizo, todo aquel lugar se iluminó y la ficha del chico se elevo junto a la del los ojos azules y pepitas negras; todos quedaron inmóviles y dijeron al unisono. _ ¡Tú otra vez! Éste les respondió _ ¡Si! ¡tramposos! ¡El chico ha ganado y me ha ganado a mi tambien! ¡su hora no es aún! Irguió sus enormes alas y las agitó, provocando en el lugar un torbellino, el huesudo reviró por un lado y el colorado por el otro y la ficha del chico se elevó por los aires hasta que se posó en la palma de su mano derecha. 
Y, en ese instante se escucharon los instrumentos en el Hospital Central y el Dr. Marroquín, quien dijo
- ¡Lo recuperamos! ¡esta de nuevo con nosotros! ¡Se pondrá bien! ¡Que susto nos dió! El Dr. Marroquín, ordenó el medicamento y salió del cuarto de operaciones mientras que Lily, la enfermera, le dijo: _ Dr. no era su hora ¿verdad?  El Dr. Marroquín con una sonrisa en sus labios dijo  _ ¡No Lily! ¡No era su hora! ¡Aun le queda mucho por vivir!
Mientras que ésto pasaba un hombre vestido de enfermero de ojos azules con pepitas negras muy negras, abrió la mano del muchacho y tomo la ficha blanca, se la metió en la bolsa y luego sin que nadie se percatara de él, se retiró del lugar. 
Pero el chico, aún adormitado por la anestesia lo vió cuando se fue y dejó la sala. Pero, antes de salir de ahí con sus alas hizo desaparecer del lugar al huesudo de ojos sin ojos y al colorado de ojos, rojos muy rojos; quienes se hicieron nada cuando fueron tocados por las alas del Guardián de las causas justas, un Ángel, con los ojos azules y con pepitas negras, muy negras.

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