lunes, 29 de junio de 2015

Mi chica de ayer 2


Hoy me he levantado un poco tarde, tal vez por ser fin de semana, claro eso debió ser. Me preguntó. 
_ ¿Dónde podrá ella, ahora estar?, coloco mis pantuflas y camino el mismo camino de ayer, hasta llegar a mi ventana y claro, ¿dónde  más podría estar? 
Ella, luego siente mi presencia y voltea a ver y veo lo que un día me hizo enloquecer. Parado quedo ahí, frente a mi ventana, el tiempo se me escapa sin yo saber, que la vida sigue su camino sin importar que tan enamorado yo todavía hasta el día de hoy por ella aún esté. 
Ambos en lo nuestro, ella cuidando las rosas, en ese jardín que vaya si a crecido; sumida en su tarea, rodeada de bellas rosas de variados colores y a su rededor ansiosa abejas queriendo el néctar beber, pero con respeto, sabias su turno saben esperar. 
Yo, vigilante sin poder dejar de ver, cautivado por aquella mujer, enamorado cada día más de ella, con paciencia la espero, hasta que su trabajo ella quiera terminar, aunque con seguridad mañana ahí de nuevo ella estará y yo como hipnotizado aquí parado en mi ventana, esperándola para nuestra vida poder seguir, hasta que llegue el final, al que ninguno de los dos le tememos pues, la vida nos ha dado todo, como juntos amanecer y quedar ahí hasta el anochecer. 
En ésta cama hemos visto nacer a nuestros hijos, los cuales ya se han marchado y cada semana vuelven para ver éste hermoso jardín que ella con tanto esmero ha logrado mantener. 
_ ¡Hola! ¿Hay alguien en casa? Llegaron, son nuestros hijos, se me había olvidado que hoy era fin de semana, lo que pasa es que mi cabeza sigue dando vueltas, algo que no me deja saber en que día estamos, solo tengo cabeza para perseguirla y observarla atentamente, seguro es porque sigo tan enamorado como esa vez que con un beso me sorprendió y casi al suelo caí, pero solo un par de segundos fue lo que desfallecí.
_ ¡Sí, son ellos! Mis hijos, cuando llegan corren al jardín a saludar a la que les dió la vida, esa hermosa mujer de larga cabellera que un día de color avellanado fue, brillaba y cambiaba de colores al igual que alguna de las flores de su bello jardín. Desde ese lugar mis hijos tambien me saludan y yo les devuelvo el saludo, simplemente levantando mi mano, ¡oh cuanto los amo!
_ ¡Hola abuelito! Se trata de mi nietecita, quien es la única que sube a mi cuarto para mi cara besar, me pide que la cargue para así poder ver al jardín.
_ ¿Abuelito, qué, tanto miras por ésta ventana? Pregunta la niña precoz, con picara sonrisa, la misma  que de ella heredó, yo pienso, con esa sonrisa no te será nada dificil encontrar el amor. 
Me toma de la cara y después de mis labios besar, me insiste con la misma pregunta, esa, de ¿qué hago mirando tanto hacia el jardín? Con su sonrisa en labios me es dificil concentrarme pues, recuerdos de inmediato se agolpan en mi mente.
_ ¡Abuelito, debes de reaccionar!    ¿Acaso no me puedes escuchar? 
_ ¡Estás viejito!    Acaso, ¿te debo gritar? 
Que ocurrencias, algo que me da tanta risa, y ella tambien se ríe y su sonrisa me vuelve a privar, pero reacciono pronto pues, no quiero de sus labios oír que un viejo ahora soy.
_ ¡Eh! ¿qué me has preguntado amor? Ella coloca sus brazos en la cintura y con rostro de extrañeza me vuelve a preguntar.
_ ¿Qué tanto miras por esa ventana, abuelo?
Yo vuelvo mi mirada hacia el viejo y bello jardín y ella sigue ahí, mis ojos la siguen muy enamorados como el primer día en que robar mis rosas la vi. Y con mucha nostalgia y voz de adolescente colgado y sin quitar mi mirada de ella, por fin le respondo la pregunta a mi nietecita.
_ ¡Lo qué por ella siempre veo mi amor, es!  ( ... )
¡A mi chica de ayer!   

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