miércoles, 17 de junio de 2015

Noche de amor y terror ( Publicación 600 )


Salimos tomados de la mano de aquella fiesta improvisada, yo sentía que era el dueño del mundo; tanto tiempo esperando encontrarme con ella y más, estar unidos como era esa casi medía noche, que sin emitir una sola palabra por el pueblo solos y tomados de la mano por sus calles polvorientas a la luz de la luna, hacia su casa la acompañaba, después de pocos minutos de caminata, llegamos a la esquina lugar de la iglesia del pueblo, ahí cruzamos y descendimos por una pequeña calle rodeada de humildes casas de adobe y techos de color rojizo y quebradizo, mientras avanzábamos, nuestras sombras nos adelantaban como cinco metros. Cuando habíamos avanzado aproximadamente unos cincuenta metros, de la iglesia calle abajo, ella por fin dijo.
- ¡Llegamos, aquí vivo! Yo sentí como si solo hubiera pasado un segundo y que flotando hasta ese punto habíamos llegado.
- ¿Llegamos? ¿acá vives? Ella con carita de desconsuelo me dijo que si moviendo su carita de ángel, por la que ahora suspiraba y que desde el primer día que la vi, ella vivía en mi mente y mi corazón. Ella me dice.
- ¡Voy a entrar, mañana hay que madrugar para hacia la capital viajar! esas palabras resonaban en todo mi ser como algo frío y tenebroso, saber que la tenía ahí frente a mi, los dos solos en la noche oscura y que mis piernas estaban congeladas, mientras que mi estomago me provocaba sensaciones que no podía evitar y al escucharle decir: " que era hora de irse " yo sentía morirme.
- ¿Ya te vas? Dije con una cara triste y casi tartamudeando; ella me miraba a la cara y con su carita me decía que si. Mientras, mis manos me sudaban y el estomago no me dejaba ni por un momento tranquilo, mi cabeza me exigía que hiciera algo, que aprovechara el momento: " Un lugar solitario, la oscuridad de la noche, ella esperando frente a mi, y el saber que el tiempo era mi peor enemigo y que se me iba como agua entre mis dedos " eso me ponía muy nervioso. 
Cuando por fin pude sentir que mis piernas estaban ahí, sembradas en el suelo y éstas dieron señales de vida quise mover mi pierna para acercarme a ella, pero, en ese instante ella me detuvo con estas palabras.
- ¡Ya me voy, es tarde! Mis piernas nuevamente se entiesaron; _¡Carajo! me dije y nuevamente, ahí los dos solo viéndonos a la cara con un gesto tonto en ellas. La chica que había deseado por casi seis largos y tormentosos; meses, los cuales ella vivía en mi mente y corazón y que las veces que la había visto siempre estaba acompañada de alguien y que nuestra relación solo habia sido hasta esa noche, hasta ese día, seis meses después de haberla conocido, de haber aparecido en mi vida, y que de pura casualidad hoy la encontré en una fiesta improvisada y que para mi fortuna estaba sola y que luego de solo vernos por casi toda la fiesta, al final tomé el valor y a ella me acerqué, solo para que en ese momento me dijera. 
- ¡Ya me voy, es tarde! Y yo sin más que decir, le pedí me permitiera acompañarla hasta su casa y así fue que ella acepto y de la mano me tomó y por esas callecitas empolvadas caminamos.
- ¡Debo de hacerlo! me exigí y de nuevo mi cuerpo volvió a mi, recuerdo que era una noche de luna llena la que a través del campanario de la iglesia que quedaba en la esquina insistía en vernos, pero se le dificultaba un poco, debido a la altura de la iglesia, el único edificio alto en todo el pueblo. 
Por fín, mi cuerpo respondió a mi suplica y mi pierna logre mover y procedí a dar el ansiado paso; un pequeño paso para cualquiera, pero un gran paso para mi, pues, era el que vencería la distancia entre ella y yo y, por fin el tan soñado beso, de la chica deseada, perseguida y amada en silencio durante esos seis meses alcanzaría. Mi pie se separó del suelo, uno arenoso como todas la calles de mi querido Atescatempa, allá en el oriente de mi país, la cuna del sol. Arenoso, pues, hace como cien años que el coloso volcán El Chingo, hizo la ultima erupción y al pueblo que yace en sus faldas de arena lo llenó, cubriéndolo por completo de una arena muy fina, por cierto que el gigante Chingo, que en ese momento pernoctaba cubierto por un manto negro, el cual no le permitía ser visto, a la espalda de mi soñada y amada amiga. 
Cuando mi pie, entonces pude mover, algo lo detuvo de manera abrupta era una larga y negra sombra que sobre mi pie se posó, impidiéndole moverse, los dos nos percatamos de esa rara y oscura; mejor dicho negra sombra, quedamos helados y asombrados de ver como había llegado hasta mis pies. 
Lentamente sin aun entrar en pánico, aunque debo de confesar que yo estaba que moría aterrorizado y ella se veía palidecida; al tiempo levantamos la vista y lentamente movimos nuestras cabezas hacia el lugar de donde nacía esa negra sombra, para ver quien era el dueño de tan horrenda cosa, muy lentamente íbamos volteando, tomados de la mano y justo en la esquina, lugar de la enorme Iglesia, por ahí aparecieron los tres bultos negros, muy negros, más negros que el manto que cubría al gigantesco volcán Chingo. Por fin, ahí seguíamos tomados de la mano, viendo aterrados hacia donde estaba el dueño de esa sombra y a la par de él, dos más, quienes se apostaron a los costados, uno se coloco a la par de la iglesia, mientras que el otro se colocó en la casa de enfrente de la iglesia, la casa de doña Chonita, en el fondo a la espalda de los tres negros y desafiantes bultos que en ese momento solamente nos observaban, como haciendo algún calculo o algo más terrible, preparándose para nosotros, o qué sé yo. Se encontraba el parque uno con suficiente vegetación, entre los que destacaban tres cocales enormes, tan altos como la misma iglesia y que se balanceaban de un lado al otro, tratando de mantener el equilibrio pues, eran embestidos por un helado viento; más abajo, una sombra negra efecto visual por la unión de varias copas de muchos arboles, apartamento de aves, insectos y murciélagos, que hace ratos eran junto a la luna los fieles testigos de lo que estuvo a punto de suceder, en ellos, las copas tupidas de esos arboles que más parecían un manto negro, tal cual el que cubría al pueblo esa noche y de donde se veían miles de ojos alumbrando, como chilitos de arbolito de navidad pero sin parpadear, debido a la tensión provocada por esos extraños y escalofriantes tres bultos amenazantes que seguían inertes, frente a nosotros y de los cuales, una de las sombras, precisamente la del bulto de en medio la que no me permitió dar el ansiado paso que me pudo haber acercado al cielo estrellado esa noche oscura, muy oscura. Ella con la voz entrecortada me dijo muy quedito y apretando mi mano: _ ¡Debí haberme entrado! A lo cual yo me quede callado pues, podría ser culpa mía lo que ea noche pasara, por el echo de haber estado tan nervioso frente a la chica amada, casi engarrotado y era en mi defensa, algo para mi normal, pues, yo era un culicagado aun y ella una chica con tres años mayor que yo y me imagino que el mismo tiempo en experiencias amorosas, y que eso de que ya era hora de entrarse, no era otra cosa más que invitarme a que me acercara a ella y aprovechara el tiempo. 
Pero eso era algo que ahora no nos interesaba en lo absoluto, lo único que deseábamos, era salir con bien de ese momento crucial y significativo en nuestras vidas.
Luego de varios minutos simplemente observándonos, uno de los tres oscuros e indescifrables bultos, que aun permanecían en el lugar ya descrito, comenzó a avanzar con destino hacia donde nos encontrábamos la chica y yo temblando, debido a los escalofríos que por nuestros huesos sentíamos, el momento de la verdad estaba muy cerca, estaba por llegar. 
Solos y aterrados o mejor horrorizados, de ver como avanzaba lentamente dejando una estela de polvo mientras avanzaba, con paso firme y fuerte, pues en ratos lográbamos escuchar el crujir de alguna rama tirada en el suelo, aplastada y quebrada por el peso de su enorme cuerpo, mientras el tipo o cosa avanzaba, los otros dos se acomodaron como indicándonos, están acabados de acá no hay salida. Y era cierto pues, la calle quebrada abajo terminaba luego de las ultimas covachas del fondo en un tapial con alambres de púas y entre ellas miles de ramas que ahí habían nacido y por tanto, entre ellas crecido, haciendo un muro natural infranqueable, sin salir herido, en ese lugar se escuchaba el sonido somnoliento del correr de las aguas, de un río, el llamado: Tempisque con rumbo a la laguna de Atescatempa. 
Ambos, al ver ya muy cerca nuestro, al bulto o tipo amenazador, solo nos quedó cerrar los ojos y esperar lo peor, el zarpazo final, un camino muy corto caminado y así finalizado con el amor de mi vida junto a mi, y que ahí, terminaríamos juntos y yo, sin haber amado; un niño virgen queriendo volverse hombre con el dulce recuerdo de un beso a bella diosa hecha mujer y es que no me arrepentía de nada, pues, Irazema si que era una mujer joven y bellísima, como lo son todas en ese pueblo, pero entre todas, ella era la reina, la buscada, la elegida por todos. 
De pronto, sentimos su presencia justo a la par nuestra y con los ojos bien cerrados y apretados, solo escuchábamos su desagradable respirar, como si fuera un oso que te respiraba en la nuca, preludio de una muerte segura; nuestras manos apretamos como diciendo: ¡Adiós amor! bueno eso diría yo, mientras que Irazema, tal vez diría: ¡ya ves, debí haberme entrado!
Fué entonces que escuchamos su terrible y horrenda voz, mientras no tomaba del brazo, uno en cada mano, una fría y pesada; por fin de él salió su amenazante sonido...

- ¡Hermanito, vamonos, ya es tarde y mañana hay que madrugar! Irazema gritó de miedo o fui yo, no sé, todo era confuso, pero de que brincamos, ¡eso si! 
Se trataba de mi hermano mayor, mayor por seis años más que los que yo tenía, y los otros dos, eran mis otros dos hermanos mayores que yo, pero menores que el que a la par mía estaba con sonrisa en sus labios y ojos lujuriosos, al ver con quien yo estaba.   
Con tremenda decepción, le dí un beso en la mejía a Irazema y luego camine hundiéndome en las arenas de las pequeñas calles, hasta que llegué al lugar en donde se encontraban mis otros hermanos, quienes al llegar junto a ellos me dijeron: _ ¡Ya es tarde vos y mañana habrá que madrugar para no perder a la única camioneta con rumbo a la capital! Luego de su reclamo, vi que uno se acomodó en un la piedra que salia de la pared de la enorme iglesia, mientras que el otro se acomodaba en la acera de la casa de doña Chonita y al fondo en la arboleda ya toda oscura, pues todos en Atescatempa dormían, incluso las aves, insectos y murciélagos que hace unos minutos curiosos nos observaban. 
Al ver ésto me volví y lo que mis ojos jóvenes e inocentes vieron, me hicieron que de rodillas cayera sobre el suelo arenoso y mi vista hacia el cielo con desgarrador grito de dolor; pues, lo que mis ojos vieron; fué a mi hermano mayor y a Irazema muy bien abrazados y con sus bocas unidas, besándose. 
Yo sentí que todo lo malo, terrible y horroroso pro fin a mi vida habia llegado y lloré hasta que vi como el sol aparecía en el horizonte, dejando ver al coloso que tambien despertaba; mientra, algunos campesinos con rumbo a los sembradíos caminaban, saludándonos. 
Entonces se escuchó un estruendo en todo el pueblo, un sonido que a todos con seguridad despertó pues, ese sonido me trajo a la realidad y a mis hermanos tambien despertó; mientras que a mi hermano mayor e Irazema, los hizo correr hacia nosotros al pasar junto a mi, agitados, gritaron. 
- ¡¡Corran!!
- ¿No escucharon la bocina de la única camioneta que nos llevará a la capital? 
Mis otros hermanos corriendo gritaban: _ ¡¡Esperen!! mientras yo, caminaba cabizbajo y meditabundo, pensando en lo terrible que para mi serían las próximas cinco horas, lo que la camioneta tardaría en llegar a la capital; con Irazema y mi hermano en el sillón de al lado, ¡amándose!

Despues de seis horas llegamos a la capital, el atraso, que mi hermano disfrutó, se debió a un pinchazo. Y, cuando a la terminal de autobuses llegamos y de él nos apeamos, Irazema se acercó a mi y mi mejía besó; repitiéndome: 
- ¡Te dije que ya era Tarde! 
Luego se fue y nunca más supe de ella. Aún pienso, ¿cómo pudo ser esa noche oscura, si no me hubiera engarrotado?

                                FIN



   Tomado del libro: " Historias de terror y horror de un tímido adolescente " de S. Raga

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