jueves, 5 de noviembre de 2015

La niña pobre y el Dr. rico.


Una humilde choza, en cuyo interior agonizaba una niña enferma, de una enfermedad simple, que se complicó por la falta de recursos y de una mala alimentación, la falta de higiene, la falta de los mínimos recursos para poder llevar una vida digna, la madre a su lado con rosario en manos, hincada a la par del único catre en el lugar, lleno de chinches, debajo del mismo mucho polvo y sobre él un perro que siempre dormía seguramente anémico, por lo mismas carencias en ese humilde hogar, la madre suplicaba por la vida de su hija, pues era la ultima que le sobrevivía a siete, que ya habían muerto por causas similares; las paredes, camino de cucarachas que descendían de lo que sería un techo improvisado, se retiraban resignadas a no encontrar nada que comer otro día más, junto a la niña agonizante, al perro moribundo y a los insectos inquilinos del lugar, tambien estaba presente como fiel testigo de la desgracia del lugar una siniestra soledad, la cual fue irrumpida por el padre de la niña, quien esta vez llegó temprano como presintiendo que algo malo sucedía en su casa, abrió la rechinante puerta, por un instante mientras ésta se abrió entró en el hogar un poco de luz natural la misma que tambien estaba por perecer, el viejo y huesudo perro entre abrió un ojo, cosa que le costo y le dolió y sin él percatarse su cola se menió o al menos eso intentó y luego de ese esfuerzo él se desmayó, el padre beso la frente de al abnegada madre que sin importarle quien llegó ella siguió con su rosario, el padre de la desafortunada se acurrucó a un lado del catre, que junto a una mesa de palo, eran los únicos muebles del lugar. 
El padre beso la frente de su niña la cual hervía en fiebre, no pudo evitar que un  nudo se le acomodara en su garganta que sin mediar palabra alguna se puso de pie y salió de su hogar, afuera ya no pudo más y sobre uno de los palos que bordean el barranco, peligro inminente para la covacha, él lloró, como niño que acaba de perder su juguete más preciado; al verlo un vecino se le acercó, pero cuando se percató que éste iba con rumbo hacia donde él se encontraba se fue de ahí, se perdió por el caminito de tierra que a unos metros da con la avenida principal, el vecino al ver que no pudo al alcanzarlo para consolarlo se dirigió hasta la choza y de nuevo la puerta chirrió, esta vez el perro ni sintió.
_¡Con su permiso comadre! entró sin recibir respuesta, llegó hasta la capilla ardiente, lugar en donde la madre se enjuagaba sus lagrimas con su rosario entre manos.
_¡Mi´ja se muere compadre! dijo y ya no pudo decir nada, el llanto la invadió, el compadre se santiguo y a la niña acarició, él tambien sintió esa piel caliente, como hoya de frijoles.
_¡Dios mio! pensó el vecino y compadre.
_¡Llamaré a los bomberos comadre! dijo el señor.
_¿Para qué compadre?, ¡la llevaran al hospital, me recetaran medicinas! ¿y con qué las compro?
_¡Pero comadre, tenemos que hacer algo por la niña o sino seguro morirá!
_¿Pero qué hago compadre, si no tengo un céntimo? El compadre quedó pensativo y un recuerdo lo hizo reaccionar.
_¡Ya vuelvo comadre! y el señor salió corriendo del lugar sin percatarse que al hacerlo destripo a una inofensiba y hambrienta cucaracha que se le a travesó en su camino.
El compadre, quien trabajaba en un hospital privado, uno de esos a donde llegan los más privilegiados de la ciudad, él era el encargado de la limpieza del nosocomio, él recordó al Dr. Rosada, una eminencia en pediatría y además de médico, un filántropo  de corazón, por fin llegó al teléfono publico más cercano, uno que le quedaba a 500 metros del lugar, pero cuando quiso usarlo a éste ya le habían robado el auricular, corrió otro tramo, pidiendo a Dios encontrarlo completo y funcional.
_¡Aló!
_¿Dr. Rosada? ¡soy Plinio, el de la limpieza!
_¡Si Plinio, diga en que le puedo servir! Le respondió el doctor Rosada con una enorme sonrisa en sus labios, manejando en el trafico de esa tarde noche su mercedes benz.
_¡Dr., una mi vecinita de cinco años se está muriendo, su cabeza arde en fiebre! le dijo un afligido y agitado de Plinio.
_¡Tranquilícese Plinio, deme la dirección, con gusto la iré a ver! 
_¡Solo que esta gente no tiene un solo céntimo Dr.!
_¡Plinio, la dirección! y Plinio se la dió.
_¡Voy directo para allá Plinio, tranquilícese!
_¡Gracias Dr.! colgaron los teléfonos y el dr. Rosada pensó.
_¡Ojalá llegue a tiempo! ¡Pobre gente! se desvió de su ruta y tomó la avenida que lo conduciría al barranco en donde ellos vivían.

Mientras, el padre de la niña entró a la farmacia que se encontraba más cercana al lugar.
_¡Señor, tengo a mi hija con fiebre muy alta! ¿Qué puedo darle para que le baje la fiebre!
_¿Cual es la edad del paciente? _¡Solo tiene cinco añitos señor!
_¡Ah! ¡Ok, tengo éste jarabe buenísimo para infantes con fiebre! ¡Le cuesta ....!
_¿Es caro verdad? ¡me le da y mañana se lo pago, es una emergencia! ¡Por favor!
_¡Está loco, acá no fiamos nada! Y le arrebató la medicina; de inmediato se acercó el policía privado y lo invitó a que abandonara la farmacia.
_Está bien, voy por el dinero y regreso! Dijo el afligido padre y se retiró de la farmacia. 
El padre de la niña se dirigió a donde se encontraba un grupo de mareros fumando mota, se acercó a ellos y llamó a uno, el cual era su conocido.
_¡Bato aliviáname con una lana! ¡Es para la medicina de mi´ja! 
_¿Cuánto mi bato?
_¡Necesito: ...! El marero se metió la mano a su bolsillo y extrajo un cuchillo y al colocarlo en sus manos le dijo.
_¡Sal a ganarte es plata bro! y regresó a drogarse con sus amigos. El señor, con cuchillo en mano lo empuñó fuertemente mientras éstas le temblaban, pues nunca en su vida él habia robado a nadie, pero a su mente llegaron las imágenes de su niña muriendo y la del jarabe en manos del farmacéutico.
Tomó valor al verse entre la espada y la pared, y se dió a la búsqueda de su victima.


Mientras en la casa de su familia.
_¡Comadre, el medico ya viene en camino tenga fé! ¡Es un gran especialista en niños, él la curará! ¡Es tan noble que hasta la medicina le regalará, ya verá!
_¡Dios se lo pague compadre! La señora vio una luz en la oscuridad con el ofrecimiento de su compadre, ambos se dirigieron a la puerta a esperar la llegada del galeno. Pero éste se tardaba más de lo normal.
_¿Está seguro que vendrá compadre?
_¡Si comadre! Plinio quito su cachucha de su cabeza y se la rascó, pensando.
_¡Algo le pasó al Dr.! ¿por qué ya no vino! ¿Será que no vendrá? ¿Tendría otra emergencia?
Ésto pensaba Plinio, cuando escuchó que la comadre lo llamó desde adentro de la casa.
-¡Plinio mi hija se muere, ayúdeme! Plinio corrió hacia donde la niña y la madre...
En eso entró el padre de la niña.
_¡Acá traigo la medicina para mi niña! ¡Ya verás que con ésto se alivia mi beba! Pero nadie respondió a lo que el padre de la niña dijo, la madre y el compadre lloraban abrazados mientras el padre sentaba a la niña con cuchara y medicina en mano.
_¡Bebe mi amor, esto te curará! ¡Mi amor, despierta y bebe la medicina que papi te trajo!
El padre sintió que la niña ya no estaba caliente y volteó a ver a su mujer y su compadre, quienes aun permanecían abrazados, llorando, él gritó _¡Noooooooo! y arrojó contra la pared la cuchara con el medicamento.
Despues, al rato, cuando la resignación llega por un rato, Plinio se preguntaba ¿por qué no vendría el Dr.? ¡el abría curado!
_¡Se murio mi pequeña Plinio! ¡De nada sivió todo lo que hice por ella!
_¡Si compadre, lo siento mucho, que se le hace, así es la vida en éstos parajes, los pobres enterramos a nuestros hijos por falta de oportunidades y de empleos, por la maldita miseria!
_¿Pero Plinio, qué te tiene tan preocupado? ¿Es la muerte de mi´jita, te lo agradezco en el alma!
_¡Si compadre, pero tambien el Dr. Rosada!
_¿Quien es el Dr. Rosada? Dijo el padre de la niña a Plinio.
_¡Un Doctorcito amigo mio del hospital en donde trabajo, si hubiera llegado, él la abría curado!
_¿Un médico dices?
_¡Si! ¡Acaso no viste por ahí cuando llegaste con la medicina a un señor elegante, en un carro azul, marca mercedes benz,  un señor alto, canche, algo pelón, de lentes! ¡No, si lo hubieras visto seguro sabrías de quien te hablo! ¡Bueno compadre con permiso voy ayudar con el velorio!
El padre de la niña corrió desesperado por el camino que da al barranco y al estar adentro de él, cayó de rodillas gritando.
_¡Yo mate a mi niña! ¡yo asesine a mi niña! ¡Perdóname señor, soy un asesino!

Mientras Plinio le describía al Dr. Rosada, en la cabeza del padre de la niña, veía las imágenes como si se tratara de una película de terror.

_¡Oiga usted, si usted el catrín! ¿Qué hace un ricachón por estos lugares? 
_¡Señor soy medico y vengo a ver a un paciente, no me haga nada por favor!
_¿Así que a ver a un paciente, no me haga reír? ¡Déme la billetera! ¡Si no quiere que lo llene de hoyos!
Y le colocó el cuchillo entre las costillas, pero el padre de la niña estaba tan nerviosos y exaltado por ser su primer asalto, que cuando sintió, el Dr. Rosada pujo cuando sintió como se le introducía el cuchillo en uno de sus costados, además de penetrar y atravesar su piel, éste penetró en un órgano vital y el Dr. Rosada cayó al suelo moribundo, mientras el padre de la niña lo esculcaba hasta dar con su billetera y al tenerla corrió por el medicamento, dejando ahí abandonado al Dr. Rosada, quien a los minutos falleció.

Al día siguiente, mientras enterraban a la niña los periódicos divulgaban entre sus noticias, la muerte de prestigioso medico, victima de la delincuencia común.



Basada en una vieja historia. 
No recuerdo su nombre, ni su autor.






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