jueves, 21 de abril de 2016

Al otro lado del Sol (Las canciones de mi vida)


La noche era fría, las olas tranquilas, las aguas del mar se veían tranquilas, como adormitando, lo mismo que todos en el puerto, la arena brillaba debido a los rayos del sol que se reflejaban en el espejo natural allá en el cielo, rodeada de estrellas titilantes, como una reina se lucía dando inspiración a más de uno en algún lugar. Ella, aprovechaba las aguas tranquilas para observarse bella, de color de novia, como esperando a su amado frente al altar, su blanco era de un plata que reflejaba y alumbraba como lampara de neón. 
En una de las covachas que rodeaban las playas, un hombre joven, quien no lograba reconciliarse con el sueño, sus pensamientos por ella no le permitían más que soñar despierto, él al observaba en su mente, pues la tenía muy bien grabada, cosas que solo permite el amor.
Sobre el mar a unos metros de la playa blanca se encontraban varias barcazas con un vaivén, tal cual, el de la cuna de bebe que se despertó por un mal sueño y la madre adormitada con una mano la mueve para marear al niño y que así ambos puedan volver a dormir, así se veían las barcazas hechizas por los pescadores, otras compradas con mucho esfuerzo, pero entre ellas, una que el hombre joven la construyó, le llevó poco más de un mes como se lo prometió a quien ahora mismo le roba el sueño. 
Al otro lado de la playa, en el lugar que lo rodean miles de cocales, un poco más atrás, se encontraba otra covacha, humilde también, en ella, la chica que le robaba el sueño al joven frente a la playa, ella con el insomnio encima tambien, pero además de pensar en quien la pensaba, era por los nervios, pues al amanecer su vida cambiaría por completo, ella y él tenían su guardado, un gran secreto, el corazón de la chica no se lograba controlar. 
En el cuarto de al lado, los ronquidos de un cansado padre que deberá madrugar para echarse a la mar en busca del sustento diario para su familia.
Por fin, la novia de los cielos se tuvo que retirar, pues su amante estaba por llegar, él que cada noche le permite brillar; otra manera diferente de amar, pero para ellos a funcionado por miles de años y así se sienten muy bien. 
Amaneció, pero no para todo el pueblo, solamente para los que se dirigen con rumbo a donde nace el sol y en el horizonte se perderán para regresar justo cuando muera el sol. 
_¡Buenos días!
Se dijeron entre los amigos pescadores, mientras con una soga controlaban las barcazas que parecían corceles deseosos de hacerse a la aventura diaria y entre ellos, uno nuevo.
_Y, ¿este qué hace aquí?, ahora se cree pescador, ¡jajaja!
Se burlaron de él, mientras tambien con soga en mano intentaba no ser arrastrado hacia adentro del mar. Él los ignoró pues, sabía bien el porque estaba el día de hoy ahí esperando tambien zarpar, pues para él la gente solo le haría estorbo, la gente no le hará falta para adonde irán. }
Los pescadores se empezaron a hacer a la mar, elevaron sus velas y el viento que remolineaba a esa hora por la playa los introdujo hacia adentro del mar, uno a uno se iban alejando lentamente, dando tumbos al encontrarse con alguna ola rebelde que deseaba llegar pronto a la playa, como desfile de carrozas se veían los pescadores con rumbo hacia el sol, llegó un momento que solo eran siluetas de movimientos leves y mareados. 
En la playa del puerto se había quedado uno solo, por la falta de costumbre sus manos empezaban a sangrar, pues el movimiento de las olas era ya un poco más violento, pero él firmemente detenía su barcaza, una con demasiados adornos y flores, mientras se zarandeaba con el alzo en sus manos su vista siempre viendo hacia los cocales. 
Para ahora el resto del pueblo empezaban a desperezarse en sus catres, listos para iniciar sus labores diarias.
_¿Qué pasa que no viene? ¿se habrá arrepentido?, pronto la playa se empezará a llenar.
Esto pensaba el hombre joven con sus manos sangrándole y la vista pegada a los cocales lugar por donde de pronto, apareció una bella chica porteña, quien vestía un atuendo de color blanco y sobre su cabellera larga y de color miel, una diana hecha de flores silvestres de color blanco y amarillo, arrastrando sobre la arena su equipaje. 
Él sintió que la vida le regreso a su cuerpo, pues era a quien con ansias esperaba y además con mucho amor, ella lo saludaba, pero él no podía responder pues, su corcel de madera que flotaba sobre el bravo mar si lo soltaba se escaparía y se perdería tan preciada oportunidad. Cuando el hombre joven se dió cuenta que lo que atrasaba a su amor era el equipaje, desde ahí le grito.
_Date mucha prisa que el soplo de la brisa vendrá a buscarnos y nos llevará al otro lado del sol... Ya no queda nada que nos haga dudar y para conservar nuestro amor es mejor marcharnos, no nos hace falta la gente. Deja el equipaje que no hay tiempo ya y para donde vamos no lo necesitamos...  Ya no hay tiempo, date prisa pues el soplo de la brisa es cada vez más fuerte y me daña mis manos, debemos zarpar ya.
Ella lo escuchó y soltó lo que era su equipaje y salió corriendo de prisa hacia la embarcación que la esperaba con ilusión. Al llegar ella se le colgó entre su cuello y con pasión lo besó, pero el le dijo de nuevo.
_Date prisa, que el soplo de la brisa es justo el que nos llevará a ese lugar; justo al otro lado del sol, ¡vamos sube!
Ella obedeció y sobre la barcaza se subió, en su rostro la felicidad, cuando ella estuvo arriba él soltó las amarras que le sangraban sus manos y empujo la barcaza para sortear algunas olas que se lo impedían, cuando estuvo sobre mar abierto, él se trepó a la balsa y ella lo ayudo y sobre ella, a su lado se sentó, se abrazaron y se quedaron por un tiempo callados simplemente viendo el lugar donde nacieron y crecieron y además, llegado el momento se enamoraron. La barcaza iba con rumbo hacia el sol, se veía como si la barcaza llevara prisa pero no era más que el soplo del viento que insidia con su vela.
_Y mi maleta se quedó en la playa, no tengo más ropa que la que traigo puesta.
_No te preocupes, no había tiempo para el equipaje y para donde vamos no necesitamos de equipaje, ni de la gente, solo necesitamos a nuestro amor. 
_Pues seguro estoy que debe haber un lugar mucho mejor al otro lado del sol, uno, sin envidias, ni malicias, sin odios, ni maldad, ni tanto desconcierto, seguro estoy que ese lugar existe allá. 
Él señaló hacia el sol, ella lo vio con extrañeza y él la entendió y le concluyó. 
_No el sol mi amor, sino al otro lado del sol. Ahi viviremos tranuilos nueestro amor, solos sin gente, ni vecinos con corazón lleno de envidías, habriremos camino y al encontrar ese nuevo lugar, nuestro hogar, ahi seremos muy felices solos tu y yo, amándonos de día y de noche. 
Al atardecer, al anochecer, al amanecer, todo eso lo encontraremos al otro lado del sol.
_¿Pero habrá algo ahí? 
Dijo la chica con algo de temor.
_Deberá haber aún, un lugar mucho mejor, en donde te pueda entregar todo mi amor, sin temor, juntos nos abriremos camino. Las aguas del mar serán siempre azules, el sol no nos quemará, el aire será más puro como nuestro amor.
_¿Cómo el edén, mi amor? 
Dijo la chica con mucha ilusión, una que se reflejaba en sus ojos, se abrazaron y como los pescadores, una silueta se volvieron. 
Mientras en la playa el bullicio y el movimiento de todos los días, cada quien concentrado en lo que hace a diario, nunca se dieron cuenta de que el amor había dejado la playa con rumbo al otro lado del sol.


                                  El fin


Inspirada por la canción del mismo nombre de A. Hammond
Historia de: A. Hammond y S. Raga  

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