lunes, 20 de junio de 2016

Man in white


Las calles las iluminaba la luna que se reflejaba sobre el agua cristalina de los charcos, agua recien caída por una tormenta eléctrica que habría durado una media hora, las calles ahora vacías y frías, en las aceras de entre cada unión de las lajas de concreto, de la tierra húmeda salían en desfile militar una ordenada cuadrilla de hormigas de color rojizo, sobre ellas pedazos de hojas, las cuales por la tormenta y los aires habían sido arrancadas de los pocos árboles que rodeaban las orillas de la ciudad en los barrancos que la coronaban. De los tragantes tapados por las porquerías de los vecinos, sobresalían empapadas ratas buscando sus alimentos, en otros rastreras cucarachas de color rojizas por estar bien lavadas por las correntadas tambien hacian acto de presencia, todos atraídos por los alimentos. 
Era evidente, que lo que para unos dicha tormenta eléctrica había sido una desgracia para otros, era una enorme bendición. Para los pobres desgraciados, sus hogares inundados, autos dañados por algunos despistados que olvidaron subir los cristales, pero esta desgracia no era de carácter natural, aunque los que viven de los chismes y me refiero a los noticieros, jugaban al teléfono descompuesto alterando la veracidad de las novedades, indicando que todo era a consecuencia de un invierno desmesurado e inclemente, mentiras, pues la realidad era otra; vecindarios con inquilinos coches que arrojan sus porquerías a las calles obstruyendo las planificaciones municipales, quienes años antes realizaron los respectivos trabajos para que la tierra se tragara las aguas de los inviernos, pero ellos, los vecinos cerdos, habían ahogado las gargantas de la ciudad, provocando en ellas, alergias que obstruían sus fosas respiratorias y gargantas profundas que conducirían por sus intestinos hasta defecar en los vertientes de los ríos de los barrancos vecinales de la ciudad. 
Mientras los inteligentes se lamentaban de sus desgracias, para otros menos privilegiados, en cuanto a materia gris, aprovechaban de las mieles y abundancias que la tormenta les dejó. 

Mientras los diversos mundos vivían sus realidades, de entre un callejón apareció un elegante catrín, vestido completamente de blanco, de sombrero y de corbata y en su rostro la sonrisa de la complacencia, mientras caminaba por las aceras, entre las basuras, insectos y charcos, él no se mojaba ni siquiera se hundía en los charcos, el agua a su paso era firme y dura como el cemento. El desfile interrumpió su inviolable majestuosidad, paso al ritmo de tambores escuchados solo por ellos y en sus lomos los alimentos que habían encontrado con rumbo a sus hogares varios metros bajo el nivel de la tierra, lugar en donde las corrientes no llegaron por alguna razón, las ratas se inclinaban como si el blanco de la ropa del misterioso y espigado individuo les provocara algún tipo de ceguera y las cucarachas alineaban y alzaban sus antenas como un fiel saludo, mientras este seguía su andar y al hacerlo observaba con complacencia a las criaturas realizar sin protestar sus actividades; mientras caminaba, en las paredes se reflejaba una luz fluorescente de color blanco, muy blanco, en los hogares se decían: _Seguirá lloviendo, pues aun se ven las luces relampagueantes en el cielo.   Y a les llegaba un frío que refrescaba a los hogares de buen corazón y que cumplían con ayudar a la naturaleza colocando sus desperdicios en lugares para el caso, sentían agradable la brisa; mientras que los sucios y coches, sentían escalofríos. Pero el hombre espigado y de un blanco inmaculado al cual no le entraba suciedad alguna, seguía su paso sin claudicar, ni por un momento pensar en retornar del misterioso lugar de donde salió, la luna utilizó un rayo especial para él, como una candileja o reflector de teatro que siempre sigue los pasos del protagonista, así era y eso le daba un color blanco mucho más especial, las palomillas y otros insectos voladores atraídos siempre por la luz artificial se alejaban del hombre de blanco, pues la luz era demasiado para ellas y podría ser fatal si se acercaban a un metro de sus blancas y pulcras ropas, su caminar era a zancadas y cada una, era aproximadamente de un metro y no había detalle que se le pasara por alto. 
Los perros callejeros que dormitaban empapados en las aceras con sus cuerpos unidos, muy unidos para lograr conseguir un poco de calor, se habían olvidado del que por la mañana fue mortal enemigo a causa de un hueso que uno de los vecinos cochinos arrojó a la alcantarilla desde su lujoso auto ultimo modelo; ellos, los perros mojados, habían olvidado sus diferencias cegados por el hambre y ahora se daban calor, compartían un poco de calor de sus cuerpos pues, sus cueros en algunas partes ya sin pelaje y el resto empapado como si fuera toalla de fregador de hotel de lujo, pero cuando el de traje blanco pasó por su lado, sus cuerpos se secaron y de sus partes calvas los ilusionó la aparición de nuevo pelaje; abrieron sus tristes ojos y vieron el brillo del que pasó secando sus pellejos y le dieron las gracias, vieron que su enemigo ahora se acomodaba mejor, pues el calor les llegó y durmieron esa noche muy bien, no así los perros que se encontraban en las casas de los causantes de las desgracias, ellos al sentir la presencia del que secó a los callejeros aullaron y ladraron y como endemoniados se lanzaron contra las mallas que indicaban que la propiedad era privada y le enseñaban sus fieros colmillos y sus ojos brillaban con un color enrojecido, el escándalo era para no dejar dormir a nadie, los gatos por su parte, que se lamían bajo los tejados, ignoraron por completo lo que pasaba a su alrededor, pues su actividad era más que importante, había que lamer rápido para secar su pelaje y estar listos para perseguir en manada a la hembra embramada. 
Unas cuadras más adelante se encontraban otras especies callejeras no menos jodidas que las anteriores, pero si mucho más jodidas que las que pernoctaban con sábanas de seda y edredones enguatados, algunos hasta importados, estas especies acomodaban sus cajas de cartón mojadas que ahora se deshacían por lo mojado que estaban, algunos de ellos lograron hacerse de un trozo de plástico, el cual lo usaban en los días de invierno y con andrajos se tapaban lo que lograban, mientras rascaban sus pieles sucias y hediondas, pues tambien en ellos residían otros seres, de otros mundos mas diminutos propios de otras razas, pero que en ellos habían encontrado lo que en los otros por mojados y otros por sus grooming y shampoo anti pulgas, estas habían buscado asilo en los pobres y harapientos pordioseros, cuyas colonias y viviendas eran cada día removidas para no ser por su vecino aventajado y despojados de un trozo de tela o un pedazo de plástico para la intemperie de las torrenciales lluvias, ellos dejaban sus actividades y veían con asombro al joven espigado y bien trajeado que por la banqueta y a paso de a metro y con sonrisa complaciente en su rostro, por el otro lado sin detenerse circulaba, no había tiempo para preguntarse quien era ese chico tan bien trajeado y tan bien combinado, pero lo que si sintieron fue una calidez, que en sus hogares les cambio el clima, como si tuvieran termostato; ahora estaban listos para dormir con calidez y comodidad, pero ellos no le dieron las gracias, estaban tan cansados de rascarse la piel por picadura de tanta pulga y de tanto bicho que residían en el interior de su cuerpo que se dispusieron a dormir; aquellos bichos que vivían en su piel, estomago e intestinos, esas eran criaturas de otros mundos.      Se acostaron ya sin tanto aspaviento y como nunca durmieron, hasta soñaron que eran elegantes y de ropas blancas como su benefactor sin nombre ni presencia. 

Mientras avanzaba se acercaba a la enorme ciudad, lugar en donde siempre es de día, como el antiguo correo que sin importar si llueve o hace sol, si es de día o si es de noche, la entrega es inmediata. Pero al pasar por aquellos lugares los autos parqueados en las calles encendían sus luces y las alarmas intentaban sonar, pero al no más empezar se callaban, pues su  caminar si que era rápido y no daba tiempo para continuar el ciclo programado de fabrica. Mientras pasó al lado de un auto que se abalanzaba rítmicamente y cuyos vidrios eran blancos como su traje pero por el vaho que expulsan los cuerpos en movimiento, cuando el chico del auto acalorado explotaba adentro de su hembra, quien estaba en día extremadamente fértil y seguro sería que en nueve meses estaría reprochando a quien ahora la satisfacía, sin ella saberlo, era protegida de una futura vida no deseada y otro tiempo más adelante, el que inhalaba a través de un dollar enrollado su linea blanca, la que le hubiera causado su muerte por excederse en una sobre dosis; lo que inhaló solo fue bicarbonato, otra para el hombre de blanco.     Como veinte pasos más al frente, una desavenencia por culpa de una trampa en juegos de azar, extrajeron los insultados y los que se creyeron engañados de sus bolsillos sus armas blancas y quedaron asombrados pues hoy día ya no se usan, solo se utilizan armas de fuego, al ver en sus manos simples navajas, las cuales no sabían usar, pues estaban acostumbrados al gatillo halar; dispusieron arrojar las porquerías que de sus bolsos extrajeron y se dijeron: Nos echamos otra, pero esta vez nadie hará trampa, pues el que trate de engañar al otro, vapuleado por nuestros miembros será...    Me parece parcero y échame las cartas. Dijo el otro.     El resto de ovejas que simplemente siguen a su arriero, se vieron las caras preguntándose: _¿De dónde salieron esas viejas navajas? 
En la discoteca se encontraba un tipo tieso para el baile, cuya actividad dependía de que la chica con la que soñaba se desdiera a darle el ansiado si,  ella lo invitó a bailar y en su mente se dijo: _Me gusta algo, pero si no sabe bailar lo mando al carajo. Pero si me resulta un excelente bailarín, en seguida le doy el si. El chico tieso se puso de pie y en su mente se repetía: _En mi vida habré bailado ni un trompo, no se diga mis pies y mi torpe cuerpo.         
Pero al escuchar el bajo y luego las trompetas sonar, sin saber como él empezó a danzar y sin saber nuevos paso inventó que uno de Mtv se le acercó y una tarjeta le entregó y le dijo: 
_Te necesito para mi próximo videoclip, no faltes y si quieres lleva a tu novia. 
_¿Mi novia? Se cuestionó  asombrado el bailarín.
_¡Sí! Dijo la chica, se le abalanzó y su boca con frenesí besó, mientras sus piernas seguían temblando como si fuere Elvis. 

El hombre de blanco seguía con sonrisa complaciente en su rostro, pero aun así nunca se detuvo y su andar mantuvo y a pesar de que el lugar estaba abarrotado nadie lo vió, ni se percató de que por ahí pasó.

Y así como apareció, asi tambien desapareció, entró en el ultimo callejón y todo continúo su normalidad en una noche presidida de horrenda tormenta.
Al cruzar y desaparecer en el ultimo callejón, de ahí salió volando como paloma blanca su impecable sombrero y hacia el cielo ascendió y entre las nubes se acomodó. Mientras ascendía los vientos azotaron y tambien silbaron y entre la confusión se escuchó... 

"¡Hasta la próxima tormenta!" 









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