jueves, 25 de agosto de 2016

El Reloj (las canciones de mi vida)


En un cuarto de un hotel de paso, se encontraba un joven hombre en penumbras, impaciente en la espera de su amor; este, muy nervioso veía con insistencia a un viejo reloj que colgaba de una de las paredes del cuarto del hotel, del viejo reloj pendía oscilante su péndulo dorado ya algo oxidado por el tiempo que llevaba en aquel cuarto y por las despedidas de las que pudo haber sido testigo, sus agujas se movían a cada sesenta oscilaciones del oxidado péndulo y cuando el minutero avanzaba, se escuchaba un extraño sonido, bueno uno clásico de estos relojes antiguos y eternos. El muchacho en pensamiento le exigía al reloj que avanzara, pues la hora convenida nunca llegaba y el tiempo para él se  había detenido en la horrible espera de su amada Allison, el joven llegó con un buen tiempo de antelación para elegir la mejor y más romántica habitación del viejo Hotel. Y, desde que llegó se colocó en acomodar el cuarto con flores rojas, las cuales a sus pétalos regó por todo el cuarto, hizo un caminito, una alfombra natural y en la cama colocó una sábana blanca que él llevó y sobre ella, rosas rojas completas y adornos con pétalos rojos y blancos, luego de que terminó se sentó en una silla de madera junto a una ventanilla que quedaba en lo alto del cuarto a esperar a su chica, la que para él sería el primer y único amor en toda su vida, en el cuarto, solamente el sonido de aquel tic tac extraño del viejo reloj de péndulo, aunque este no hace tic tac, el oxido del péndulo producía un sonido muy parecido al tic tac de otros relojes y cada vez que la minutera avanzaba un palito, para este no habían pasado sesenta segundos si no el doble o el triple. 
Por fin el reloj marco la hora en punto y de su parte más alta, salió un cu-cú a hacer su trabajo, indicando que el momento estaba en punto, Allison, como cualquier otra chica, llegó con cinco minutos de atraso.
El sonido de la perilla de la puerta se dejó escuchar y el corazón del chico se escuchó mucho más que el tic tac del viejo reloj; ella lentamente abrió la hoja de la puerta y cuando lo hizo, en medio del marco de la puerta, una bella silueta con ansias esperada por el chico, detrás de ella, unos tenues rayos de sol que indicaban que este ya moría en el horizonte. El reloj había indicado hace cinco minutos las seis en punto de una tarde de otoño, en algún lugar de la gran ciudad, justo a las afueras de esta, un lugar muy escondido, como lo son estos hoteles de paso.

- Pasa mi amor, ya te esperaba.

Ella no respondió, pues su corazón casi se le salía del pecho al ver lo bello que había en el cuarto y el singular olor que le daba la bienvenida, aun ahí detenida por sus mejías rodaron lagrimas de amor, pero estas no eran de felicidad por tan lindo detalle, sino que eran de tristeza, pues lo que sería una hermosa tarde y noche de amor; sería...

- ¿Qué te pasa mi amor, por qué lloras? ¿no te gusta?
- ¡Esta bellísimo!

Y se abrazaron, como lo que eran, dos eternos enamorados, él chico la tomó entre sus brazos y con ella recostada en su pecho la llevó hasta depositarla suave y lentamente sobre la cama, como si se tratara de una pieza frágil de porcelana, ella, sentada en el cuarto y sobre la cama, seguía llorando, él regresó a la puerta y con llave la cerró, no sin antes colocar en la perilla de la puerta el letrero de no molestar. Dio la vuelta y vio al ser que tanto amaba esperando por él sobre la cama, ella, otra flor más que estaba esperando por la abeja que bebería de su miel.

- Estas emocionada, por eso lloras, ¿verdad?

Ella no respondió, solo bajo su rostro, pues su garganta estaba hecha un nudo y un profundo dolor en su corazón.

- Tranquila, que habrán muchos detalles más, como este, te lo mereces, así que, ¡no llores más!

Él extrajo su pañuelo y limpió las lagrimas de la chica, luego sus mejías besó para dejar en sus mejías el recuerdo de su olor y de su gran amor, en lugar de los surcos que dejaron sus lagrimas.

- Ya tranquila bebe, ¿te he dicho que te amo hoy?

Ella levantó su carita y viéndole a los ojos con una sonrisa muy tierna, le dijo lo que obviamente la tenía en aquel estado.

- A mi padre le dieron el trabajo y mañana nos vamos (...) esta será nuestra primera vez y a la vez, nuestra ultima vez, lo siento mi amor.

El chico que se encontraba de rodillas, sobre sus piernas cayó en sollozos, lloró y el silencio de nuevo al cuarto invadió, lo único que se escuchó por unos largos minutos eran las agujas y el péndulo del viejo reloj, quien se conmovió al ver tan triste escena desde la altura del cuarto, ella acariciaba la cabeza del chico. Este se puso de pie y le preguntó con rabia y dolor a Allison.

- Y, ¿no puedes quedarte?

Ella respondió con su voz temblorosa.
- No mi amor, que diera yo, pero no puedo, lo malo es que no sé si un día volveré o, ya nunca más nos volveremos a ver.

De nuevo se abrazaron, pero esta vez estaban sobre la cama, él sobre ella, viéndose a los ojos y luego de un breve instante, enamorados se besaron y se estrenaron como amantes, luego de su primera vez; dos cuerpos desnudos, mezclados entre pétalos y rosas sus cuerpos sudados con pétalos y delicioso aroma pegados en ellos, seguían en silencio, abrazados. 
Despues, de tal vez quince minutos, de nuevo empezaron con un beso y otro, el que los llevó a amarse de nuevo, esta vez al terminar de amarse ella quedó dormida. 
El chico escuchó entre el silenció el tic tac del reloj, esto lo hizo recordar su irremediable dolor y entre sollozos al viejo reloj le habló...

... Reloj, detén tu camino por que mi vida se apaga, ella es la estrella que alumbra mi ser yo, sin su amor no soy nada... Detén el tiempo en tus manos, has de esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nuca amanezca... Nomas nos queda esta noche, para vivir nuestro amor y, tu tic tac me recuerda, mi  irremediable dolor... 

Y, casi gritando agregó: 
... Reloj, detén tu camino, porque mi vida se apaga, ella es mi estrella y alumbra mi ser, yo sin su amor no soy nada... Por favor... Detén el tiempo en tus manos y has que esta noche nunca termine y así nunca se vaya de mí... Detén tu camino, para que nunca jamás amanezca...
Ella, al escuchar la suplica de su amado, se despertó.

- ¿Qué pasa mi amor, con quien hablas?, ¿qué es lo que pides entre sollozos?

Dijo ella, con el rostro de extrañeza y con el dolor en su semblante.

- Nada mi amor, era una oración, pero será en vano.

Y su frente besó con tanto amor y luego besó sus mejías, para culminar aquellos besos con su tierna y joven boca a la cual besó; como si fuera alguien que del desierto recien volvió, de las aguas dulces de su boca con ansias bebió y después, su cuerpo acarició, lo hizo lentamente como para memorizar cada rincón de su bella anatomía, para esto, ya eran las cuatro de la madrugada y el luego de su encuentro amoroso de reojo vio la ahora, pues al cu-cú escuchó.
Esta vez ya ninguno se durmió, más bien se dedicaron a amarse hasta que de nuevo el cu-cú se hizo presente. 
Esta vez, junto al cu-cú, por la ventanita que estaba en lo alto de la pared del cuarto dejó entrar una horrible claridad, una horrible claridad, como la que sentirá aquel condenado a muerte y que será llevado al paderón con los primeros rayos de sol. 

Una vez más se vieron a los ojos y ambos estaban llorando, pues entendían que la noche no les había alcanzado, que el tiempo inclemente había pasado tan de prisa; muy diferente al tiempo cuando él la esperaba con ansiedad. Despues del ultimo encuentro amoroso, el cual no tuvo nada de sexual, solo fueron besos y caricias, caricias en sus rostros y besos largos y profundos; de nuevo el cu-cú se escuchó, eran las siete. La chica dijo.

- Es hora mi amor, lo siento, pero me tengo que ir, solo tengo un poco de tiempo para bañarme.

Y así lo hizo, ella se dirigió al baño, mientras él sobre la cama quedó y esta vez en silencio de nuevo al reloj suplicó que estos últimos minutos fueran eternos, para que ella nunca se fuera, que detuviera el tiempo y que quedaran para siempre en aquel cuarto de hotel, pero esta vez el tiempo pasó mucho más aprisa, pareciera que cada minuto tuviera treinta o quince segundos. 

Ella ya vestida y parada muy cerca de la puerta, se volteó y se acercó, para ver aquel cuarto que ahora olía a rosas y al sudor de los cuerpos de los amantes, se quería llevar con ella esa imagen, mientras el chico la veía aun sentado sobre la cama y tomados de la mano lentamente se fueron soltando. Cómo lo hizo aquel alpinista que su vida dependía de su compañero que no pudo detenerlo un minuto más y por el abismo cayó a una muerte segura. Eso sintieron ambos, el chico vio con tristeza abrirse aquella puerta y en ella la hermosa silueta, solo que esta vez no llegaba, se marchaba y era para siempre, ella volteó y con la mano un beso a su amado le envió y detrás de ella, la puerta se cerró.

A petición de ella, pues no deseaba que la despedida fuera más dolorosa. Le dijo: 

- Quédate aquí, pues, en una hora ya no estaré en esta ciudad. 

El chico ahí quedó, recogiendo pétalos y rosas y doblando la sábana blanca, el único recuerdo de es maravillosa y tormentosa noche; a la hora y media de aquello, el chico salió del cuarto no sin antes dar un ultimo vistazo al mismo y aun vio a dos chicos devorándose a besos sobre una sábana blanca, después de revivir aquella romántica imagen le dio un vistazo al reloj, quien jamás detuvo su andar y susurrando le dijo.

- Gracias amigo, por los minutos robados al tiempo.

Y luego cerró la puerta. Adentro, solamente quedó como toda la vida, el viejo reloj, quien tenía una rara expresión sobre su vieja madera, pareciera que sonreía y en el silencio del cuarto, unas palabras resonaron en silencio...

"Descuida muchacho, pues ella regresará a ti y entonces tu oración tomará vida, juntos por siempre estarán, hasta el día de su muerte, pues esto será posible, solo es cuestión de tiempo, un tiempo de nueve meses y el cu-cú de nuevo sonó".


 

                                            El Fin


El Reloj de: R. Cantoral
Historia de: R. Cantoral y S. Raga

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