sábado, 13 de agosto de 2016

La Casa Grande: Una gran Lección.


La tarde caía, el sol moría y la penumbra se apoderaba del vecindario, el frío tambien se hacía presente y Lalito se encontraba como cada día, sumergido en uno de sus juegos de niño en el jardín de su madre.

- ¡Lalito! el suéter, ya esta helado.

Le gritaba su madre desde adentro de la casa grande, la mamá de Lalito al percatarse de que su hijo la ignoraba, apareció en la puerta principal con una chaqueta para su pequeño Lalito, quien estaba muy concentrado en sus juegos. 

Lalito jugaba con su único carrito, un camioncito de madera, de palo blanco, que su padre un día de regreso del trabajo se lo compró a un marchante y al entregárselo a Lalito, esa noche no durmió de la emoción por jugar con su carrito de madera, de colores chillantes y ruedas de madera.

- Hijo, esta muy helado, ven por tu chaqueta y juegas otro rato.

Pero Lalito estaba concentrado pues, la carga de su camión corría riesgo si él se distraía por un segundo pues, él piloteaba su camión en una ladera de una sola vía, iba descendiendo por un serpenteante camino; del lado derecho, una pared natural de puras rocas y al lado izquierdo un barranco profundo, al fondo un riachuelo que tambien serpenteaba al igual que la horrible carretera por donde Lalito conducía su camión, las llantas de madera lanzaban hacia la profundidad del barranco a las piedras sueltas del camino de terracería. Su valiosa carga, eran unas piedras que Lalito había recolectado en el jardín y con ellas, uno de sus dos únicos muñequitos, quien cuidaba la preciada carga. 
Dos hombrecitos de plástico que su mamá le compró en un viaje al mercado, al ver a Lalito como hipnotizado por aquellos hombrecitos, los cuales la madre adquirió a dos por cinco céntimos.

- ¡Lalito!...

Dijo paciente y dulcemente la madre, pues se percató de que su hijo andaba en alguna peligrosa aventura la cual sería tema de conversación esa noche hasta que él se quedará dormido. 
Por fin, se escucharon los sonidos de los frenos de aire que salieron por la boca de Lalito y éste luego de ello dijo muy seriamente.

- Hemos llegado, sanos y salvos compañero, mañana descargaremos, por hoy, es hora de descansar.

Al escuchar esto la madre aprovechó la oportunidad y dijo.

- Don Lalito, podría por favor ponerse esta chaqueta. 

Esto se lo dijo su madre mientras se dirigía hacia la puerta que da a la calle, pues afuera alguien llamaba para que se le abriera.

- Si mami. 

Lalito corrió hasta la puerta y mientras se colocaba la chaqueta escuchaba la platica de su madre con alguien que a su casa llegó a pedir un favor a su señora madre.

- Con mucho gusto, dile a tu patrona que ahora llego.
- ¿Puedo ir contigo madre?

Mi madre me vió con ternura y acaricio mi cara con mucho amor y me dijo.

- Con mucho gusto don Lalito, pero solo si me promete que se portará bien, pues la señora es muy delicada con las cosas de su casa.
- Como usted ordene doña Blanky. 

Y ambos rieron, entraron abrazados a la casa grande y adentro, el padre de Lalito, quien se encontraba escuchando por la radio de marca Singer, obsequio por la maquina de coser que su hermana compró, pues donde Lalito el único televisor que había, era la fotografía que seguía pegada en el mueble. Además de escuchar su tradicional marimba, el señor leía el periódico; Lalito se sentó al lado de su padre a esperar a que su madre saliera con su bolso, en el cual llevaba las inyecciones de vidrio que utilizaría para inyectar a la señora que se encontraba enferma.

- Vamos hijo, ya regresamos, iremos a inyectar a doña Angélica.

El padre de Lalito los vio salir sobre sus lentes y luego siguió con su rutina, marimba y noticias. 

Mientras Lalito caminaba por la doce avenida de una zona capitalina, él le contaba la increíble travesía en su potente camión de madera; mientras la madre lo escuchaba con admiración, por la prodigiosa imaginación de su niño de cinco años y digo esto, pues Lalito carecía de la influencia de la televisión, en otras palabras, sí tenía una rica imaginación en su cabecita pelona.
Cuando llegaron a la casa de doña Angélica, se escuchó el sonido del timbre, Lalito preguntó.

- Y ¿eso qué es mamá?
- Es el timbre hijo.
- ¿Por qué nosotros no tenemos un timbre mami?

Cuando la madre iba a responder lo que ya sabemos, la puerta se abrió y la empleada invitó a seguir a Lalito y a su madre.

- Me esperas aquí, sentado y no vayas a tocar nada, ¿ok?
- Entre doña Blanky, le encenderé la televisión para que su hijo se distraiga. Dijo la empleada. 

La empleada encendió la televisión, una enorme a colores, algo que admiró a Lalito, pues jamas en su corta existencia él había visto una a colores, es más, ni sabía que existieran. La sala era enorme y en ella, miles de objetos muy lindos, llamativos para un niño pobre, quien obedeció a su madre y estuvo ahí embelesado viendo la televisión, pero su curiosidad era enorme y de ves en cuando, daba un vistazo a lo que había en la sala de una familia con un nivel adquisitivo mucho mayor que el de la familia de Lalito.

La madre de Lalito inyectó a la enferma, le pagaron y se retiraron. De regreso hasta su casa, mientras regresaban; Lalito no decía nada, algo que a su madre le llamaba la atención pues raramente Lalito estaba callado, él era un conversador y  siempre tenía muchas preguntas, la madre de Lalito pensó, que él estaba así por los lujos de la casa, que por un rato se arrepintió de haberlo llevado con ella. 
Entraron a la casa grande y Lalito corrió a la habitación y ahí permaneció hasta que su madre entró en ella para indicarle a su pequeño que la cena estaba servida. Lalito, quien no se percató de que su madre entró, dió un salto por el susto que recibió; algo que llamó más la atención de una madre que conoce perfectamente a sus hijos y sabe cuando algo no anda bien.

- ¡Muy bien jovencito!, ¡dígame!, ¿qué sucede con usted?, ¿qué pasó en la casa de doña Angélica?

Esto lo dijo con los brazos cruzados, el seño fruncido y un timbre de voz de pocos amigos y cuando mi madre colocaba sus brazos cruzados; ¡Ay Dios mio sálvame por favor! Lalito con mucho temor confesó a su madre su fechoría.

- ¡Mira, no son bonitos!

Lalito dejó ver un par de juguetes que se encontró en el sillón en donde se sentó, juguetes del hijo de doña Angélica, eran: Un carrito de metal, uno que hoy día son muy comunes, pero que en ese entonces solamente se conseguían en la tienda: La Juguetería, en otras palabras, juguetes de importación, era un carro hermoso con llantas de hule, ventanas de vidrio o plástico, que para el caso era lo mismo y además un muñequito muy diferente a los de Lalito, eran una belleza de juguetes, que seguramente en casa de doña Angélica jamás se darían cuenta de que hacían falta, es más, solo Dios sabe desde cuando estaban metidos entre los almohadones del lujoso amueblado de sala.

- Los encontré perdidos entre los sillones de la sala de la señora enferma y me los traje conmigo, ¿no son hermosos mami?

La madre se puso colorada de la rabia por el robo de su pequeño hijo, por otro lado, sintió un dolor en su corazón por no poder comprar algo como eso a su pequeño hijo, pero luego hizo lo correcto y con un tono serio pero amable, le dijo a su hijo.


- Mira Lalito, los juguetes son muy lindos, pero pertenecen a otro niño quien seguramente los extrañará, además, tú los robaste y eso no esta bien, ¿no te da vergüenza?
- Si mami, lo siento, es que son muy bonitos... ¿Me compras unos iguales?

Mi madre sintió como su corazón se le estremeció, pero, eso no sería posible nunca, ella con valor y un nudo en su garganta le dijo.
- Quiza un día hijo, si te portas bien y, si no puedo comprarlos yo, de pronto alguien te regala algo parecido, ¿no crees? siempre y cuando, sigas portándote bien mi amor. Ahora, haremos lo correcto, ¿te parece?
- Si mami, esta bien. Dijo Lalito con la tristeza en su carita. 

Salieron los dos tomados de la mano y dijeron al padre de Lalito quien seguía en la sala escuchando su marimba y leyendo el periódico.

- Ya volvemos.  
El padre de  Lalito los vió sobre sus lentes y alcanzó a decir algo que ya no lo escucharon.
- ¿Y, la cena?

Cuando Lalito y su madre estuvieron en casa de doña Angélica, la madre llegó hasta el cuarto en donde se encontraba recostada la enferma, quien se sorprendió al ver entrar a ambos.

- ¿Qué pasó, olvidó algo doña Blanky?
- No doña Angélica, es que mi Lalito quiere decirle algo y disculparse tambien. ¿Verdad Lalito?
Doña angélica vió con ternura a Lalito y le dijo.
- A ver, ¿qué me quieres decir Lalito?
- Quiero disculparme con usted señora, es que me encontré estos juguetes perdidos en el sillón y me los llevé a mi casa.
- ¡Los juguetes de mi hijo!, hace días los anda buscando, son sus juguetes preferidos. ¡Gracias Lalito!, por ser un niño honesto y honrado... ¡María ven por favor! 
Doña Angélica llamó a la empleada doméstica. 

- Si patrona, mande uste´.

- ¡Mira! Lalito encontró los juguetes de Panchito.
- ¡Ah! los juguetes que me he vuelto loca buscando para el niño, gracias niño, me has quitado un peso de encima, pues ya no los buscaré más.
- María, alcánzame mi monedero, le daré una recompensa a Lalito por haber encontrado los juguetes de mi bebe.
- A mí no me hubiera dado nada doña Angélica. Dijo enojada la María. A quien ignoraron, hasta Lalito.
- Bueno Lalito, aquí tienes tu recompensa por encontrar los juguetes de mi hijo, eres un niño muy bien criado. Gracias doña Blanky, con gusto se los obsequiaba, pero estos juguetes son muy caros; usted esta haciendo lo correcto con su hijo, es una gran madre y un ejemplo para su hijo.

De regreso para la casa grande, la madre de Lalito, quien no paraba de hablar, le dijo.

- Hijo, ¿cómo te sientes por haber hecho lo correcto?
- Bien mami, gracias. ¿Podemos ir a la tienda? necesito comprar algo, tengo mucho dinero, ¿quieres algo? yo te invito. La madre sonrió.
- ¿Aprendiste que no hay que robar? ¿verdad hijo? Ese será mi mejor regalo.
- Si mami, perdona por la vergüenza que pasaste por mi.
- Ok, vamos a la tienda de doña Senobia y compras lo que quieras, pues la recompensa es tuya hijo, yo ya estoy más que pagada por tener un hijo tan correcto, honesto y honrado, ¡serás un buen hombre hijo! 

Siguieron con rumbo hasta la tienda de doña Senobia tomados de la mano. Mientras que en la casa grande, las tripas del padre de Lalito ya no le permitían leer las noticias.

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