martes, 20 de septiembre de 2016

Asesinato en segunda persona.


Como todos los días por esa calle caminaba un viejo perro, cuyo dueño salía por las mañanas muy temprano de su humilde casa en donde con ellos vivían tambien, su hija, otro perro que de la calle lo adoptó y un gato negro de ojos azules como el cielo. De entre la calle por donde siempre deambulaba el viejo y enorme perro, que de haber sido propiedad de alguien pudiente pudo ser un pastor alemán hermoso y hasta con pedigrí, pero no, su destino fue hacerle compañía al viejo, quien vivía de la limosna, pero de quien recibía mucho amor, calor de hogar y alimento, pero al perro no le era suficiente, pues el que anduviera por aquel lugar era en busca de alimento; en las calles, basureros o desperdicios que alguien le diera para así lograr llenar su enorme estómago. 
Alguien, quien era propietario de un taller de autos en el vecindario y que otras veces le dio alimentos,  ese día estaba de mal genio por no tener trabajo en un par de días, al verlo acercarse hasta donde él descansaba esperando que alguien le llevara trabajo, dijo al verlo.

- Vaya, mira lo que viene ahí, el asqueroso y enorme perro a chingar mi paciencia.
- Mándalo a la mierda, se va a mear o a cagar y a mí me toca que limpiar, además, hoy no tenemos comida ni para nosotros.

Concluyó el ayudante del mecánico amargado por la falta de trabajo de esos días, lo cual lo tenía muy preocupado y de un genio de todos los diablos.

- Espera, no lo asustes pues, solo lo alejarás y regresará, tengo una idea. Tráeme aquella bolsa con las longanizas ya pasadas, pero antes, preparálas con lo que nos deshicimos de aquellos...
- Si, ya sé, acá las traigo ya preparadas.
- Bueno, dámelas.
El mecánico con la bolsa y media docena de longanizas ya pasadas y arregladas en mano, llamó al viejo perro, quien con pesadumbre  y desconfianza por sus amigos se acercó, cauteloso. Se vieron salir del parqueo dos brazos tatuados y llenos de residuos de grasa, esa que queda entre los dedos y las uñas, las venas se le saltaban al mecánico mientras sostenía al aire la bolsa con las longanizas, el desconfiado, viejo y ya con un olfato maltrecho perro, lentamente se acercó hasta el lugar en donde se hallaban los brazos estirados con la bolsa esperando a que el perro los tomara con su hocico. 
El perro se acercó lo más que pudo y la bolsa olfateó, luego de varias respiraciones largas, su viejo cerebro recibió la información de que la bolsa contenía carne y con cuidado para no lastimar la mano de quien lo alimentaba le recibió la bolsa y con la cara gacha se alejó; ya que estuvo alejado de quien lo alimentaba colocó la bolsa en el suelo y por un rato estuvo olfateando la bolsa, luego de nuevo la colocó en su hocico y con ella se largó del lugar con rumbo hacia su hogar. 
Ya era tarde cuando el viejo perro llegó a su hogar con dicha bolsa en su hocico, justo el viejo tambien regresaba de su trabajo, si es que lo que hacía se le puede llamar trabajo, el viejo acarició tiernamente a su amigo de más o menos doce años y mientras lo acariciaba le dijo a su perruno amigo.

- Hola Jac ¿qué traes ahí colgando? Deja y te ayudo, seguro es una bolsa con basura, ya te he dicho que no comas basura pues, podrías enfermar y no tengo dinero para veterinario. 
Jac soltó la bolsa con las longanizas y el viejo las cogió y de ellas se hizo cargo, entraron juntos a la humilde casa, si a eso se le puede llamar casa. Adentro lo recibió con mucho entusiasmo y amor el otro perro, un cocker de color negro, el cual no dejaba de agitar su cola y de gemir por la emoción de ver a su viejo amo, en lo alto, en una de las vigas, el gato negro de ojos color de cielo solamente maulló y siguió con la tarea de lamerse, en una esquina se encontraba su hija, una niña de diecisiete años, único fruto de la unión con su finada esposa.

- Qué bien que llegaste papi, ¿qué traes ahí? 
- No sé, pues no lo traigo yo, lo trajo Jac, ten y mira que es, seguramente es basura.

La chica corrió hasta donde su padre, le besó la frente y tomó la bolsa muy bien cuidada pues, Jac solo habia metido en su hocico el platico transparente con las longanizas, las cuales se veían intactas.

- ¡Mirá papi!, son longanizas y se ven buenas, el hocico del Jac no las contaminó.
- ¿En serio?, mira que bien, gracias amigo, por ti hoy cenaremos algo diferente.

Acaricio a Jac, quien había colocado su enorme hocico sobre sus temblorosas piernas.

- Cocínalas hija y tráeme unas en cuanto estén, pues tengo mucha hambre.
- Si papi, ahora las pongo al fuego y comemos.

A razón de unos veinte minutos las longanizas ya expelían su olor, la pequeña casa se inundó con su olor, uno que por primera vez se sentía en ese hogar, los perros caminaban inquietos babeando, mientras que el gato negro maulló otra vez y siguió con su tarea de lamerse.

- Ya están listas papi, ¿te las sirvo?
- Claro hija, tengo un hambre que me comería a Jac, además, ¿qué serán? como veinte años de no probar una longaniza, ¿te imaginas?, que delicia.
- Si papi, ten, buen provecho y que las disfrutes.
- Y tú, ¿no comes?
- Come tu papi, si sobran comeré, no te preocupes por mi, aliméntate bien pues, tienes que recuperar fuerzas para tus largas caminatas ya que no quieres que te ayude.
- No señorita, usted debe ir a la escuela, superarse para no ser lo que es su padre.

El viejo introdujo casi una longaniza entera en su boca y la mastico con tanta hambre, pero al dar mas de tres masticadas, sintió un sabor muy extraño en las longanizas que le hizo suponer de que estaban descompuestas y de inmediato las escupió al suelo, los trozos de la deliciosa longaniza quedaron repartidas por el suelo de tierra. El primero que cayó de la viga al suelo por su alimento fue el gato negro de ojos color de cielo  y el cocker de color negro tambien ingirió de la longaniza. 

Mientras que el viejo corrió a un tonel con agua de lluvia y su boca enjuagó, su hija my asustada ayudaba a su viejo padre, quien tosía y enjuagaba su boca, al lado de ellos se encontraba el Jac moviendo su cola, pero a un ritmo muy lento. Despues de enjuagarse el sabor desagradable en su boca.

- ¿Ya te sientes mejor papi? ¿Qué te pasó? ¿Te estabas ahogando por desear tanto comer esas longanizas?
- No hija, esas longanizas tenían un sabor muy raro, no era a comida pasada pues, ya hemos comido comida pasada y sabe mejor que eso. Era un sabor horrible. 

Eso le explicaba a su hija el viejo, cuando la niña gritó.

- ¡Papá, mirá, el Negro y el Cielo están muertos!
- ¡Qué!... ¡Esas mierdas estaban envenenadas hija! Alguien se las dio a Jac para matarlo, mirá se quebraron al pobre del Negro y al Cielo, pobrecitos. 

Efectivamente el veneno era tan potente que los animalitos murieron en el acto, solo tragaron los trozos de longaniza y murieron, no sufrieron, ni agonizaron, simplemente murieron.

Despues de que el viejo los metiera en una caja de cartón a los dos juntos y fuera al barranco que quedaba al final del patio, a unos tres metros de la casa y luego de que los lanzó, la caja de cartón cayó a unos veinte metros abajo del barranco, el viejo con lagrimas en sus ojos, regresó a la casa y en ella entró, ahí se encontraban la chica abrazando al Jac llorando desconsolada por la muerte de sus pequeños animalitos, quienes eran como sus hermanos, eran su familia.

- Ya hija, pude ser yo, demos gracias a Dios que no me petatié.
- Si papi, gracias a Dios que estás bien, ¿quieres algo papi?
- La verdad que sí, dame un poco de café para quitarme el mal sabor.

La hija del viejo obedeció a su padre y le sirvió un humeante y delicioso café.

- Aquí tienes papi. Toma.
- Gracias mi amor.

El viejo bebió su café hasta terminarlo y justo cuando lo hizo, el viejo cayó sin vida al suelo, igual que sus animalitos que recien había lanzado al barranco. 

Al viejo beber el café, activo sus glándulas salivales, en las cuales había quedado residuos del potente veneno y este al entrar en su organismo se activó y detuvo su corazón, entre otros órganos vitales. Quedando en la orfandad, su hija y el Jac, para quien era el veneno.

Mientras la niña gritaba pidiendo ayuda por la vida de su finado padre, en el taller, que había pasado otro día sin trabajo y mientras cenaban café con pan, los mecánicos se recordaron de Jac y rieron de pensar de que para ahora el viejo y sucio perro callejero, estaría muerto. Ellos no sabían que habían asesinado a un ser humano y no a quien por él reían, Sin saberlo, eran unos asesinos y habían llevado a su taller y a su casa la maldición.

De eso se darían cuenta hasta el día siguiente, cuando tampoco les llegaría trabajo, pero si les visitaría el viejo y noble de Jac.


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