lunes, 12 de septiembre de 2016

El Vecindario


Aquel vecindario uno tan solitario y pacifico, lugar en donde un día, fue un lugar ruidoso por haber en cada una de las casas, dos o más niños, los cuales ahora ya eran adultos y padres de familia y vivían en sus propios hogares, en el vecindario, solo personas de la tercera edad, edades entre los sesenta y setenta y cinco, por lo cual, el lugar era un lugar de silencio total, el cual tenía vida los fines de semana cuando llegaban los que una vez fueron niños y ahora visitaban a sus progenitores, para los que tenían suerte de no haber sido olvidados y otros más afortunados, que eran recordados pero no visitados, pues sus hijos vivían en el extranjero. Durante la semana, por las tardes, se reunían en una de las casas para pasar un momento ameno entre ellos y esta tarde era en la casa de don Tono. 
Ahí reunidos y recordando anécdotas y contando chistes o juegos de mesa, fue doña Leja quien pidió permiso, pues debía ir a su casa por algo. Ella salió y a su casa se dirigió. Pero al acercarse a su hogar se percató de que algo andaba mal en su casa y cuando quiso gritar para pedir ayuda debido a que seguramente un ladrón estaba en su hogar robando a la sexagésima, alguien le tapó la boca para evitar que la señora pusiera sobre aviso al malhechor e intruso en su hogar.

_ ¿Qué le sucede señora? Le quitaré la mano de su boca, no se preocupe, soy policía y sí, creo que en su casa está un asesino que aprovechó que usted no esta para robar sus pertenencias, no gritará ¿verdad?

Doña Leja movió su cabeza indicando que no lo haría, el hombre, quien decía ser de la policía la soltó.

_ Ok, ¿doña? ¿cuál es su nombre? 

Preguntó muy quedito, y ya se habían hecho por un lado. - Doña Leja - dijo la señora muy asustada por lo que pasaba.
Mientras en la casa de don Tono, Don Arístides dijo.

_ Ya no volvió la Leja, ¿verdad? 

Y se acercó a la ventana para observar si veía a Leja.

_ ¿Qué hace la Leja? ¡miren!

Dijo Arístides al resto del grupo, quienes lentamente se acercaron a la ventana; pues la Leja estaba escondida detrás de unos matorrales que dan a su casa, ella estaba sola.

_ ¡Vieja loca! voy por ella.

Dijo Arístides. Cuando se dirigió a la puerta de salida y tomó el picaporte, se escucharon dos disparos, esto alarmó a los viejos e hizo que salieran de la casa en ayuda de la Leja, quien regresaba huyendo a casas de Tono con el horror en su rostro.

_ ¿Qué pasó Leja? 

Dijo Arístides, recibiéndola en brazos y rodeándolos el resto de los vecinos, con el Jesús en los labios.

_ No sé, era un ladrón y asesino quien entró a mi casa y un policía, quien me ayudó, fue por él y entonces... Luego de unos instantes, los balazos.

Esto les explicó brevemente a sus vecinos Leja.
En breve, doña Leja estaba más tranquila y de su casa salía el policía con el arma en la mano.

_ ¡Es el policía que me ayudó! 

Gritó Leja, dirigiéndose hacia donde venía el oficial, junto a ella, el resto de vecinos.

_ ¿Qué paso oficial?

Preguntó Leja, muy agitada. A lo que el policía respondió.

_ El sujeto se opuso y al hacerlo no me quedó opción que dispararle, era él o yo. Ahora escuchen bien, para que ninguno de ustedes tenga problemas con venganzas de los secuaces de este desgraciado, ni se vean implicados en una investigación que se llevaría a cabo de oficio. Haremos lo siguiente; pero me tienen que ayudar, pues solo me sería imposible, ¿están de acuerdo? Piensen que hoy le tocó a doña Leja, pero mañana pudo ser cualquiera de ustedes, fue mejor que muriera esta escoria de la sociedad.

_ Por mí, esta bien, haré lo que usted indique oficial. 

Dijo Leja, a lo que los demás en estado de shock, estuvieron de acuerdo, pues no tenían tiempo ni de pensar.

_ Bien, excelente decisión, esto haremos; busquen en sus casas bolsas de plástico para que les sirvan como guantes, tambien necesitaré un plástico grande que nos servirá como especie de camilla para no dejar huellas de sangre regada por el suelo. Hagan lo que les pido y nos vemos en casas de doña Leja.

En cuestión de minutos todos en casa de Leja, muy nerviosos, pues a pesar de la violencia que pululaba por los vecindarios de dicha zona, ellos nunca habían visto una escena del crimen. Uno a uno se colocaron en sus manos las bolsas plásticas, las cuales fueron sujetadas con cinta adhesiva; doña Carlota fue quien llevó el plástico con el cual sacarían el cadáver de la casa de Leja.

_ Bien, escuchen con atención; esto lo hago por ustedes, así que a partir de este momento, todos somos cómplices. Ustedes se meterían en un grave problema judicial si esto se llega a saber y en cuanto a mí, perdería mi placa de 20 años de servicio, así que no hay marcha atrás. ¿Están conmigo? ¿guardaran este secreto? ¿se lo llevaran a la tumba?

Todos aceptaron la responsabilidad que aquel acto llevaba consigo y extrajeron el cadáver de casa de Leja y lo condujeron hasta un campo que estaba como a un poco más de cien metros, ese fue el lugar en donde sus hijos jugaron de niños y ahora era prácticamente un cementerio; lleno de escombros, basura, entre otras cochinadas. Llegaron hasta ahí y arrojaron como si fuera perro muerto al cadáver del asesino y ladrón.

_ Bien, déjenlo aquí, ¿Usted? ¿doña Ceci? Ok, llévese este plástico con doña Carlota y lo queman, dóblenlo bien y asegúrense de no dejar una sola gota de sangre con rumbo a sus hogares. Esta sangre que esta en el plástico deposítenla sobre el cadáver.

Eso dijo el oficial y ellas lo hicieron tal cual, luego lo doblaron y se retiraron hasta casa de doña Carlota a quemar el plástico.

_ Ok señores, cada uno de ustedes volverá a su casa y quemará el plástico que le sirvió como guantes y, se deshacen de lo que quede, se encierran en sus casas; yo daré aviso a mis compañeros y cuando escuchen las sirenas y vean el movimiento de policías, detectives, ministerio publico y bomberos, saldrán como cualquier parroquiano a chismear, no olviden colocar cara de asombro y a las preguntas de rigor respondan; que escucharon un disparo o algo parecido o que no escucharon nada, que ya están acostumbrados, que no pusieron atención al plomazo, en fin, cosas como esta, ¿estamos? 

Los vecinos dijeron que estaba de acuerdo e hicieron lo que les pidió el oficial. 
Efectivamente, en cuestión de media hora, quienes dijo el oficial llegaron al lugar del asesinato, no sin antes ayudar a Leja a lavar su casa de la sangre del desgraciado muerto. Todo salió como lo planeó el oficial y la vida regresó al vecindario. 
Ellos siguieron con su rutinaria vida, haciendo lo que siempre hacían. Algunos estaban olvidando aquel horrible episodio, mientras que otros aun tenían pesadillas nocturnas y entre ellos, una señora muy religiosa quien se sentía culpable del hecho en el cual tambien participó.

_ Bueno. Feliz noche, mañana en casa del Chato ¿verdad?
_ Sí, en mi casa, ahí los esperamos Lidia y yo, la pasaremos muy bien. Feliz noche, hasta mañana.

Se dirigieron todos a sus hogares a  preparar la cena, ver su telenovela, esperar el noticiero y después a dormir.
Esa noche Don Hugo, recibió una llamada justo cuando se dirigía a su recamara en donde lo esperaba doña Yoly.

_ ¡Aló! ¿Sí? buenas noches.
_ ¡Aló, Aló! buenas noches.

Pero nadie habló, solamente colgaron el teléfono, Don Hugo colgó y se dirigió de nuevo a su baño, cuando había dado unos cinco pasos, de nuevo el teléfono timbró.

_ ¡Puta!, ¡qué chingadera! espero esta vez hablen.
Aló si buenas noches

De nuevo el silencio estaba en el otro lado de la línea.

_ A desgraciados, no tienen nada que hacer, solo chingar a las personas decentes.

Dijo muy molesto don Hugo. pero cuando iba a colgar de nuevo, se escuchó que alguien habló.

_ Escuché bien Don Hugo, pues no lo repetiré... Sé lo que hicieron la otra tarde... Sé como arrojaron el cadáver en el terreno baldío... Quiero algo a cambio de mi silencio, de lo contrario iré a la policía y contaré todo; diré que fuiste el autor intelectual y por ello te echaran unos buenos años en el bote, del cual un día saldrás; ¡pero muerto...! Quiero en el mismo terreno baldío la cantidad de mil billetes, de baja denominación... ¿Entendiste? mañana pasaré por ellos, los dejarás justo en donde colocaron el cuerpo del cadáver, en una bolsa de basura pequeña, como la que se colocaron en las manos de guantes... ¿Entendiste amigo? si no encuentro mi dinero o me pones una trampa, entonces la próxima no será una llamada telefonica pidiendo dinero. Sino que, doña Yoli morirá... ¡Haastaa maañanaaa asesinos!

Y colgó, mientras, Hugo cayó sentado sobre el sofá, pues sus piernas no lo soportaron, ellas le temblaban de miedo...

Continuará...      


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