martes, 6 de septiembre de 2016

Es Hora de partir.


Parado frente a ti, escuchándote decir palabras que herían a mi enamorado corazón, quería detener el tiempo para no seguir sufriendo así, pero decidida seguías frente a mi, me repetías aquellas horribles palabras que me provocaban morir.

_ ¡Es tiempo de partir!

Por más que te recordé todos los momentos felices que juntos vivimos y te quise besar como a penas ayer lo hice, pero tus labios fríos, como el sepulcro que dejabas en mí, yo tratando de defender lo indefendible y tu seguías repitiéndome.

_ ¡Es tiempo de partir!  

La luz de la luna que brillaba como nuestras noches de amor intentaban influir en tí, pero nada era significativo para ti, decidida estabas en partir. Cuando ibas a repetir la trágica frase, te abracé con el amor más grande que un enamorado puede abrazar al ser amado y tu respuesta, fue tan fría, que solo frío sentí de aquel rico calor que tanto disfruté y esa frase de tus labio de nuevo se escapó.

_ ¡Es tiempo de partir!, ya hicieron la última llamada; prometo un día regresar y entonces quizás pueda ser.

Pero sé que solo quería consolar a quien destrozado estaba frente a ella, en sus ojos vi el mismo brillo que me enamoró y en los míos, ella vio unos cristales prestos a salir aunque traté de impedirlo, pero uno se me escapó y por mi mejía rodó; ella, antes de que al suelo, su destino cayera, la detuvo con una caricia de consuelo, luego tomó su maleta y con rumbo a la nave que ya era aborda se dirigió, mientras caminaba yo como idiota la veía, sentía que detrás de ella mi vida en su maleta la acompañaba. Entró en la puerta que la conduciría al avión que se la llevaría lejos de mí, detrás de ella se cerró, yo, caminé hasta los cristales lugar en donde muchos despedían a sus amigos y seres queridos, pero nadie sufría tanto como yo, pues sabían que un día volverían, por mi cuenta yo sabía que ella no regresaría, ella fue la ultima en abordar la nave, ni siquiera volteó, las escaleras subió y al entrar en el avión la escotilla se cerró, luego las escaleras se alejaron de la aeronave y sus hélices iniciaron su circular movimiento y el sonido en los cristales se sintió, todos se marcharon ya, yo sigo aquí, no me moveré hasta no verte partir, pues mientras el avión siga en tierra guardo la esperanza de que te arrepientas y del avión corriendo salgas a mis brazos y a mi corazón, pero el avión, inició su recorrido por la pista hasta que llegó al final y la vuelta dio, he inició su carrera que lo llevaría hasta las mismas estrellas, frente a mi pasó a gran velocidad y a pocos metros después se elevó, mientras se elevaba, sus llantas el piloto guardó y su rumbo continuó, yo no dejaba de ver aquel que con mi amor se marchaba lejos de aquí, mientras se alejaba lograba ver las luces titilantes en sus alas, hasta que el firmamento se lo devoró y de mi historia de amor ya nada quedó, en el cielo se perdió, ente nubes blancas, las cuales se veían debido a la enorme luna de esa noche, mi mano sobre el cristal como deseando de la cola tomar el avión e impedir su vuelo, aunque sea por unos segundos, pero era un sueño nada más, el reflejo me permitió ver mi rostro y este no era yo, era lo que quedaba de mí, de un cuerpo sin corazón o sin amor, al final es lo mismo, mi rostro pálido de dolor, mis ojos brillantes por el mismo dolor, coloqué mi sombrero y a mi gabardina sobre mi hombro, di la vuelta e inicié mi retorno al que fue nuestro hogar por solo seis meses, pero los más felices de toda mi existencia, cabizbajo caminé por los largos pasillos del enorme aeropuerto, mucha gente, pero para mí, nadie, solo era yo con mis pensamientos y recuerdos agolpándose en mí, no sé, creo haber perdido la noción del tiempo, pues cuando reaccioné estaba colocando la llave en la puerta de mi auto, esta se abrió y en ella entré, al sillón de atrás mi gabardina fue a dar y mi sombrero en el lugar de ella, abrí la guantera y extraje una cajetilla de cigarrillos, tomé uno y de mi bolsillo un fósforo el cual alumbró la oscuridad del lugar en donde me encontraba, mi sarcófago motorizado el cual era en ese instante, sorbí el humo, bien que lo sentí entrar en mí y a mi cuerpo calentar un poco, luego de exhalar el cancerígeno humo escuche a mi motor rugir, lo hizo con coraje pues tambien él la echaba de menos. Por horas los caminos recorrí y en las sombras de mis cristales, en los tres retrovisores, en cada cual aparecía su rostro, la bella cara que un día se atravesó en mi vida y me enamoró, subiendo colinas y bajándolas, al fin aparecieron las luces de la ciudad de los cincuenta, ellas se confundían con el cielo estrellado; en cuestión de media hora me encontraba en la bella y muy colorida ciudad, luces neón que iluminarían por toda la noche a la ciudad, mientras que la que iluminaba mi vida viajaba a varias millas de mí con boleto solo de ida, juro que no sé como no me accidenté, pero luego de un par de horas por esos caminos sin tener control de mi propia vida, pues todo mi ser estaba concentrado en los recuerdos con ella, no sé como llegué hasta acá sano y salvo, algo que me tenía sin el menor cuidado, pues si me hubiera accidentado y hubiera muerto en el accidente para mi era igual, bajé de mi coche un studebaker modelo 56, de color oscuro y de asientos claros, testigos de infinidad de arrumacos románticos con ella. Caminé por el jardín, tambien recuerdo de ella, me detuve por un momento y en nuestra banca y hamaca me senté y al cielo vi, las nubes blancas y la enorme luna jugaban con mi mente, pues en ellas tu rostro sonriendo para mí como en los mejores momentos juntos, ya era mi cuarto cigarro y el segundo jalón que doy, pues los otros tres intactos les quedó la ceniza, pues solo los encendía y se quedaban inmóviles en mi mano, esta vez jale fuerte y mis pulmones los llené siempre viendo al cielo, así estuve por un rato hasta que a mi sentido del olfato llegó una de tus flores nocturnas, una huele de noche que me inundo y hasta su aroma en forma de mujer juro que vi, era su figura quien se sentaba sobre mí como lo solía ella hacer en noches como esta, yo sentí que la besé y ella a mí, eso me hizo verte con tus guantes blancos y tijera jardinera en manos, podando tus rosales; sobre tu cabeza un sombrero blanco de ala ancha y un encaje en él para protegerte del sol, vestido color gris y zapatillas amarillas y un cigarrillo en tus lindos labios de carmín y en mis ojos, los cristales que seguía escapando de mí, ahí me dio la media noche hasta que sentí frío, el cuarto cigarrillo al igual que los otros con la ceniza intacta ahí sobre aquella banca lo dejé y con el aroma de aquella flor nocturna hacia mi casa me dirigí, la puerta abrí y en ella entré, al hacerlo, nunca prendí las luces, no las necesitaba, deseaba la oscuridad como la que llevaba adentro de mí, en la cocina un ruido escuché y a ella me dirigí y en el cristal redondo de la puerta desde ahí te vi, cocinando para mí, una deliciosa paella, reías como siempre y además de tu cigarro que se moría en la orilla de la mesa, en tu mano una copa con vino rojo, el cual cada que podías bebías y cuando te era posible en mis piernas te sentabas y mis labios los besabas. 
El teléfono sonó y mi corazón brincó, no de susto, sino con la ilusión de escuchar a quien de mi lado se fue, este repicaba y repicaba, pero mis pasos eran lentos y cuando a él llegué ya no sonó más, pero lo levanté y en el lugar del sonido de que se cortó la llamada, entre ese tu-tu-tu-tu; tu risa escuché y luego oí colgar la línea. Sobre el sillón estabas sentada con tus piernas recogidas, sobando tus lindos pies, y recostada en mi hombro riendo como siempre, te sabía que eras muy feliz conmigo yo disfrutaba contigo, escuchando nuestra melodía, nuestra canción, esa que seguro nunca volveré a oír; con aquella imagen subí los escalones hasta que llegué a mi cuarto y al entrar, la ducha escuché encendida, el agua corría y de ahí una bruma por el agua caliente y entre ella el cuerpo más bello que nunca olvidaré, luego de ahí salías completamente desnuda con una toalla enrollada sobre tu cabeza caminando muy sexy y haciendo paradas luciéndome tus bellas curvas y así mojada caías sobre mí, mojando mi ropa, la cual con besos y caricias las ibas removiendo de mi cuerpo hasta dejarme como tú, en completa desnudez, ya para entonces tu cuerpo había evaporado a toda la humedad del baño y solo sentía la humedad propia de una mujer excitada y hacíamos el amor hasta quedarnos dormidos, nuestras piernas entrelazadas y nuestros brazos enrollando a tu hermoso cuerpo y tú, acariciando mis vellos en el pecho, así nos amanecía para al despertar seguir amándonos, pero esta vez lo que me despertó fue el timbre del teléfono, luego de repicar por tres veces; dije.

_ ¿Aló? buenos días.
_ ¿El señor Gerbruger?
_ ¿Si? él habla... 
_ Le hablamos de las aerolíneas SW555...

El auricular coloqué al lado, justo en mi almohada, pues mi brazo no tuvo más fuerzas para sostener el auricular, porque la noticia que me dieron a mi cuerpo aguadó por completo y no podía ni hablar.

_ ¿Señor Gerbruger? ¿sigue ahí?... ¿Aló, Aló?... Tu-tu-tu-tu...

Días después, estabas otra vez frente a mí, yo que creí no volver a verte más, solo que esta vez nuestro adiós era sin esperanza alguna, esta ves, tambien te escuché decir...

_ ¡Es tiempo de partir!

Esto escuché varias veces, mientras tu ataúd bajaba por el enorme agujero que sería tu hogar y el mío.
Yo dije.

_ ¡Adiós mi amor!



                                      El Fin

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