jueves, 25 de mayo de 2017

Cuando te toca, te toca. La historia de Agripina (como me lo contaron te lo cuento)


Todo indicaba que sería una noche tranquila, el pueblo se encontraba en total sosiego, la luna que brillaba y era la máxima fuente de luz del lugar, por ratos se le interponía alguna nube negra, cómo presagio de que algo malo sucedería, al menos eso contaban nuestros abuelos en aquellos tiempos en que la tecnología no había llegado al pueblo, uno que hoy día era una ciudad moderna, pero que en algunos lugares a las afuera de donde todo era modernidad, aun quedaban vestigios de lo que antes fue; caballerizas en medio del campo, pollos, cochinos, en fin, lugar para las personas que nunca tuvieron la fortuna de crecer y mejorar con el paso del tiempo, junto con la modernidad de la ahora ciudad incrustada en el oriente. 

Aquella noche se encontraban en su casa una pareja de esposos, los que se habían quedado entre lo moderno y lo antiguo, pues, les tocó, porque las tierras que sus padres les heredaron estaban justo en aquella zona, en medio de lo antiguo y lo moderno. 
Un poco más hacia el campo, un rancho, de los viejos, a uno de sus costados, los gallineros, los cochinos que pernoctaban y roncaban y más llegando al río, un enorme caballo de color negro, de larga cola y largas crines, manso como la paz, disponiéndose a descansar, pues a la mañana siguiente, a él y su amo les esperaba un día agitado, porque las lluvias anunciaban que estaban por llegar. 
El lugar necesitaba de un invierno copioso, porque su bella laguna tambien agonizaba, eso le sucedía a muchas familias a la redonda de la ahora moderna ciudad y que dependían de lo agropecuario y este era el caso del dueño del enorme y hermoso caballo negro. 

Por ahora, la pareja de esposos descansaban en su hogar, la señora, Agripina le dijo a su esposo, Otoniel.

_Voy pa´la cocina hacer la cena.
_Ve mi amor, que ya tengo hambre. ¿Sabes? se me antoja un huevo o dos, hace mucho que no comemos unos huevos estrellados con cebolla y tomate. Se me hace agua la boca de imaginarlos.
_Esta bien mi amor, solo que no hay huevos, tendré que ir a la tienda de doña Chona por una media docena.
_Anda y que te los fíe, que los apunte.

Doña Agripina siguió para su recamará a sacar un suéter y a colocarse unas zapatillas, pues andaba en chanclas. Al entrar en el cuarto, vio por la ventana que la noche estaba linda, recordó que en el corredor, donde estuvo con su esposo hace poco, hacía fresco, más no viento como para colocarse un suéter, así que se colocó nada más sus zapatillas, unas que le gustaban mucho, regalo de Otoniel para el día de las madres recien pasada.

Mientras Doña Agripina se colocaba las zapatillas que tanto le gustaban, el caballo negro se acomodaba para pernoctar bajo la luz de la bella y enorme luna, cuando escuchó el sonar de un cascabel, esto lo inquietó, pues su instinto animal le decía que aquel sonido no era nada bueno, ni seguro para él y como la noche estaba clara, a no ser porque en vez en cuando se atravesaba una nube negra, una que ahora se alejó por un instante, el caballo logró ver lo que lo tenía en desasosiego, una larga y gruesa cascabel, la cual, al sentir al enorme animal sacudió su cola, indicando que ella estaba ahí, el caballo negro se agitó, su corazón se le salía por su pecho, este se encabritó y deseó alejarse del venenoso animal, de quien ahora su sonajero se escuchaba más desafiante, este en la desesperación salió en tropel con la intención de sortear la barda de palos y alambre de púas oxidado; empero, el terreno no era lo suficientemente largo como para lograr sortear la barda de un franco brinco, pero era tanto el miedo que sentía que no le importó y se animó, pero al hacerlo, con las patas traseras se llevó la barda, al hacerlo se le enrolló el alambre de púas en una de sus patas, otra parte del oxidado alambre se le incrustó en las ancas, el enorme caballo negro sintió e imaginó que la serpiente lo había atacado y esta le clavaba sus colmillos, lo que hizo que este corriera con mayor fuerza, algo que arrancó hasta uno de los palos viejos de la barda, el caballo ahora corría con rumbo a las afueras de la ciudad, este parecía que era cabalgado por el mismo demonio, el caballo corría desbocado, en sus ojos se le veía el horror y el dolor. 
Justo cuando este dejó el terreno con rumbo hacia la ciudad, doña Agripina cerró la puerta de su casa con rumbo a la tienda de doña Chona, ella caminaba lento, disfrutando de la maravillosa y fresca noche, ella caminaba con pensamientos lindos en su mente, pensando en su hijo, en sus nietos, que estaban prontos por llegar a visitarlos con procedencia de la ciudad capital, lugar en donde este trabajaba como ingeniero. 
Así iba doña Agripina, pero de pronto algo la regresó de sus pensamientos a la realidad, ella escuchó como los cascos del caballo desbocado somataban contra el barro y alguna piedra, tambien el sonido que provocaba el palo que lo arrastraba por el alambre de púas, ella se detuvo por detrás de un viejo auto que estaba a pocos metros de doña Chona, un auto viejo y oxidado como todo por aquel lugar, ella con miedo miró para adelante y para atrás, pero nada vio, en este momento la luna estaba siendo eclipsada por negra nube, esto oscureció el lugar, ella seguía ahí, solamente escuchando, entonces vio para una callecita que conduce hacia los arrabales, hacia el río, lugar por donde el caballo negro venía con el miedo encima, ella alcanzó a divisar un enorme bulto negro, pero no supo definir que era eso, solo escuchaba el desesperante sonido, ahí estuvo otro momento más, mientras sus ojos definían que era lo que no lograba definir. 
El caballo negro ahora se acercaba más hacia la calle donde ella esperaba asustada, entonces logró ver al enorme caballo negro, quien no se detendría por nada, ni por nadie, Agripina dijo a sus adentros; Dios mío, es un caballo endiablado, qué hago. Entonces, al ver que el animal se dirigió hacia donde ella estaba, entró en pánico y decidió salir de la protección del auto viejo y llegar hacia la otra acera, encaramarse en ella y ponerse a salvo, la calle se encontraba vacía, en ella, solo ellos, el caballo negro y doña Agripina. 
Cuando ella iría por media calle, escuchó como el palo que el caballo arrastraba con el alambre de púas, dio contra el auto viejo y oxidado, lugar en donde estuvo resguardándose mientras entendía que era aquel horrendo ruido. El palo que el caballo arrastraba con el alambre de púas, literalmente explotó contra la chatarra, esparciéndose las esquirlas de escombros por doquier, el carro casi se destruyó por completo con el impacto. 
Ahora el caballo solo llevaba el alambre de púas, dos extremos de él que iban balanceándose como deseando asirse de algo, el caballo pasó al lado de doña Agripina sin pensar en detenerse, ella apenas llegaba a la acera, una acera que era demasiado alta, la cual no se podía subir tan fácilmente, ella en su desesperación trataba de subirse en la acera, como si fuere naufrago que encontró algo para flotar en medio del océano, pero cuando lo hizo, ella sintió que de su tobillo algo la agarro, ella sintió como si una mano huesuda, la de misma muerte la cogió por ahí, ella de inmediato volteo y al hacerlo vio cómo el otro lado del alambre de púas le iba directo al rostro, instintivamente metió su mano, evitando que una de las oxidadas púas la degollara o que se le incrustará en algún ojo u otra parte del cuerpo. 
En la palma de su mano, la que se interpuso entre el rostro y el alambre de púas, una de ellas se le introdujo, tal cual un Cristo, ella ahora estaba atrapada en un pie y en una mano; el caballo no pensaba detenerse hasta que se cansara en alguna parte. 

Los alambres se tensaron y arrastraron a doña Agripina, mientras ella era halada inmisericordemente por el caballo, con fuerzas de supervivencia logró extraerse la púa de la palma de la mano y el alambre reviró por doquier, pero el peso de ella y la fuerza del animal que jamás se detuvo ni con este nuevo peso muerto, siguió su carrera, mientras que doña Agripina, se arrastraba hacia la acera, una a la que logró llegar, pues esta no era tan alta, casi quedó por enfrente de su hogar, pero a pesar de aquel ruido, nadie salió, la calle seguía sola y ahora en completo silencio, doña Agripina se dolía de la herida en su mano, ella se percató que atrás de ella estaba la entrada de su casa, se incorporó para entrar en ella y que su esposo la ayudara a curarse para después ir al dispensario del pueblo para que la curaran y le inyectaran la anti-tetánica, pero al hacerlo se fue de bruces al suelo, dando con el rostro contra el barro de la calle, algo que tambien la causó dolor, pues se raspó su mejilla.
Pero ese dolor no sería nada al darse cuenta de que justo enfrente de ella, a unos pocos centímetros de su rostro y con dirección exacta a su vista se encontraba ensangrentado y destrozado un pie, ella al verlo se aterró, se preguntaba de quien podría ser ese pie, pero al ver como a un metro más allá del pie desnudo su zapatilla, ella aterrada se sentó y dirigió de golpe la vista hacia sus piernas y lentamente siguió con la vista hasta darse cuenta de que le faltaba un pie y que de ese lugar sin pie, salía mucha sangre. 

Doña Agripina gritó desesperadamente. Al escuchar el grito desesperado de la señora, el que primero salió fue Otoniel, él vio a su amada esposa sentado en medio de la calle llorando y dando gritos. Ella gritaba.

_¡Mi pie. Dios mío mi Pie!

Despues de su marido, salieron el vecindario completo, tomaron a doña Agripina y la subieron al pickup de un vecino y cuando este estuvo por ir al centro de salud más cercano, alguien les gritó.

_El pie, esperen que lo meto en una bolsa con hielo y llévenselo.

Así lo hicieron, llegaron al dispensario, pero ahí no había lo necesario para una emergencia de esa envergadura, así que la introdujeron en una vieja ambulancia y la condujeron con rumbo a la ciudad capital, eran como cuatro horas de camino. 
Doña Agripina se repuso, la estabilizaron, pero lamentablemente perdió su pie.



Basada en una historia real. Nombres y lugar han sido cambiados.




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