viernes, 20 de febrero de 2015

Una de Vaqueros 2


                                            II

- ¿Creen que por ser tres me podrán vencer? Les decía el jinete, mientras acomodaba su negra gabardina de manera que no le interrumpiera en lo que estaba a punto de suceder.
- ¡Jajaja! volvió a reír el mismo de los tres.
- ¡Oyeron al estúpido, no sabe con quienes se está metiendo! repitió el de siempre.
- ¡¡Cállate y concéntrate idiota!! Le ordenó el jefe al inquieto de sus acompañantes.
- ¡¡Ellos son los idiotas y no saben lo que les espera!! Murmuro, el que lo había reconocido.
- ¡¡Shhhh!! ¡Cállate! ¿Quieres que te maten a ti tambien? Le murmuró el que lo acompañaba detrás de una de las mesas, las más alejadas del lugar.
- ¡Por última vez, dejen en paz al muchacho y nadie saldrá herido! Les advirtió el jinete ya con la imagen clavada entre ojo y ojo, de quien caería primero; a pesar de que sus manos se encontraban muy retiradas de los revólveres.
- ¡Ya esta bien de tantas palabrerías, señor! Le dijo el jefe de los retadores.
- ¡Salga de la cantina; vallase y, no le haremos nada! Le ordenó al jinete. El jinete no dijo nada, solo siguió viéndoles directamente al rostro, mientras los tres casi tocaban sus pistolas con sus dedos, el rostro del jinete se veía tranquilo, lo único que sobresalía de su rostro a parte de su barba rojiza, era una cara quemada por el sol, debido a la exposición de varios días en el desierto y sus ojos serenos, serenos como agua de mar en noche de luna llena, y de un color azul oscuro profundo.
El silencio se apoderó del lugar, como advirtiendo que se aproximaba el estruendo de los plomazos.
El primero que tocó su revolver, fue el inquieto y bullicioso de los tres empleados del patrón, unos segundos después, lo hizo el otro y por ultimo el jefe de ellos. 
Sonaron dos tiros, pero nadie vió con certeza de que revolver habían salido los tiros, pues, pareciera como si nadie hubiera desenfundado su revolver. Los tipos que custodiaban al jefe, uno a la derecha y otro a la izquierda, cayeron al suelo lentamente, como si alguien los hubiera sostenido por breve tiempo, queriendo saber que había pasado y luego de ello, los soltó. Quedaron tirados frente a su jefe, viéndole a los ojos; éste, bajó la cabeza y quedó pasmado sin saber que había sucedido, se preguntaba; ¿cómo era posible? Ahí, en el suelo sucio, lleno de polvo, colillas y escupitajos, estaban: El bulliciosos y su amigo, con un agujero muy bien definido en el centro de la frente, los agujeros estaban en un lugar, que si el mismo Pitágoras hubiera realizado las medidas respectivas a las frentes de cada cadáver, habría concluido que, los agujeros estaban exactamente en el centro de cada frente.
Supieron que el jinete había disparado, pues de las armas que se encontraban en sus fundas, de los cañones de éstos, salía un hilo de humo.
- ¿Cómo es posible? Se preguntaban los curiosos. Mientras, aún habían dos de pie frente a frente. El jinete, dijo.
- ¡Sigues tú! Con la misma paz de hace unos momentos en su rostro. Pero, el jefe y único sobreviviente, simplemente tragó saliva; pero antes de que, de su seca garganta saliera algún sonido, el jinete lo vió tan fijamente a los ojos, que éste, sintió como si en ese instante éste se acercara a él, de una manera fantasmagórica y cuando regreso en sí, sintió el rostro del jinete frente a él, tan cerca, que casi percibía que la nariz del jinete le sobaba la de él y ésto escuchó.
- ¡Deja en paz al muchacho y vivirás, él se hará un hombre en su momento, no cuando tú o tu patrón lo decidan! Y, se alejo de donde el jefe de los caídos pensó que estaba.
- ¡¡Bajen sus armas!! ¡Qué pasa aquí? Entró a la cantina con rifle en mano el sheriff del pueblo y sus  ayudantes, ésto hizo que el jefe sintiera un alivio pues, la presencia del alguacil le dejaba con la posibilidad de seguir siendo temido y respetado en el pueblo. 
- ¡Fué en defensa propia alguacil! Gritó el cantinero. 
El alguacil vió al desconocido, quien ahora tomaba a su fino sombrero y lo colocaba sobre su larga cabellera tambien de color rojizo.
- ¡Lárgate de aquí John y llévate al hijo de tú patrón! John, obedeció sin reparos; tomó del brazo al muchacho quien salió del lugar sin quitarle la vista de encima al jinete que lo había defendido. El alguacil ordenaba a sus ayudantes que sacaran de ahí a los cadáveres y se los llevaran a la granja del patrón. 
El jinete terminó de un solo sorbo lo que le faltaba de su cerveza y se dirigió a las gradas que daban a las habitaciones, para ésto, el piano ya entonaba sus típicas melodías; ahí, no había pasado nada. 
- ¡Oiga forastero! ¡le sugiero que se largue a primera hora, no quiero más muertos en mi pueblo! El jinete lo vió de reojo y siguió para su habitación, sin esbozar una sola silaba.
Luego de ello, se escuchó en una de las esquinas de la cantina.
- ¡Te lo dije, era él! Todos pusieron atención a lo que el tipo empezaba a contarle a su acompañante, el alguacil, escuchó con toda su atención a lo que estaba por contar el tipo del fondo de la cantina.
- Hace unos días, me encontraba en el desierto, buscando una de las reses del patrón y fué ahí cuando lo ví, lo recuerdo como si fuera hoy mismo. Dijo y prosiguió con su relato. _Tres tipos se acercaron a él, mientras que éste se levantaba y tomaba café, junto a él, un hermoso caballo, negro azabache. Los tipos le exigieron que le entregara sus pertenencias y entre ellas, querían su sombrero y al caballo.
- Éste les dijo que no y ellos rieron, burlándose del jinete, pues, era lógico, era uno contra tres. El jinete se quitó el sombrero y lo acarició, luego lo colocó sobre una roca, se volteó y les dijo, con esa voz tan calmada que él tiene.
- ¡Mejor se van, sino morirán! Ésto, les decía mientras se colocaba su gabardina negra; nos... ellos, se rieron otra vez de él, pero éste se colocó frente a ellos y los vió fijamente, no dijo más nada, ni se movió más y cuando sentí se escucharon dos disparos, fué tan rápido que quede petrificado, jamás había visto a nadie con tanta velocidad, que pareció como si no hubiera desfundado sus revólveres; luego de un silencio propuesto por el eco de las tambien admiradas montañas, por los disparos; cayeron de sus caballos dos jinetes, con un orificio en la frente, igual a la de los de aquí, el tercero, ya no pudo mover un solo musculo y en su mano estaba, como pegada su pistola, la cual no podía soltar, pues, sus manos estaban engarrotadas del miedo. 
Él cogió su sombrero, ensilló a su hermoso caballo y cuando terminó, me... le dijo al tercer hombre y único sobreviviente.
- ¡No te mato, para que entierres a tus amigos! Pasaron varios minutos y al fin pudo enterrar a sus amigos y, el jinete siguió con rumbo hacia acá. 
Concluyó la historia el tipo, en la cantina, el mismo silencio que durante el duelo, no hubo quien no escuchara la historia del ladrón sobreviviente. El alguacil entonces dijo.
- ¡Toca Jimmy, toca! Y el pianista volvió a tocar las canciones, luego se retiró a su oficina. 
Mientras, en el cuarto del jinete una señorita le preparaba el cuarto y éste se encontraba metido en la bañera, ella se acercó a él y le dijo.
- ¿Necesitas algo más? Lo hizo con tono seductor y mientras lo decía se agarraba las enaguas, como para limpiarlas, dejando a la vista del jinete, por lo de las posiciones, a la vista un par de gorditas y sexys piernas blancas; éste alargo su brazo y la atrajo de golpe contra él y le propinó un beso que la chica nunca olvidará, luego le dijo.
- ¡Gracias, pero será otro día, hoy estoy muy cansado! ¡sal y cierra la puerta! 
La chica obedeció y salió de la habitación como ida, después del beso. El jinete encendió un cigarro y se acomodó mejor para relajarse adentro de la tina con agua tibia.
Al día siguiente, el jinete se encontraba completamente desnudo, rasurándose la barba de días frente a un espejo viejo del cuarto; en eso la puerta se abrió de golpe.
- ¿Usted? Dijo el jinete y agregó _¡De no ser usted, ahora estaría muerto! El alguacil vió hacia donde se encontraban sus armas, colgando de las fundas en una de las patas de la cama, como a dos metros de él.
- ¡Se lo que piensa! Le dijo el jinete y luego le mostró que, de entre costilla y brazo, le salía el cañón de otro revólver. Cuando el alguacil se percató, le sonrió. Pero, de inmediato cambió su rostro y dijo ésto, con una vos alterada.  
- ¿Así que es usted? 







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