Hola Hijo.
Te escribo esta carta, pues, hablar contigo ya no es posible,
aunque compartimos la misma casa te siento tan lejano, que a veces pienso que
te he perdido, como si te hubieras extraviado entre las paredes de nuestro
hogar, he llegado al extremo de preguntar: ¿Dónde se encuentra mi pequeño? Pero
has crecido y con ello, y tú edad, lo había olvidado, pero no es tu culpa, es la
edad, la que te ha separado del que un día fue tu mejor amigo, tú héroe, el
inseparable; ahora, tus obligaciones y la tecnología te han robado mi atención
y mis consejos; los consejos de tus amigos son mejores, más actualizados; lo
que yo digo es algo fuera de época, fuera de moda. ¿Dónde te escondes que no te
veo? Y, cuando logro hallarte, estás encerrado en tu cuarto, ni siquiera te percatas de
mi presencia, pues la computadora o tu celular te tienen secuestrado y te
impiden que tengas un rato conmigo.
Yo; ¿recuerdas? mi
amor, y que siempre busqué un tiempo para nosotros, pues, no me negarás que
siempre que volvías de la escuela nos encontrabas sentados en la acera a
nuestro perro y a mí, con pelota en pie, para lograr ganarle las últimas horas
de sol a la tarde, eras incansable y yo a mi edad que por todo el tiempo, desde
que a mi vida llegaste, has sido; mi atención, mi preocupación, mi obligación trataba
de darte la talla, sí que me agotabas, pero era un cansancio hermoso,
delicioso, uno que valía la pena sufrir; recuerdo también, tu alegría al
ganarme en nuestras tardes de descanso escolar, con juegos de mesa, tu alegría
era inmensa cuando ganabas , tal cual, quien se saca la lotería y yo, con un
seño fruncido fingía una frustración que no sentía. Y, cuando perdías, algo que
era bueno para adelantarte que en la vida no todo es gloria y que también hay
momentos difíciles, ésos juegos eran una
escuela, una doctrina de vida; te enfurecías tanto, parecías un troglodita y yo
te consolaba, indicándote que en la vida no siempre se gana. ¿Lo recuerdas?
El tiempo pasa y siento que lo estamos desperdiciando, tú lo
ignoras, pues, piensas que el tiempo es lento, pero yo sé que no es así, y
menos para mí, el tiempo en mí, va muy rápido y furioso, pero adentro de mí,
aun vive un niño, que aún quiere
compartir tiempo contigo. Soy
alguien, que si ves por la ventana me
veras como niño pobre, sentado sobre la acera de nuestra calle, esperando a que
salgas y juegues conmigo, entre mis piernas, la vieja pelota. De pronto
apareces y mi corazón se agita de emoción, pero tú pasas de largo y no me ves,
sigues de largo a casa de otro amigo, uno al que le ha llegado un nuevo juego
electrónico; para que perder el tiempo con ese pobre niño si lo puedes emplear
con el niño rico que vive a la par. Algo que ignoras y que un día lo sabrás, es
que el tiempo no perdona y que, cuando llegues a la edad de ser tú quien ahora
soy yo, te llegará la factura y sufrirás lo que ahora sufro yo. En ese instante
recordarás al niño pobre de la acera y lo buscarás desde tu cuarto, pero él ya
no está, se ha ido, ahora estas solo, lo mismo que yo desde hace tanto, y te
preguntas ¿Dónde estás padre? Vienes
a buscarme y me hayas en una cama, mi alegría no tiene tamaño, pero mi arrugada
cara ya no es expresiva, y mi cuerpo ya no tiene más que dolores, mi tiempo de
juegos ha caducado, ahora solo puedo escucharte y aconsejarte. Te repito lo
mismo de toda la vida y tú te asombras de mi sabiduría, pero, es la misma de
siempre, la diferencia es que ahora me prestas atención y me escuchas.
Hijo amado, espero que éste papel este blanco para cuando
leas mi carta y no sea un papel olvidado y encontrado por accidente y que para cuando
lo leas, éstas letras estén sobre un papel amarillo. Eso será muy triste para mí
que ya no estaré y para tí que ya no me tendrás.
Sabes que te quiero hijo amado, que te extraño y te espero, que
estaré en el mismo lugar de siempre, esperándote por si quieres compartir un
poco de tu tiempo conmigo. Que no te guardo rencor, jamás mi corazón podría
cambiar su sentir por tí, pues, has sido el hijo que siempre quise, que tanto
esperé, y al que como a nadie he amado. Ahora me explico esas sabías palabras: “Dejad
que los niños vengan a mi…” Eres un ángel que Dios me ha enviado, solamente,
para amarte, cuidarte, educarte y luego
debo dejarte ir. Pero yo me he enamorado y de mi propiedad te he creído que no
quiero perderte. Disculpa
mi egoísmo, pero, es que jamás había amado antes como a ti te he amado.
Tú Padre
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