lunes, 27 de julio de 2015

Dos extraños nada más


Eran dos extraños en la noche, solo había frío nada más en sus solitarios corazones, se vieron y sin rumbo su camino, ellos siguieron, cuando al lado pasaron sus corazones tiritaron pero eso solo ellos lo escucharon, solo ellos lo sintieron. Ellos, los extraños, sintieron pena el uno del otro y después, mientras se alejaban por la calle chica, oscura y fría sintieron un poco de miedo; lo digo por la inseguridad del lugar; caminaron sin voltear a ver que era del extraño que justo al lado recién pasó.  
A pesar de que casi a diario, ellos los extraños por ahí se paseaban queriendo dejar de ser dos solitarios y su frío con alguien calmar, esa noche, una que fue, ¿quién sabe cuando? pero que de nuevo convergieron; se vieron venir con caminado pausado, como dejándose por alguien alcanzar pero, atrás de ellos nunca nadie se le vió caminar. 
Luego de varios segundos viendo quien se aceraba, al pasar sus corazones de nuevo tiritaron, pero esta vez si lograron verse y al darse de ello cuenta de inmediato la cara hacia el suelo vieron. 
Pasaron otros días y a la calle de nuevo ellos salieron, pero esta vez en la mente de cada uno el otro extraño, el que hacia a su corazón tiritar, el que la otra vez me vió; se decían en sus mentes, en sus pensamientos; pero esas noches siguientes no lograron verse, no lograron encontrarse, no volvieron a converger, a pesar de que trataban de salir a la hora de siempre. Por fin, una noche, la cual era más fría que las otras, pues además del frío había una leve lluvia cosa que no les hizo desistir, pues sus corazones guardaban la ilusión de nuevamente encontrarse con aquel extraño de tantas noches. 
La lluvia no permitía ver bien, pero cada que alguien aparecía enfrente, su corazón se agitaba esperanzado en que fuera el extraño de siempre y al pasar al lado el corazón se apaciguaba pues, por cualquier extraño su corazón no latía, no palpitaba fuerte, solo habia un extraño que hacia galopar a esos dos solitarios corazones, deseosos de lograr a alguien un día poder amar. 
De pronto, ellos, los dos corazones solitarios se hicieron sentir, casi se salían de sus pechos, por más que ellos trataron de disimular y a sus corazones controlar, llevar a la cordura, pero eso no era posible; por fin, los extraños estaban ya muy cerca y en sus mentes, ambos repitieron; es él, es ella; los pasos calmaron y al estar de nuevo frente a frente, uno a la par del otro, sus corazones fueron los que primero se hablaron pues, ellos ya no eran extraños, eso les dió valor para mirarse y en silencio; uno primero tímidamente al otro le sonrió y la respuesta ansiada pronto del otro le llegó y junto a otra tímida sonrisa sin saber como, éste o ésta, dijo; ¡hola! y en ese instante sintieron la muerte, no la huesuda, sino la que te hace sentir un breve lapso en el cual tu corazón se detiene de pura emoción. 
Uno con paraguas, el otro mojándose pero frente a frente, con mucho frió, sintiendo que sus almas estaban a la orilla de por fin a alguien poder amar y al verse uno al otro, sintieron que podrían llegar a quererse, llegarse a amar. 
Luego de ese hola, se escuchó un; ¡hola! ¿como estás? y en ese instante, el otro su mano tomó y bajo el paraguas éste en él entró y por la calle vacía y húmeda, los extraños y solitarios corazones, caminaron juntos y para siempre. 
Él y ella, esa noche fría, mojada, oscura y callada, dejaron de ser, dos extraños para siempre.

Hoy se les ve caminar, a la misma hora, por el mismo lugar, a los que un día simplemente fueron dos extraños nada más.  

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