sábado, 14 de junio de 2014

LA SOPITA

-Acompáñenme a comprar cigarrillos a la tienda, dijo Daniel. Y todos, le acompañamos. Justo en la entrada de la tienda se quedaron todos parados, como en trance, su mirada fija en un punto, yo que venia  atrás del grupo me tope con ellos, por detenerse de forma abrupta.
-Mucha, no jodan caminen. Les dije, al final de la fila, ellos seguían inmóviles y nadie reaccionaba a mi solicitud, cosa que llamo mucho mi atención y pensé.
-Algo esta pasando ahí adentro.
-Pero, ¿Qué será? Como pude me abrí paso y frente a mi, quedo lo que les impedía entrar en la tienda a comprar los cigarrillos. Se trataba de Sonia, (lo supe mas tarde). Ella, volteo a ver y lo que seguro vió, fue a un grupo de atarantados adolescentes babeando frente a sus hermosas curvas. 
Recuerdo que ella vestía:
Un par de botas negras, dentro de ellas entraba una licra, la cual era como otra piel, por lo pegada que le quedaba, de color verde, una chumpa de color negro de cuero genuino, que ocultaban un par de hermosos senos, sostenidos por un simple top, de un color verde pálido, dos colas de caballo salían a los costados de su cabeza. Y, de su cara, realzaban el rojo de sus labios gruesos y un par de ojos inmensos, avellanados. Al vernos, de una manera muy despectiva, nos ignoró extrayendo de la bolsa de su chamarra de cuero, una cajetilla de cigarros de marca (no creo que Daniel tuviera dinero para comprar de esos). Se introdujo uno entre sus sensuales labios y lo encendió, expulsando el humo de manera sensual, hacia el techo del inmueble. Luego nos dio completamente la espalda. Era, una hermosa rebelde sin causa lo que nos habíamos encontrado en aquella tienda de barrio. Observando su hermosa humanidad de espaldas, la estampa era luz para nuestros lujuriosos ojos de jóvenes cachondos. Luego del letargo de mis amigos, que duro varios minutos, Daniel quiso reaccionar; pero, yo le tome la delantera; ya apostado al lado de la chica en el mostrador, la joven indígena que atendía la tienda, sin poder disimular, reía descaradamente al ver la tensión que en el lugar habia.
-¿Qué queres vos usted? Pregunto. Daniel, pidió sus cigarrillos, el resto de los muchachos, seguían en el umbral de la puerta y yo, a la par de Sonia, viéndola fijamente de pies a cabeza.
-¿Te gusta lo que ves? Me pregunto amenazadoramente.
-Pues, ¡claro que si! Le respondí con tono firme. Ésto, provoco que se volteara frente a mi, con la chumpa completamente desabotonada, dejando en vitrina su mercancía; mis ojos se desorbitaron por un instante, Daniel encendió su pobre cigarrillo y dejo subir su humo al tejado tambien, luego de ello tosió, no por el humo, sino por la vista.
-¡Me llamo Ronald! Le dije, extendiendo mi mano, tratando de que mis nervios no me traicionaran y un leve mal de Parkinson momentáneo se notara en mi cuerpo, luego de su mirada segura, clavada en mis ojos, se dejo sentir un frió, que me estremeció por dentro pero, estoicamente mantuve mi mano firme, frente a ella.
Sin responder mi saludo, me dijo.
-¡Sonia! me llamo Sonia.  Bajando a mi humillada mano, le respondí. 
-¡Mucho gusto! Luego, se hizo presente, un muy incomodo silencio, ni la joven indígena volvió a reír, todos esperaban como figuras de yeso, el cigarrillo de Daniel se quemaba, pero él  no lo fumaba, seguramente era por el aire frió que se dejaba sentir en el silencioso pulso que nos estábamos tomando, ella y yo 
-¿Quien sería el vencedor? Seguro, era lo que todos pensaban en ese instante.
Luego de unos minutos, muevo mi pieza en el tablero del amor, diciéndole lo siguiente:
-Mañana, tengo una fiesta acá a la vuelta, estamos instalando el equipo... ¿te gustaría ser mi pareja? Seria para mi un honor, si tu respuesta fuera... si. Sonia, sin inmutarse lanzo una moneda al mostrador pagando lo consumido, se despidió de la dependiente y sin musitar palabra se encamino hacia la puerta, parándose frente a mis amigos, quienes ocupaban el cien por ciento de la misma. Éstos, al verla frente a ellos, salieron por los costados, como si se tratara de leproso pasando por en medio. Al llegar al ultimo escalón, ya para abandonar la tienda, le volví a preguntar.
-Y bien, ¿tenemos una cita?
Sin voltear, me respondió.
-Te espero a las ocho en mi casa... Juanita te dará mi dirección. Tiro la chenca y se perdió en la oscuridad de la noche. 
Quedo, un silencio muy nervioso de parte de los concurrentes, mientras Juanita, escribía los datos en un pedazo de papel; al entregármelo aquel silencio se vio irrumpido por la algarabía de mis acompañantes. Luego de eso, vino la calma y los comentarios. El ultimo en comentar fue Chente, quien dijo:
-Conozco a esa chava, le apodan... la sopita. Dijo. 
Luego de escuchar eso, nos vimos las caras con el seño fruncido ante la duda de aquel apodo. Entonces, dijimos casi al unisono.
!La sopita! ¿Porqué? Y, ésto respondió el Chente.
-¡Porque, es fácil sacarle la cu........! Y, todos lo interrumpimos con una carcajada.

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