miércoles, 31 de enero de 2018

El Don (the gift)


Cuando una vez en el tiempo la enfermedad regresó a mi vida, justo cuando la creí parte de mi pasado, esta me visitó y lo hizo con mucha fuerza, como si estuviera enfadada conmigo por haber tratado de abandonarla en lo más recóndito del tiempo. Las crisis fueron mucho más frecuentes y demasiado agotadoras tanto para mí como para mi familia, yo siempre guardé la esperanza de que como una vez lo había logrado de nuevo lo haría, al final de cuentas no era algo nuevo, era algo ya conocido, pero me fue imposible y tuve que acostumbrarme a su desagradable compañía, una a la cual aún me acompaña y esta si que es fiel, pues, no me deja solo ni por un misero segundo. Cuando regresó, algo que creí ya no sería posible y después de mil visitas a la emergencia de algún hospital atendido por profesionales y por otros no tanto, a nuestro barrio llegó un personaje al que llamaré Abel, este señor llegó al barrio luego de desposar a una vecina divorciada y con ella hizo su hogar, era un personaje de carácter apacible, amable, alguien que no pasaba de dar los buenos días y las buenas noches, para el vecindario que me vio crecer no era nuevo el verme con ojos de lastima a mí y mis angustiados padres salir a una emergencia de hospital, creo que al igual que yo se habían acostumbrado y juntos veíamos como una vida que pudo ser diferente se desmoronaba con el paso de los meses. Un día al ver que nadie me lograba estabilizar llegó un familiar a traernos a mis padres y a mí y me condujeron con ellos a la apacibilidad del campo, pero conmigo como una maldición ella, pero fue allí donde me lograron estabilizar y una vez estable volví a casa, a todos les alegro verme "bien", pero no pasó más que unos cuantos meses de paz y de nuevo la vengativa enfermedad me golpeo y a lo mismo, pero esta vez no era tan fuerte, con los medicamentos lograba estar bien por 24 horas y al cumplirse otra dosis para evitar que la crisis me tumbara. Para esto don Abel parecía alguien normal, lo digo, como normal en cuanto a su salud, pero en un regreso a mi casa, vaya sorpresa don Abel sentado en la sala platicando con mi madre quien recién lo había inyectado, yo entré y lo saludé cordialmente, pero mi madre me detuvo y me ordenó que me sentara y fue entonces que me enteré que don Abel sufría del mismo mal que yo, por años, motivo por el cual estaba en casa para inyectarse; después de aquella visita ya no fue novedad el ver a don Abel cada dos días inyectándose quien sabe qué, pero era algo que al igual que mi medicamento lo mantenía "bien".

Después de un buen tiempo sufriendo ambos de nuestra pesada cruz, le pregunto a mi señora madre.

_Madre y don Abel que ya no ha venido a inyectarse, ¿verdad?
_Ahora que lo dices, tienes razón, un día si lo veo le preguntaré cómo sigue.

A los días mi madre al nomas sentir que llegué me llamó a su recamara.

_Fíjate que hable con la esposa de don Abel.
_¿Y qué te dijo? 
_Pues al principio estaba como quien no quiere decir nada pero ya me conoces y le saque la sopa.
_¿Y?
_Pues dice que ya esta bien, que ya no ha sufrido una sola crisis, yo le pregunté quien lo curó, que médico lo trató, pero me dijo que no sabía nada, que todo había sido como un milagro.
_Bueno gracias a Dios por él. Dije con cierta envidia.
_No es que no crea en los milagros hijo pero este se tiene algo escondido y yo voy a averiguarlo.
_Eso no lo dudo madre, jejeje, pero me alegro mucho por él, esto me da alguna esperanza.

La plática quedó ahí, pero conociendo a mi madre aquello no había terminado, y ella se dio a la tarea de averiguar qué había sucedido con don Abel, cómo había logrado sanar de esa horrible enfermedad, la cual me tenía desgastado a mí y a ellos, mi familia, pues yo seguía en las mismas.

Al paso de un buen tiempo y de ver pasar a don Abel hasta gordo y feliz, por fin mi madre se le paró enfrente y tomándolo del brazo lo entró en la casa, cordialmente le invitó a sentarse y una vez con taza de café en mano dio inicio el interrogatorio. Me imagino a mi madre con don Abel amarrado a una silla y un fuerte foco iluminando su rostro mientras ella daba vueltas alrededor de la silla pidiendo una explicación del por qué de su repentina cura a una enfermedad con la que nosotros ya llevamos años luchando.

Aquel día regresé muy tarde a casa y cuando entré, estando la casa a oscuras y todos durmiendo, justo al cerrar la puerta la luz de la sala se prendió, era mi madre, con tubos en su cabeza y una rara mascarilla verdosa en su rostro; lo cual casi me da un infarto. 

_Te estaba esperando.
_Debe ser importante par no esperar a mañana.
_Es muy importante, se trata del cabrón de don Abel.

Yo me senté al lado del engendro que era mi madre por las noches y esta especialmente, pues estaba como la chingada (iba a poner como la gran puta, pero por respeto no lo pondré).

_¿Adivina qué?
_No madre, mejor di qué sucedió con don Abel.
_Ya sé como se curo don Abel.

Cuando escuché esto sentí como si una música celestial salió del cielo, como si quien se ahoga se encuentra con un salvavidas, mi corazón latió fuerte, con la ansiedad de escuchar lo que mi madre había descubierto.

_¿Y qué, quién es el especialista, cobra caro? ¡Habla madre!
_El especialista es el dueño de una ferretería. 
_El dueño de una ferretería, ¿de que diablos hablas?
_Sí, quien sanó a don Abel fue un ferretero. Escucha y te cuento. Resulta que don Abel trabaja como un vendedor que surte a las ferreterías con lo que ahí se vende. Y ese día que llegó a realizar un cobro y recibir un pedido don Abel entró a la ferretería con un ataque de ansiedad y este señor al verlo se asustó y lo entró a su oficina y le preguntó cómo podía ayudarlo y luego de varios minutos en lo que don Abel logró superar el ataque de ansiedad le contó al señor su historia, una muy similar a la tuya, por no decir idéntica. Este le dijo a don Abel que él lo podía ayudar, pero con una condición y esa condición era que nadie debía de saberlo, por qué no deseaba que su apacible vida se convirtiera en algo lleno de personajes igual a ti y a él, o sea él no deseaba que su ferretería se convirtiera en una emergencia o algo así. Don Abel en su agonía prometió que no contaría a nadie, claro esto lo hizo escéptico, pensando que el señor era un charlatán y que cómo podría ser que un simple ferretero le curaría una enfermedad de toda una vida, pues a él también le dio cuando era un adolescente, todo era exactamente igual a ti. Una vez echa la promesa el señor se retiró a un lugar de su casa y regresó con algunas babosadas las que no vienen al caso, y el ferretero dio inicio y cuando don Abel se despertó, estaba curado. Me imagino que fue una especie de hipnosis o algo parecido y don Abel no sintió más nada, fue como si alguien quitó un peso de encima de él. Salió de aquel lugar con un alivio en su ser, sintió como si había nacido de nuevo y desde entonces ya nunca más ha sufrido otro ataque de ansiedad y de eso ya hace meses. Se curó don Abel.
_¿Y te dijo quién es el señor, si me puede llevar o algo así?
_Pues claro que se lo supliqué pero nada, no me dijo nada el hijueputa. Para no romper su promesa. Me dijo que el señor le contó que él había nacido con un Don, algo especial, pero que se sentía como maldito y que no deseaba ayudar a nadie y que a él lo ayudó por que lo vio sufrir y sintió el deseo de ayudarlo, pero con esa condición.
_Bueno madre deja que yo hable con él, tal vez logro conseguir que me lleve con él y también quiera ayudarme.

Al día siguiente no me levanté de por enfrente de su casa hasta que este regresó, pues a raíz de aquel interrogatorio de mi madre este nos evadía, regresaba más tarde, se nos escondía, hacía hasta lo imposible por no cruzarse en nuestro camino, así que lo esperé escondido enfrente de su hogar. Lo vi aparecer por una esquina y noté como apresuró el paso para llegar pronto a su casa pero cuando estuvo enfrente de su puerta e introdujo la llave en la puerta hago mi aparición.

_Buenas noches don Abel, mi hermano en la enfermedad. ¿Cómo está, podríamos hablar por favor?
_Mire Sergio, ya sé lo que quiere y no hablaré, no diré nada, ya dije mucho a su mamá, traicioné la promesa que hice, me gustaría mucho ayudarlo pero no puedo, así que le suplico que me perdone y que entienda mi posición. Feliz noche.
_Espere don Abel por favor, quiero que sepa que le entiendo perfectamente, que me alegro de corazón que usted haya podido curarse de esta desgracia que nos ha acompañado durante casi toda nuestra vida, quizá yo haría lo mismo, pero al saber lo que se siente y saber que podría ayudarlo yo por lo menos lo intentaría, al final de cuentas seríamos dos prometiendo algo que era inevitable que no se supiera siendo vecinos, creo que el ferretero lo comprendería y también me ayudaría, aquí lo que yo veo es que usted es una persona egoísta y eso es todo, que Dios lo siga bendiciendo y créame que me alegra mucho su salud.

Nunca más, ni mi madre ni yo le tocamos el tema, no pasamos de un saludo y nada más. Él veía como mi vida se volvía una nada, cuando me llevaban en una ambulancia, veía las lágrimas de mi madre, el dolor en mi rostro y no le importó.
Después de un año aproximadamente de aquel episodio don Abel murió, lo encontraron muerto en un barranco, dicen que de un infarto, la verdad no lo sé, lo cierto es que no le guardo rencor, lo entiendo, había escapado de las garras de una horrenda enfermedad. Lo que nunca entenderé es como hay personajes que Dios les da un Don, un poder sobre otro ser humano y no lo comparten, no se compadecen del dolor ajeno a sabiendas que ellos podrían hacer de muchas vidas algo hermoso con lo que Dios les entregó, les prestó pues la gloria no les pertenece, la gloría es de Dios. 


A la memoria de don Abel, quien disfrutó al final de su vida de una salud total, una salud completa.
Y a la del Ferretero, quien no sé si aún vive o no, y que seguro tendrá que dar explicaciones ante quien le otorgó tan preciado Don, un Don Divino que se lo guardó para él, siendo esto para compartirlo entre los que lo necesitan.



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