martes, 8 de mayo de 2018

La Casa Grande: Dos niños que hablan sobre la muerte


Para cuando nos cambiamos de casa alquilada a una propia, tendría a penas ocho años, llegar a este nuevo hogar sería el inicio a una tremenda aventura y para ello necesitas de amigos, así que una tarde salí a la calle y justo enfrente de mi casa se encontraban dos niños, para entonces desconocidos para mí jugando, uno de ellos al verme sentado en la acera me invita a jugar con ellos, esto me alegró mucho y empecé tímidamente a jugar con ellos, se trataba de dos primos, uno que llegó a visitar a su primo con la finalidad de conocer la casa que sus familiares también al igual que nosotros estaban estrenando; después de una hora jugando con aquellos niños, quien me había hecho la invitación se tuvo que ir y nos quedamos sentados en la acera con el otro niño, quien resultó ser Fredy, allí seguimos sentados platicando sin jugar más, para conocernos y así conocí a mi primer grande amigo de la nueva colonia. Los días siguientes a aquel, salíamos a jugar y con el paso de los días fuimos conociendo a otros niños más de nuestra edad, esto fue increíble pues ya éramos una palomilla, pero Fredy era alguien muy especial para mí, a veces no lo dejaban salir a jugar si antes no terminaba con las labores que su padre, don Tono (+) le encomendaba, y estas tareas eran las de colocar pegamento a las suelas de los zapatos que don Tono elaboraba, así que dispuse entrar en el taller y ayudar a Fredy con su tarea para así terminar rápido y dar inicio a nuestros juegos. Como todo niño, un tarde mientras descalabazamos sentados sobre la banqueta Fredy me dice.

_¿Le cuento un secreto, promete no contarlo nunca?
_Lo prometo dije colocando mis dedos cruzados sobre mi pecho.

Lo que Fredy me confió fue un apodo que le habían puesto en el anterior barrio donde vivió, por qué lo hizo no sé, pero yo guarde su secreto, por meses, hasta que un día, siempre en el mismo lugar de siempre, por algún motivo el cual hoy no lo tengo muy claro nos enojamos y este me dijo mi apodo, entonces yo molesto por este haberme llamado con un apodo, recordé el que él me pidió que jamás lo contara y se lo dije, al parecer este apodo le afectaba de gran manera, y estuvimos por más de media hora solamente diciendo nuestros apodos, él me decía el mío y yo le respondía con el de él, primero sentados, luego acostados boca arriba, después recostados en la espalda de cada quien, luego frente a frente, solamente repitiendo incansablemente el apodo de cada uno, esperando quien se cansaba primero o se daba por vencido, el que dijera de último el apodo y el otro no dijera nada habría salido vencedor, pero esto no sucedía, y para ahora Fredy a quien le afectaba tanto su sobrenombre se empezó a enojar y en una de esas al ver en mi rostro de repetir su apodo y con sonrisa picara en mi cara este me empujó con cólera y caí al suelo, ahí estuve esperando a que pasara el dolor de mis nalgas y me levanté repitiendo muchas veces su apodo, esto lo encolerizó, pues no le dejaba repetir el mío y dio inicio la pelea, cuando él me lanzó el primer puñetazo y yo me hice el quite escuchamos de su casa el llanto de su familia, eran unos gritos desgarradores, algo malo había sucedido en casa de mi amigo mientras que nosotros teníamos nuestra pequeña batalla campal, Fredy cuando escuchó salió corriendo hacía su casa para ver que sucedía y detrás de él iba yo, con el susto en mi rostro, al llegar y entrar fuimos recibidos por alguien de los vecinos quien nos impidió entrar, al hacerlo nos dijo.

_Mejor que no entren.
_¿Por qué? Preguntó Fredy.

Quien nos impedía el ingreso hacia donde se escuchaban los lamentos, abrazando a Fredy, dijo.

_Debes de ser fuerte, tu abuelito se acaba de morir, se fue para el cielo.

Fredy, quien amaba al viejito, se abrazó contra quien le dio la mala noticia y lloró, por detrás yo lo abrazaba, como indicando mi pésame. Cuando pasó el momento amargo y todo regresó a una mentirosa tranquilidad, se hicieron los preparativos para la vela y Fredy y yo ya habíamos olvidado nuestra pelea, ahora éramos de nuevo los mejores amigos, entre nosotros el resto de la palomilla; al día siguiente fue el sepelio, al que yo no fui. Pasaron los días de aquel inusual día de pelea y de tragedia familiar para mi amigo que de nuevo nos encontrábamos sentados sobre la misma banqueta, lugar que unos años después don Mario sembraría su árbol (ver: El Árbol de Don Mario), Fredy aun recordaba a su abuelito y me contaba anécdotas que tuvo a su lado y otras de las cuales él se enteraría y fue entonces que se me ocurrió preguntar.

_Fredy, ¿a qué edad le gustaría a usted morir?

Y este sin pensarlo dos veces respondió.

_Yo, a los cincuenta. ¿Y usted?
_¡A los cincuenta! pero, a los cincuenta aun esta uno joven. Dije.

Esto lo dije pues, mis parientes han sido longevos y traga años y para mí los que yo sabía que tenían esta edad los veía muy bien y jóvenes, así que no acepté y mi respuesta fue.

_Yo creo que a los 90 o más.
_Para qué, a esa edad ya va estar muy viejo.
_Yo si quiero morir a los cincuenta. Reiteró.

Yo respeté su opinión y quedé pensativo, pero mientras pensaba mi respuesta veía a mis familiares y me decía para mis adentros, si llegó a esa edad como mis parientes estaré muy bien; de echo mi abuelita murió a los 94, se ayudaba de un bastón, con el cual su principal uso era para dar a sus hijos sus pencazos seguidos de una serie de palabrotas, tenía un ojo de vidrio y no usaba lentes para leer la prensa con el único ojo que le quedaba, en fin murió tranquila en su cama, allí quedó dormida. Y así el resto de mis parientes, todavía hoy día una tía sobrevive a sus 94 años.

El motivo de esta historia es por la reciente muerte de Fredy, se le hizo realidad su deseo y falleció a la edad que él deseó hace tantos años. Como anécdota agregaré que para cuando cumplió su medio siglo y estaba bien galán para levantar a la que quisiera, deseando conocer a sus nietos, le pregunté.

_Fredy aún se quiere morir a los cincuenta. Sí se recuerda de aquella charla que tuvimos siendo niños.

Fredy sonrió recordando ese día y luego me ve a los ojos y dice.

_De baboso, ¡claro que no!, ahora quiero vivir hasta los cien, jajajaja.

Lo abracé deseándole un feliz cumpleaños y con el mismo cariño el me abrazó, nos vimos por otro rato cada uno recordando nuestra amistad de años, tal cual, un par de hermanos. Lamentablemente Fredy murió luego de dos semanas de agonía por una pancreatitis que se le complicó (Fredy tuvo dolor fuerte de estómago y tomaba sertal fuerte el cual le calmaba el dolor, así estuvo por casi un mes, hasta que un día lo ingresaron al hospital por el agudo dolor y eso bastó para perder la vida). 

Yo puedo aseverar y decir; cuidado con lo que desees pues se te puede cumplir.


A la memoria de Fredy Rolando Ángel Bautista, mi amigo, mi hermano, descanse en paz. 



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